Renuncie, señora Vicuña
María Alejandra Vicuña no ha demostrado ni coherencia ideológica ni apego a ningún principio político. Como la mayoría de correístas, ha sido la expresión más descarnada de la volubilidad política. No obstante, no está por demás pedirle la renuncia y ahorrarle al país otro bochorno.
29 de noviembre del 2018
POR: Juan Cuvi
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
Acérrima correísta, es obvio que asumió todos los hábitos y vicios implan-tados por el expre-sidente".
En un artículo publicado en enero de 2018, a los pocos días de la designación de la vicepresidenta de la República, advertí que María Alejandra Vicuña no le aportaba nada al gobierno. Carente de un perfil político sólido y de una representación social importante, su presencia parecía responder a uno más de los misteriosos designios a los que nos tiene malacostumbrados el presidente Moreno.
En efecto, nadie –exceptuando a los íntimos de Carondelet– entendió esa decisión. Y las especulaciones proliferaron como iglesias cristianas: que se trataba de una estrategia para neutralizar al correísmo obtuso en Guayas; que se aseguraba el apoyo de los sectores más radicales de Alianza PAIS; que se consolidaba un bloque oficialista en la Asamblea Nacional…
Al final, todas las suposiciones se diluyeron ante la fuerza de los hechos. En la práctica, la decisión de Moreno se sintetizó en la cooptación burocrática de una pequeña e intrascendente fracción del correísmo. Tan intrascendente, que le suprimió a la segunda mandataria las exiguas responsabilidades que le asignó en un primer momento.
Lo demás es sabido: María Alejandra Vicuña se ha pasado diez meses promoviendo su imagen, repartiendo cargos y esparciendo una vacua verborrea de izquierda.
Lo que nunca nos imaginamos es que la debacle viniera desde los pecados del pasado. Y por el flanco más insospechado. En su caso, los diezmos parlamentarios se suponían enterrados en el desierto de la inercia política, solapados por la incondicionalidad de sus subordinados. ¿Vislumbró María Alejandra que su más leal conmilitón iba a conservar los recibos de los depósitos en su cuenta corriente?
A la luz de los hechos, es muy difícil suponer que la vicepresidenta no estuvo involucrada en la corruptela de los diezmos parlamentarios. Acérrima correísta, es obvio que asumió todos los hábitos y vicios implantados por el expresidente. Se creía tocada por la magia de la impunidad indefinida, absuelta por la revolución ciudadana. Jamás pensó que la historia le pasaría una factura tan reciente. Entonces, más que inocencia, hay mal cálculo.
Por otro lado, resulta inevitable –y escalofriante– sospechar de la relación que pudiera haber establecido la vicepresidenta con el ejército de funcionarios y asesores nombrados directamente por ella. Si los diezmos fueron una práctica en la Asamblea Nacional, nada nos hace pensar que el patrón no se repita en la función Ejecutiva. La Fiscalía General de la Nación tiene entonces otra tarea pendiente.
Pero al margen de la intervención de la justicia, algo toca hacer para subsanar la indignación general que provocan tantos escándalos. Es ilusorio esperar una respuesta ética de alguien que, eventualmente, pudiera estar comprometida con actos deshonestos. María Alejandra Vicuña no ha demostrado ni coherencia ideológica ni apego a ningún principio político. Como la mayoría de correístas, ha sido la expresión más descarnada de la volubilidad política. No obstante, no está por demás pedirle la renuncia y ahorrarle al país otro bochorno.
En efecto, nadie –exceptuando a los íntimos de Carondelet– entendió esa decisión. Y las especulaciones proliferaron como iglesias cristianas: que se trataba de una estrategia para neutralizar al correísmo obtuso en Guayas; que se aseguraba el apoyo de los sectores más radicales de Alianza PAIS; que se consolidaba un bloque oficialista en la Asamblea Nacional…
Al final, todas las suposiciones se diluyeron ante la fuerza de los hechos. En la práctica, la decisión de Moreno se sintetizó en la cooptación burocrática de una pequeña e intrascendente fracción del correísmo. Tan intrascendente, que le suprimió a la segunda mandataria las exiguas responsabilidades que le asignó en un primer momento.
Lo demás es sabido: María Alejandra Vicuña se ha pasado diez meses promoviendo su imagen, repartiendo cargos y esparciendo una vacua verborrea de izquierda.
Lo que nunca nos imaginamos es que la debacle viniera desde los pecados del pasado. Y por el flanco más insospechado. En su caso, los diezmos parlamentarios se suponían enterrados en el desierto de la inercia política, solapados por la incondicionalidad de sus subordinados. ¿Vislumbró María Alejandra que su más leal conmilitón iba a conservar los recibos de los depósitos en su cuenta corriente?
A la luz de los hechos, es muy difícil suponer que la vicepresidenta no estuvo involucrada en la corruptela de los diezmos parlamentarios. Acérrima correísta, es obvio que asumió todos los hábitos y vicios implantados por el expresidente. Se creía tocada por la magia de la impunidad indefinida, absuelta por la revolución ciudadana. Jamás pensó que la historia le pasaría una factura tan reciente. Entonces, más que inocencia, hay mal cálculo.
Por otro lado, resulta inevitable –y escalofriante– sospechar de la relación que pudiera haber establecido la vicepresidenta con el ejército de funcionarios y asesores nombrados directamente por ella. Si los diezmos fueron una práctica en la Asamblea Nacional, nada nos hace pensar que el patrón no se repita en la función Ejecutiva. La Fiscalía General de la Nación tiene entonces otra tarea pendiente.
Pero al margen de la intervención de la justicia, algo toca hacer para subsanar la indignación general que provocan tantos escándalos. Es ilusorio esperar una respuesta ética de alguien que, eventualmente, pudiera estar comprometida con actos deshonestos. María Alejandra Vicuña no ha demostrado ni coherencia ideológica ni apego a ningún principio político. Como la mayoría de correístas, ha sido la expresión más descarnada de la volubilidad política. No obstante, no está por demás pedirle la renuncia y ahorrarle al país otro bochorno.
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