Observar la conformación de los gabinetes ministeriales siempre ha sido una buena estrategia para intuir los objetivos de corto y mediano plazo de los presidentes. En esa constelación de consejeros se reflejan los acuerdos entre Ejecutivo y partidos políticos de cara a la aprobación de una agenda legislativa mínima. Allí también están representados los apoyos provenientes de personas especializadas en determinada materia y que, más allá de cualquier componenda política, responden por sus habilidades y destrezas técnicas. Finalmente, como en toda organización humana, los gabinetes ministeriales son también el escenario en el que se dibujan las emociones y sentimientos de los presidentes: amigos, agnados y cognados, encuentran allí su espacio de influencia.
Si bien todos los presidentes tienen políticos, técnicos y amigos en sus gabinetes ministeriales, las diferentes combinaciones que resultan de estos tres tipos de actores inciden sobre los objetivos de los gobiernos. Aunque no existe una receta perfecta para este maridaje de cepas, el equilibrio entre unas y otras da cuenta de aquellos presidentes que tienen una clara definición del libreto que los guiará. Ese justo medio aristotélico es el que orientó a gobiernos como los de Rodrigo Borja y León Febres Cordero, tan distintos ideológicamente pero tan parecidos en cuanto a la certidumbre ofrecida al país respecto a las directrices de su gestión. Cierto desbalance a favor de los técnicos se verificó en el gobierno de Jamil Mahuad mientras que los amigos fueron mayoría en la administración de Lucio Gutiérrez.
En el caso del Presidente Moreno, la conformación del gabinete ministerial es tan difícil de identificar como difícil es hallar una línea de acción al gobierno. De hecho, quizás lo primero es la causa de lo segundo. Por un lado, la preocupación fundamental de los ministros que pertenecen al grupo político, hoy por hoy, son las elecciones seccionales del 2019 y el futuro de sus propios movimientos. Por ello, marcan distancia respecto a determinadas decisiones gubernamentales e incluso respecto a algunos de sus colegas ministros. Al final, hay que cuidar los votos y la vida política a futuro. Por otro lado, los ministros técnicos sienten que hacen menos de lo que pueden hacer. Su impotencia es grande pues su espacio de influencia en el gobierno cada vez se relativiza más. Finalmente, los ministros amigos, agnados y cognados, como siempre, son de diferente cuño: unos apoyan al presidente de forma sincera, otros se dedican a los negocios y unos pocos más optan por el reparto de cargos públicos.
En realidad, el problema del gabinete ministerial del Presidente Moreno no está en lo variopinto de su conformación sino en la ausencia de una clara división social del trabajo entre políticos, técnicos y amigos. De allí que la ausencia de una agenda de gobierno clara sea solo una consecuencia. Veamos. Los políticos se disputan espacios con los técnicos y algunos amigos quieren abarcar lo que hacen los unos y los otros. Por eso Santiago Cuesta se va ganando cada vez más enemistades en Carondelet. Estas disputas se muestran de cuerpo entero cuando nadie puede dar una respuesta clara sobre las distinciones entre las actividades de Roldán, Michelena y Jurado, por ejemplo. En el plano de la negociación política pasa algo similar. No es fácil saber si Gustavo Larrea sigue manejando la relación del Ejecutivo respecto al Legislativo, si es Paúl Granda el encargado de esa tarea o si es el propio Cuesta el que, apropiado del don de la ubicuidad, también está ya adentrándose en esos menesteres.
De la vicepresidenta ni qué hablar. Más allá de que sea la cuota de la década pasada es poco lo que se sabe sobre su radio de acción. Cada vez más cercada, dicen algunos. Cada vez más esperanzada en esos bruscos golpes de timón de la política ecuatoriana, comentan otros. En fin, más allá de que el gabinete ministerial tenga su cuota de políticos, técnicos y amigos, el hecho cierto es que urge disciplinarlos. Cada uno a lo suyo! Solamente así el Presidente Moreno podrá tomar insumos de uno y otro lado para proponer una agenda de gobierno medianamente clara. Medianamente clara porque en una etapa de transición como la actual tampoco se puede pedir demasiado. Cierto es que la tarea de disciplinar nunca es bien vista pero alguien tiene que asumirla y pronto. De lo contrario, las copas y los platos volarán en Carondelet y lo que ahora son simples malas caras se convertirán en salidas histriónicas, portazos y revelaciones comprometedoras.
Santiago Basabe es académico de la Flacso.
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