El domingo hay que sepultar el odio
Las vuvuzelas ensordecedoras sopladas por los camaradas, debían cumplir la tarea de silenciar los hocicos insolentes de los “opos” que proferían el profano estribillo de “FUERA CORREA FUERA”. Los correístas sopladores fueron invitados por una entidad estatal que, hasta ahora y así seguirá, se encubre por el manto de opacidad e impunidad. Esa entidad estatal, y alguien en específico, compraron “una cantidad importante” de entradas al Estadio Atahualpa para repletar graderíos para que su agresividad reprima a los asistentes y que nadie vuelva a ofender la majestad del poder, ni se escuchen los vituperios de la masa que exigen que el insultador sabatino se vaya.
Pero no solamente fueron para eso. También tenían la misión de ahogar los gritos que proclaman a “LASSO PRESIDENTE”. Y lo lograron también. Pero allí no terminaba la infame tarea. Había que usar las ruidosas vuvuzelas como armas para arrojarlas, para agredir, para ofender al candidato que logró que el correísmo tenga que ir a una segunda vuelta. Y lo hicieron. Y arrojaron sobre la cabeza de Lasso, de su esposa María de Lourdes, de su hijo Santiago y del séquito de adherentes, los instrumentos del odio. Atentaron físicamente en gavilla contra personas en indefensión. Lo hicieron para ratificar que la violencia es institucional, organizada desde el Estado, financiada por el Estado.
Glas, el copión, el que con desparpajo reta la ética sin asumir ninguna responsabilidad por los atracos en su entorno administrativo y político; sí, Glas, desprovisto de autoridad moral, afirmó que se pudo tratar de un auto atentado. Rompe todo molde de cinismo. Correa, el inspirador de la violencia, el ofensor impune de estos años, no tuvo reparo en expresar que Lasso recibió “del pueblo” (o sea de los que fueron pagados con entradas pagadas por dinero estatal) lo que se “merecía”. Y enverdecido por la ira, dejaba ver que el objetivo fue callar el grito que se oye en las calles desde hace varios años “FUERA CORREA FUERA”.
Moreno, el que desdoblado extiende la mano mientras arroja falsedades, el mismo que calificó de libertad de expresión al lanzamiento de latas de atún, rechazó la violencia. Ninguno de estos tres tuvo la decencia de solidarizarse con el agredido. Por lo menos mostraron que no lamentaron que sus huestes hayan obrado de la forma en que obraron. Como camisas negras, como grupos represores.
Y para completar el despliegue de cinismo, la corrupta troupé de propaganda montó la infaltable cadena para convencernos de que el gobierno de la violencia institucionalizada, el gobierno de la represión y de la criminalización social, sí, ellos, rechazan que se les acuse de violentos. Las víctimas fueron presentadas como victimarios de sus agresores. Y trucaron los hechos para presentar una imagen viciada en la que los agresores no eran agresores, sino victimas de su negritud.
El episodio de violencia política organizada no es nuevo. Así ha sido desde el inicio. Los tirapiedras han cambiado. Al inicio fueron los ahora perseguidos militantes del MPD. Apedrearon diputados destituídos y casi acaban con Gloria Gallardo y Sylka Sánchez. Con violencia, usando la Ley como escopeta, liquidaron a la oposición legislativa; desalojaron a los miembros del entonces Tribunal Constitucional.
Fueron violentos estos correístas y eran tiempos en que barrían en las urnas y ganaban toda batalla. Ahora que el milagro se evaporó, se hizo humo; ahora que sienten que el poder se les va de las manos como arena; ahora que corren riesgo de que los lacayos que ostentan altas magistraturas puedan ser expulsados de sus sillas; ahora que se acaba la impunidad, arrecian en violencia.
Lasso ha debido enfrentar a una jauría encaramada en el poder, que ha usado sin límite legal ni moral al Estado como Leviatán. Así como un monstruo arrasando a los ciudadanos. Arrasando con sus derechos, sus honras, sus secretos. Para que ellos sobrevivan y destruyan a quien, con tenacidad y con integridad, los ha enfrentado en la zona oscura de la campaña más sucia que se pueda recordar.
Este domingo 2 de abril, la decisión no pasa solamente por valorar las diferencias de los candidatos en cómo manejarían la economía. Pasa, fundamentalmente, por reconocer la profunda corrupción mental de quienes gobiernan y ver cómo esa deslealtad esencial con valores, ha convertido al Ecuador en una economía fracasada, en una república violada que amenaza con aborregar a la sociedad: sea por la eficacia de la publicidad que miente o por el miedo de ser devorado por el Leviatán.
Votar es un grito de libertad. Para impedir que esas vuvuzelas y esos sopladores vuelvan a callarnos o agredirnos y que se reduzcan a sus guaridas.
Es, como dice Pamela Troya, la decisión más importante de la década porque no es la elección entre dos candidatos.
Es, como dice Bonil, el momento para derrotar pacíficamente una dictadura.
Se trata de optar entre una dictadura corrupta y el cambio a la democracia, como dice León Roldós.
Para seguir luchando, como dice Margarita Carranco.
Por la vida y la diversidad, como dice Pocho Alvarez.
Contra la censura y la criminalización según pide Manuela Picq.
Para que en el país quepamos todos, según proclama Marcelo Gálvez.
Para poder crear riqueza y salir de la pobreza; dos tareas que no se pueden hacer en “el estado de miseria ética y moral en el que estamos atrapados” según recita Dayuma Guayasamín.
Por prensa libre y para que el corrupto no quede protegido por el silencio, como pide Christoph Baumann.
Por la libertad, como expresa el maestro Osvaldo Viteri.
Para decir no a la casta antidemocrática, como dice Luis Verdesoto.
Para vivir en democracia y no en dictadura, como dice Juan Vizueta.
Porque se trata de elegir por una democracia imperfecta, pero democracia al fin, como razona Carlos Arcos.
Votar para evitar que se elija a alguien que es un peligro y una vergüenza como declara Miguel Varea.
Porque votar por Lasso no nos impide ser críticos, como anticipa Diana Maldonado.
Por responsabilidad por los muertos y los perseguidos que deja el correísmo y evitar otros más, como se lamenta Marta Roldós.
Para no terminar como en Venezuela y para que evitemos ese dolor y esa miseria, como pide Andrés Crespo.
Es, como dice Pamela Troya, la decisión más importante de la década porque no es la elección entre dos candidatos.
Es, como dice Bonil, el momento para derrotar pacíficamente una dictadura.
Se trata de optar entre una dictadura corrupta y el cambio a la democracia, como dice León Roldós.
Para seguir luchando, como dice Margarita Carranco.
Por la vida y la diversidad, como dice Pocho Alvarez.
Contra la censura y la criminalización según pide Manuela Picq.
Para que en el país quepamos todos, según proclama Marcelo Gálvez.
Para poder crear riqueza y salir de la pobreza; dos tareas que no se pueden hacer en “el estado de miseria ética y moral en el que estamos atrapados” según recita Dayuma Guayasamín.
Por prensa libre y para que el corrupto no quede protegido por el silencio, como pide Christoph Baumann.
Por la libertad, como expresa el maestro Osvaldo Viteri.
Para decir no a la casta antidemocrática, como dice Luis Verdesoto.
Para vivir en democracia y no en dictadura, como dice Juan Vizueta.
Porque se trata de elegir por una democracia imperfecta, pero democracia al fin, como razona Carlos Arcos.
Votar para evitar que se elija a alguien que es un peligro y una vergüenza como declara Miguel Varea.
Porque votar por Lasso no nos impide ser críticos, como anticipa Diana Maldonado.
Por responsabilidad por los muertos y los perseguidos que deja el correísmo y evitar otros más, como se lamenta Marta Roldós.
Para no terminar como en Venezuela y para que evitemos ese dolor y esa miseria, como pide Andrés Crespo.
Diego Ordóñez es abogado y político
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