martes, 20 de octubre de 2015

El triste fin de la revolución

Felipe Burbano de Lara
Martes, 6 de octubre, 2015


El recorrido de la revolución ciudadana en sus largos nueve años nos ha conducido al punto del cual quiso alejarnos de modo definitivo: el ajuste. Se puede atribuir esta trayectoria a un fracaso de la agenda posneoliberal, es decir, del programa de Gobierno esbozado por Alianza PAIS para sacarnos del peor de los mundos, el neoliberalismo. Resulta una paradoja, sin embargo, que después de nueve largos años de hablar de refundación nos encontremos hoy no solo en un momento de enorme incertidumbre –una crisis de sentido político–, sino inmersos en un horizonte de ajuste económico con sus secuelas y reversiones sociales.
Se trata, a no dudarlo, de una vuelta al pasado, aunque el Gobierno aún no quiera reconocerlo ni admitirlo con claridad. Mientras Rafael Correa acusa a la oposición de querer revertir los logros alcanzados desde el 2007, han sido los propios excesos y la falta de realismo y objetividad de los revolucionarios los que han provocado la regresión. Hoy vivimos el ajuste de un modo extraño: como un deterioro persistente de la economía y las condiciones sociales, sin tener una visión clara de hacia dónde vamos y cómo corregir el rumbo. No tenemos orientación porque se trata de un destino vergonzante para la revolución: ¿cómo proclamar su propio fin y el inicio del ajuste y de los tiempos duros después de nueve años de perorata refundacional en medio de la mayor bonanza de las últimas décadas?
Tres datos muestran la vuelta al pasado: el Gobierno golpea las puertas –en la oscuridad de la noche– del FMI para pedir auxilio financiero. Después de tanta alharaca posneoliberal, de exaltar el gasto y la inversión pública como pilares de una sociedad justa, de condenar el mercado, el pedido de auxilio al Fondo resulta vergonzante, impresentable. Segunda señal: ahora se hacen todas las concesiones posibles al sector privado después de haberle dado la espalda durante nueve años. Las alianzas público-privadas y el anuncio del presidente de que se venderán las gasolineras de Petroecuador, un negocio muy rentable del Estado, marcan el cambio de rumbo. Y un tercer síntoma: el exvicepresidente de la República Alberto Dahik sale de las catacumbas para volverse el interlocutor neoliberal respetado por el Gobierno.
El momento que vive el país muestra los efectos perversos de las proclamas refundacionales sobre la conciencia de quienes las usaron para presentarse como moralmente superiores a todos quienes les precedieron en el poder, sin excepción. Los aliancistas y sus simpatizantes, con Correa a la cabeza, terminaron, como diría Marx, presos de sus propias fantasías ideológicas, atrapados por sus fantasmas, con sus conciencias enajenadas, sin posibilidad de medir sus fuerzas y sus alcances. Ese sentimiento de un poder sin límites, refundacional, hoy naufraga en sus propios excesos. La soberbia posneoliberal, envuelta en una retórica refundadora de condena a todo tiempo pasado, nos ha llevado a un punto similar al que dio origen a un ciclo neoliberal en los inicios de los años 80. ¡Qué tragedia!
Resulta una cruel ironía de la historia que los refundadores nos hayan llevado al comienzo de un nuevo momento neoliberal después de restregarnos en la cara uno a uno sus milagros. Triste final de la revolución ciudadana. Triste y dramático para todos por lo que se viene, y vergonzante para ellos. (O)

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