Límite del asombro
Francisco Febres Cordero
El arquitecto Fernando Cordero, cuando presidente de la Asamblea, voló a Miami en uno de los aviones presidenciales acompañado de su esposa y sus nietos. Asombrosamente, la justificación que dio fue que, como trabajaba tanto, no los había visto durante algún tiempo y no podía soportar más su lejanía.
Asombrosamente, el señor licenciado Lenín Moreno escribió una carta reclamando al Estado por sus estipendios por el valor de un millón seiscientos mil dólares para continuar viviendo con su familia en Suiza, cuando el cargo que ostentaba dependía de la ONU, con un salario de un dólar por año.
Desde el Ministerio de Relaciones Exteriores salió un cargamento de cocaína con destino a Italia. Asombrosamente, la culpa fue achacada a los perros que no detectaron el alijo.
Asombrosamente, cuatro miembros de la familia Alvarado se graduaron con una sola tesis, redactada a ocho manos. La universidad en que la presentaron les otorgó el doctorado a los cuatro.
Para apaciguar una sublevación policial, el excelentísimo señor presidente de la República acudió a las instalaciones en que tal sublevación se llevaba a efecto. La sublevación, asombrosamente, se transformó en un intento de golpe de Estado y también de magnicidio.
El que establece las faltas que, a su entender, cometen los periodistas, asombrosamente es el mismo tribunal que luego los condena.
Ante un cúmulo de acusaciones, el señor Pedro Delgado recibió un homenaje en un hotel, al que asistieron las más altas autoridades del Estado. Pocos días más tarde, ante el peso de los cargos en su contra, pidió permiso para salir del país a fin de asistir al matrimonio de uno de sus hijos. Asombrosamente, aún no regresa.
Luego de las elecciones del pasado 2 de abril, el señor Julian Assange, asilado en la Embajada del Ecuador en Londres, invitó al señor Guillermo Lasso a salir del Ecuador, dándole para ello un plazo de 30 días. Asombrosamente, el señor Lasso sigue en el país, quizás esperando una prórroga del señor Assange, a quien se le ha otorgado no solo la potestad de opinar, sino de ordenar.
El excelentísimo señor presidente de la República, que hizo campaña por aquel a quien designó como su sucesor y, asombrosamente, puso a su disposición todos los bienes del Estado, proclamó desde el balcón de su Palacio al sucesor quien, al verse ungido por el dueño de todos los poderes, asumió haberse graduado de presidente y, como tal, presentó su tesis de canto que venía preparando desde que era licenciado.
La casa del fiscal saliente estaba a nombre de una empresa que tenía su paraíso en un paraíso fiscal. Asombrosamente, fue el encargado de investigar a quienes tienen cuentas en paraísos fiscales.
De todo lo mucho que hemos sido testigos a lo largo de estos diez años de larga dictadura, parecería que ya nada podía sorprendernos, ni siquiera el autoritarismo, la prepotencia, el dispendio, el saqueo de los fondos públicos. Sin embargo, la gente, en las calles, está diciendo otra cosa: su capacidad de asombro llegó al límite y no está dispuesta a aceptar más impunidad, más cinismo, más impudicia, más trapacerías y atropellos. (O)
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