(Símil Publicado en Diario El Tiempo)
Caramba, hasta esto hemos llegado. Y francamente había venido
evitando escribir sobre este asunto por evitar innecesarias discusiones. Sin
embargo, cuando la conciencia aprieta la pluma debe responder. Y es que el
sagrado deber de respetar los símbolos patrios y el saludable respeto inherente
a las magistraturas del Estado, sea quien fuere el ciudadano que
transitoriamente las ostente, se ha ido transformando, gradual y
progresivamente, en una suerte de culto a la personalidad que ya no encuentra
asidero en los espíritus libres.
Y este culto, a su vez, ha ido dando paso a una solemnidad
ceremoniosa y protocolar a la que todos debemos asistir con gesto adusto. La
voz baja. La mirada baja. Nada de bromas en presencia del líder supremo. Nada
de murmuraciones que pudieran dañar el dogma de la sagrada Revolución. Jamás
una crítica al líder y mentor. Respeto. Y silencio sobre todo. Mucho silencio.
Y yo le pregunto, ¿Acaso todo esto no le recuerda algo? Si.
Precisamente. Nos recuerda los oscuros templos del oscurantismo y los viejos
foros del Reich. Sabe un poco a cuarteles, rejas y capuchas. Evoca pues,
duélale a quien le duela, las tiranías absolutistas que han oscurecido nuestra
historia. El miedo, la vanidad y el odio de los viejos dictadores. Trae a la
memoria la sombra del miedo por decreto que los viejos aún recuerdan.
¿Es que estamos ya en ese lugar? No. No lo estamos pues, de ser
así, yo no podría escribir estas líneas. Sin embargo estamos asistiendo a la
siembra de un germen oscuro y ciertamente triste será el día de la cosecha.
¿Por qué lo sé? Pues porque la historia nos muestra que el camino empieza así
precisamente: creando el culto. Perdiendo la capacidad de reírnos de nosotros
mismos. De tomar con humor nuestros complejos y simplezas.
Y lo digo porque lo que ha sucedido esta semana con el “Crudo
Ecuador” es solamente el reflejo de un problema fundamental que recién está
echando raíces. ¿Es que no lo vemos? ¿Es que no resulta preocupante que ya no
podamos siquiera tolerar la sátira y la ironía? Pues bien, Alfonso Ussía solía
decir que “…donde no hay sentido del humor hay dogma". Y sabemos que donde
hay dogma hay doctrina. Y donde hay doctrina hay sumos sacerdotes y fanáticos.
Y hay, también, tiranos y déspotas.
Y es por eso, precisamente, que los que escribimos debemos
hacerlo con pluma categórica y frontal. Con pulso firme. Con coraje algunas
veces, y otras tantas con humor e ironía. Con frases certeras y argumentos
sólidos que lo aborden todo sin complejos de culpa ni temor al poder. Sin
preocupaciones por perder el puesto o convertirse en blanco del insulto y el
odio del caudillo. Con sabiduría y amor. Con pasión. Con profundo humanismo. ¡Y
con humor también! Con un humor provocador, irreverente y desafiante. Que llame
a la reflexión sobre la necesidad de seguir creyendo sin pruebas en la justicia
y la pluma de los hombres libres. Lejos del discurso oficial que ha cauterizado
la opinión pública. Lejos del fanatismo irascible que confunde la crítica
franca con la traición.
Hombres de letras…. ¡Que nunca se diga que callamos ante el
partido único! ¡Que nadie nos acuse, jamás, de desviar la mirada a la hora de
la corrupción! Que la pluma, que algún día con los años se detendrá, lo haga
sin arrepentimientos. Que continúa invocando a la justicia esquiva. Hostigando
a los chacales del populismo y las grandes fortunas que se gestaron en el
bolsillo del pueblo. Retando la falacia de la “injuria” que el poder inventa
para perseguir a gusto a los que le cantan las verdades y le desenmascaran las
vilezas. Denunciando. Desmintiendo. Combatiendo. Escribiendo frases afiladas
como estiletes que se sientan como latigazos en la espalda de los esbirros. De
los que caminan con la cabeza baja. De los que olvidaron que, ellos también,
formaron un día en la línea de los combatientes de la izquierda.
¿Será que a algunos no les gusto? Pues bien. Solía decir
Nietzsche que “…la fortaleza del
espíritu se mide por la cantidad de verdad que está en capacidad
de soportar”. Ahora bien.
Veamos cuanto aguantan….
ANDRÉS
F. UGALDE VÁZQUEZ
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