ESTADO DE PROPAGANDA
Por Roberto Aguilar
Mera,
Glas, los Alvarado y otros gallinazos
Cada que lo entrevistan, el sinuoso secretario jurídico
de la Presidencia, Alexis Mera, se preocupa por dejar sentado que es un tipo de
izquierda. Lo dice a ritmo de siete veces por minuto, insistencia sospechosa
que hace más cómicos sus intentos para cualquiera que conozca su pasado
febrescorderista y su presente de funcionario presionador de jueces y
persecutor de causas populares. Pero así pinta la realidad en tiempos correístas:
Alexis Mera, de izquierda. ¿Qué
tal? Su caso ni siquiera es el único ni el más extremo: su rutina de
justificación política es común para personajes como él, de más o menos
incierto pasado ideológico, que hoy se inscriben en las filas del marxismo
leninismo como quien se apunta a un bombardeo. Jorge Glas, los hermanos
Alvarado, Richard Espinosa, Marcela Aguiñaga… Todos de izquierda. Y los
compañeros de ruta que al interior del régimen insisten todavía en levantar la
tesis de la “revolución en disputa”; los que se quedaron de un pieza el día
aquel en el estadio del Aucas, cuando Rafael Correa presentó a Jorge Glas como
su candidato a la vicepresidencia; los viejos camaradas que continúan
convencidos de que las fuerzas progresistas y reaccionarias del correísmo
mantienen un enfrentamiento histórico del que dependerá el rumbo que se imprima
a la revolución… ¿no va siendo hora de que abran los ojos? ¡Aquí no hay disputa
alguna, este es un régimen de izquierda! Ahí están Vinicio y Fernando Alvarado
para demostrarlo. Ahí están Glas, Alexis Mera, con la batuta del Gobierno en la
mano. ¿No son de izquierda todos ellos?
Estamos,
claro, ante una farsa gigantesca. La verdad es que no hay diccionario de
ciencia política que sea capaz de sobrevivir a ocho años de correísmo bien
mandados. Uno de los efectos más perniciosos del estado de propaganda reside en
su capacidad para corromper el lenguaje, y las primeras víctimas de este
proceso corruptor son las palabras que solían servir para orientarnos en el
campo de las definiciones políticas. El correísmo se apropió de ellas y las
resignificó en los contextos más inauditos que imaginarse quepa. En un futuro
cercano, cuando esto haya terminado, una de las tareas que con mayor urgencia
deberemos acometer los ecuatorianos, junto con la recuperación de una justicia
independiente y la desactivación del aparato de persecución de la información
no alineada, será la tarea de reconstruir el sentido de las palabras.
Jorge Glas y Alexis Mera son de izquierda. ¿No debería bastar ese
hecho para desconfiar de la palabra izquierda? Y no es que ser de izquierda en
sí ya no signifique nada. Puede que incluso, para mucha gente que se ha
identificado honestamente durante toda su vida con esa corriente ideológica,
resguardar el significado de la palabra izquierda sea una cuestión de vida o
muerte. Pero esa será una lucha personal. El hecho es que, dadas las
circunstancias y mientras Alexis Mera continúe siendo de izquierda, la palabra
izquierda será, lo mismo que su némesis, la derecha, una palabra inútil.
Ninguna de las dos nos sirve para entender lo que ocurre en el Ecuador y
cualquier intento de recuperarlas como categorías de análisis político deberá
obligatoriamente pasar por un proceso de resignificación y recontextualización
que las condiciones del debate público en el Ecuador simplemente no permiten.
Para ello habrá que esperar a que todo esto haya terminado. Cualquier intento
honesto por repensar la definición de izquierda a la luz de la contemporaneidad
(algo parecido a lo que esbozó Jean Daniel en las páginas deLe Nouvel Observateur)
es impracticable en el Ecuador por una razón desgarradora y sencilla: el uso
público de ese concepto está marcado por la deshonestidad intelectual más
crasa, sello indeleble de cuanto toca el correísmo. Rafael Correa lo logró:
asesinó a la izquierda. Los Mera, Glas, Alvarado y otros son los carroñeros que
se disputan a dentelladas el cadáver purulento de la víctima. Es la única
disputa pendiente al interior de esa farsa autodenominada revolución ciudadana:
la disputa entre los buitres.
Quien
debería estar pensando en estas cosas es la Academia. Pero la Academia, se
sabe, desde que el correísmo se puso a repartir becas o emprendió con la
construcción de obras emblemáticas como la biblioteca de la Flacso, no está en
nada. Es una vergüenza. Así que la única intelectualidad que queda es la del
propio correísmo, intelectualidad de tres al cuarto que lanza línea desde las
páginas de los diarios oficiales. ¡Hay que ver lo en serio que se toma el
concepto de izquierda, como si Alexis Mera no existiera! Tanto, que hasta
invoca una sutil clasificación en cuya composición parece haber empeñado lo más
vigoroso de sus facultades mentales: hay una izquierda infantil, que recoge los
postulados de cualquier resistencia que se cruce por delante; hay una izquierda
romántica, a la que le falta el pragmatismo necesario para entender los
postulados del camarada Glas; hay una izquierda libertaria que, como su nombre
lo indica, por oponerse al Estado termina haciéndole el juego al
neoliberalismo; hay una izquierda liberal, formada por todos aquellos estúpidos
que aún creen en la democracia y en los valores republicanos; hay, en fin, una
“cierta izquierda” en la que caben alternativamente los rasgos de cualquiera de
las anteriores. Frente a todas ellas, está la “izquierda verdadera”, la única
que posee las claves de la historia: es la izquierda correísta, es decir, la de
Alexis Mera y los hermanos Alvarado. ¡Qué orgullosos han de sentirse estos
pensadores de diario oficialista con su clasificación histórica! ¡Y qué
agradecidos debemos estar todos los ecuatorianos que, gracias a ellos,
terminaremos acostumbrándonos a convivir con buitres! Después de todo, no queda
de otra.
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