José
Hernández
Periodista.
Se formó en Francia. Ha publicado en diarios y revistas de Italia, España,
Suiza, Francia… Ha renovado diarios. Entre otros, El Tiempo de Bogotá, El
Comercio de Quito, La Razón de La Paz y el Nuevo Día de Santa Cruz. Fue
fundador y director de la revista Vanguardia en Ecuador. Ha sido coautor de
libros de ensayo político en Ecuador y autor libros de arte en Colombia.
Paradiso Editores publicó su primera novela, De seis a seis.
Felicitaciones señor Presidente
Tras el cierre de Hoy amigos y conocidos que están en el Gobierno se
confiesan afligidos y tristes. De golpe, hurgan en su memoria –que al parecer
funciona en forma intermitente– y descubren que ese diario jugó un papel
progresista y vanguardista en el país. Pero, claro, hablan en pasado. Fue
rebelde y democrático hasta que llegó al poder Rafael Correa. Fue un diario
independiente e innovador hasta que la mal llamada Revolución Ciudadana se
instaló en el Estado. Se entiende que fue el diario de ellos, que eran
inconformes con el poder. Con los poderes. Y como ahora están cómodamente
instalados en él, pues ya no puede haber más inconformes.
Los
inconformes no pueden ser sino reaccionarios, derechistas y merecedores de la
letanía de epítetos que el señor Presidente les reserva, cada sábado, con la
delicadeza que se le conoce. La historia de las desavenencias con el poder
político, en que eran expertos, se acabó el día que llegaron a las dependencias
públicas. Las almas sensibles, los librepensadores, los rebeldes actuales no
son, no pueden ser sino corifeos del pasado. Militantes obcecados de sistemas
corruptos.
No obstante, los amigos del Gobierno
–que escribieron en Hoy o en otros medios privados– se dicen pesarosos y
atribulados de que no circule ni siquiera en la versión electrónica. Como dejó
de hacerlo Vanguardia cada semana. Y como deben explicarse lo que pasó,
articulan una respuesta a la medida de su buena conciencia: todo se debe a la
pésima gestión de sus administradores.
El
alzheimer y el poder -es conocido- forman una pareja feliz. Los amigos del
Gobierno y de su gestión nada tienen que ver con la crisis que viven los medios
ajenos a los subsidios estatales. No ha incidido el Presidente y sus prédicas
obsesivas para que la ciudadanía no compre ni lea los diarios. Nada tiene que
ver la Ley de Comunicación. Tampoco tienen que ver esos centenares de
funcionarios que, amparados en leyes y reglamentos disparatados, trabajan a
diario como los inquisidores que combatió Sebastian Castellio. Nada tiene que
ver el aparato de comunicación de su Gobierno que veja, atenta contra honras
ajenas, tergiversa biografías hasta convertir a periodistas con larga
trayectoria democrática en lo contrario de lo que han sido.
¿Habrá
habido administradores deficientes en esos medios? Es posible. Pero el lavado
de manos de los amigos que están en este Gobierno muestra el desprecio que
sienten hoy por la realidad-real que han creado: su modelo político–cultural es
hoy la farsa. Y en una actitud que Ionesco, pensando en el surrealismo hubiera aplaudido,
reservan a los viejos amigos una yapa: dan el sentido pésame –compungido y
nostálgico– por la desaparición o la venta de medios que, en la realidad, su
gobierno ha propiciado. Lo hacen como si se tratase de un gesto ético y un acto
de honestidad intelectual.
Este es el
poder de los simulacros, para parafrasear a Mario Perniola. ¿Acaso no fue una
pésima broma hablar –como lo hizo el Presidente cuando anunció su cruzada
contra los medios– de que lo único que buscaba era mejorar la calidad profesional
del periodismo ecuatoriano? ¿Acaso no fue una coartada decir que iban tras las
cabezas de Carlos Vera y Jorge Ortiz dizque porque eran políticos disfrazados?
Ellos solo fueron los primeros…
Muchos
cayeron en la trampa de creer que el poder político quiere medios
profesionales; olvidaron que quiere medios sumisos. No quiere periodistas;
quiere propagandistas. No quiere medios privados bien administrados; quiere
torres repetidoras privadas o subsidiadas. No quiere críticas; ansía alabanzas.
Muchos
creyeron que Alianza País, por la densidad de su discurso inicial y su
capacidad de convocatoria, era un interlocutor digno para grandes debates de
opinión que necesita el país. Pues no: el Presidente quería una esfera pública
desierta y unos medios privados dóciles. O quebrados. O vendidos a personajes
que no respiran un gramo de sensibilidad por el país. Para ello desanimaron
–hasta en la ley– la inversión privada, les retiraron la publicidad pública y
los convirtieron, en el imaginario colectivo, en el enemigo público número uno.
En ese
contexto, es imposible considerar que el cierre de Vanguardia y de Hoy, la
venta de El Comercio y las dificultades que conocen los medios privados, sean
solo producto de una supuesta mala administración: es el resultado cantado de
la voluntad del Presidente y de su Gobierno que se dieron por tarea hacer
realidad la fábula del espejito: ellos son los más bonitos. Y sólo puede
existir su relato sobre lo que hacen y deciden. Así que el Presidente está
logrando lo que con tanto ahínco se propuso. Felicitaciones señor Presidente.
Que no se
diga que los periodistas respiran por la herida porque supuestamente Correa los
obligó a cambiar. El alzheimer selectivo o intermitente de los amigos o
conocidos del Gobierno no puede generalizarse. Que se revisen los textos y los
actos. Que se mire lo que hizo el periodismo ecuatoriano antes de que Correa
llegara al poder para modernizarse, para profesionalizarse, para servir mejor a
sus audiencias. Que no se cambie la biografía de periodistas que fueron
amenazados o perseguidos por otros poderes políticos y que nunca consideraron
que el nivel del periodismo ecuatoriano era óptimo. Eran críticos con su oficio
y lo estaban transformando.
Lo que
esos periodistas siempre dijeron –y ahora hasta en el desempleo seguirán
diciendo– es que el poder político nunca mejorará al periodismo. Cuando
interviene es para volverlo su vasallo. De ahí su interés por asfixiar los
medios independientes de sus designios, en la forma que sea. El periodismo no
está mejor bajo Correa: es un oficio que en Ecuador languidece.
Los defensores de esa indignidad se
muestran contritos en privado. Eso se llama medrar del poder y exculparse por
su vileza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario