martes, 13 de enero de 2015


El correísmo los prefiere mercantilistas…

Escrito por Roberto Aguilar

En 1999 los principales periódicos ecuatorianos investigaron la crisis bancaria y señalaron a los culpables; establecieron el funcionamiento del mecanismo de créditos vinculados y desenmascararon la trama de corrupción que condujo al país al desastre financiero. Hay que decirlo para que los más jóvenes se enteren y para que los mayores refresquen la memoria, quizás atrofiada a estas alturas por los perniciosos efectos de un aparato de propaganda especialista en falsificar la historia y en inventar patrañas. Y hay que repetirlo para que se grabe en las cabezas, así que ahí va de nuevo: en 1999 los principales periódicos ecuatorianos investigaron la crisis bancaria y señalaron a los culpables; establecieron el funcionamiento del mecanismo de créditos vinculados y desenmascararon la trama de corrupción que condujo al desastre financiero. No fue fácil. Diario El Comercio publicó los resultados de su investigación en una serie de entregas especiales que sacudió al país, pero los banqueros corruptos involucrados en la crisis activaron, para detenerlo, todas sus capacidades de presión incluidas algunas de corte más bien mafioso. Hubo periodistas de la sección económica de ese diario que fueron amenazados y durante un buen tiempo necesitaron la protección de guardaespaldas. Pero ni ellos ni la dirección del diario se quebraron y lo que tenía que publicarse se publicó. Eso de que los medios privados fueron cómplices de la banca corrupta es una cerdosa mentira. La verdad es que en 1999 el país pudo conocer los entretelones de la crisis gracias al coraje de la prensa escrita.
Al mexicano Ángel González, nuevo dueño de El Comercio según todos los reportes, habría que preguntarle si conoce esta historia; o si le importa. Y si estaría dispuesto a soportar ese tipo de presiones políticas con amenazas de por medio para sostener una verdad periodística hasta las últimas consecuencias; o si transaría. Y al presidente Rafael Correa habría que preguntarle si le gusta más así o como era antes. Preguntas retóricas con respuestas evidentes.
González tiene un imperio de medios de comunicación en América Latina: una treintena de canales de televisión, decenas de radios, salas de cine y una cadena de distribución de películas y contenidos enlatados, sin contar con los restaurantes y otros negocios, entre los cuales figura un equipo de fútbol en Guatemala que lleva el ocurrente nombre de Comunicaciones. Él dice que lo suyo es la industria del entretenimiento, pero basta con preguntarle al dios Google para encontrar su nombre vinculado con manejos políticos poco claros en varios países.
En junio de 2013, cuando la Asamblea Nacional aprobó la versión definitiva de la Ley de Comunicación, había buenas razones para suponer que la sección ecuatoriana del imperio de Ángel González estaba a punto de ser desmantelada. Para empezar, en esa época el mexicano ya tenía en el país al menos dos canales de televisión de alcance nacional y trece emisoras de radio (cinco en Quito y siete en Guayaquil), y el artículo 113 de la ley prohíbe directamente semejante concentración de propiedad. En segundo lugar, sus negocios no relacionados con la comunicación (cadenas de restaurantes, como se dijo, y un equipo de fútbol que no por llamarse Comunicaciones se convierte en una empresa mediática) lo inhabilitan para ser titular de más del 6 por ciento de acciones en un medio, según la misma ley. Finalmente, el artículo 6 prohíbe expresamente a los extranjeros no residentes en el Ecuador (y González vive en Miami) ejercer cualquier tipo de propiedad (“en todo o en parte, de forma directa o indirecta”) de medios de comunicación en el país. Así las cosas, los días de González en el Ecuador parecían contados.
Pero no. El mexicano tiene amigos poderosos en el Ecuador correísta, así que puede pasarse la ley de comunicación por el forro. Su red de medios en el país no sólo que no fue desmantelada sino que comenzó a crecer. Para fines de 2013 no había una persona con un cargo directivo en los medios que no supiera que Ángel González estaba negociando la compra de Teleamazonas. El Comercio vino después. Y lo cierto es que el Gobierno, altivo y soberano como él solo, en lugar de impedírselo le facilitó las cosas. En enero de 2014, la secretaría jurídica de la Presidencia parió una auténtica obra de arte de la sinuosidad correísta que hizo feliz a Ángel González: el reglamento a la ley de comunicación, que le permitió hacer lo que la ley de comunicación le había prohibido: comprar medios en el Ecuador. ¿Cómo? ¿Un reglamento puede reformar una ley? No, claro, pero este es el Estado correísta y siempre se puede contar con un Alexis Mera capaz de rizar el rizo de forma surrealista. En este caso lo que se hizo no fue una reforma propiamente dicha sino una aclaración según la cual, “en virtud del orden jerárquico de aplicación de las normas”, la prohibición estipulada en el artículo 6 de la ley de comunicación no se aplica a los extranjeros que provengan “de los países que hayan suscrito acuerdos o convenios de cooperación comercial o de complementación económica” con Ecuador. Por ejemplo… ¡México! Caramba, qué coincidencia. Sólo les faltó poner el nombre de González. ¿No es genial? El correísmo no sólo es capaz de reformar una ley por medio de un reglamento sino que lo hace “en virtud del orden jerárquico de aplicación de las normas”. Más que un argumento jurídico parece una llave de karate.
Ahora resulta que al mexicano González parece permitírsele lo que cualquier empresario ecuatoriano tiene estrictamente prohibido: comprar todos los medios de comunicación que pueda pagar sin que se le exija desembarazarse de sus otros negocios y sin que el aparato de control de medios montado por el correísmo diga ni pío. Y como el propio correísmo se ha encargado de convertir a los medios en negocios inviables (cerrando sus fuentes de financiamiento, poniendo trabas a la inversión privada en empresas mediáticas, boicoteando sus procesos de recapitalización, fomentando la competencia desleal de los medios estatales, convirtiendo, en fin, la vida del empresario de medios en un infierno) no es difícil encontrar en el Ecuador medios en venta. Para alguien como González, cuya fortuna se calcula en billones de dólares, no son caros.
Comprar El Comercio, por ejemplo, resulta más barato que construir el edificio de Unasur. Tal cual. 45 millones acaba de desembolsar González. Considérese que el ingenio EQ2 se vendió en 133 millones; Industrias Tony, en alrededor de 400 millones. La Compañía de Cervezas Nacionales cuesta sobre los 800 millones. Holcim Ecuador S.A., cerca de 1.200 millones. Y que conste que El Comercio es el segundo diario más grande del país. Habría que preguntar dónde están los Murdoch criollos de los que ha venido hablando el correísmo por espacio de ocho años, dónde los poderosísimos buitres de la prensa mercantilista capaces de desestabilizar a un gobierno con su poder económico. Si algo demuestra la venta de El Comercio es que los medios, en el Ecuador, son empresas medianas tirando a chicas. Si se piensa que la demanda a título personal de Rafael Correa contra diario El Universo incluía un pedido de indemnización de 80 millones de dólares por daños y perjuicios, está claro que lo que pretendía el Presidente era destruir ese diario. O por lo menos dejar sentada su capacidad de hacerlo, cosa que hoy en el Ecuador nadie pone en duda (a ver si hay quien se atreva a invertir en los medios después de eso, alguien que no sea un empresario mexicano radicado en Miami y con amigos poderosos).
Cuando los directivos de diario El Comercio comunicaron a sus periodistas sobre la venta del diario, los tranquilizaron con una promesa: no habrá despidos y no habrá cambios en la política editorial. Lo primero no es difícil de ofrecer cuando se sabe que los empleados más incómodos irán renunciando por iniciativa propia. En cuanto a lo segundo, mantener una política editorial no significa mucho después de haberla conducido a su vaciamiento. Si mantener la política editorial del diario significa que los abogados conservarán su poder de veto sobre los editores, es seguro que Ángel González podrá convivir con eso. Después de todo, ocho años de provocación y propaganda correísta han conseguido meter tanto miedo en las redacciones que ya no queda mucha política editorial que defender casi en ningún sitio.

Después de todo lo ocurrido ya ni cuesta darle la razón al Gobierno cuando afirma que en el Ecuador hay libertad de expresión. Concedamos que sí, que la hay. Lo que no hay es medios de comunicación para ejercerla. ¿También se va alzar González con Teleamazonas? Luego del cierre de diario Hoy, la venta de El Comercio deja una situación absolutamente inédita: por primera vez en la historia republicana la capital del país se ha quedado sin prensa escrita. Así de soberano es el Ecuador de Rafael Correa. La guerra del Gobierno contra el periodismo, su ley de comunicación, sus presiones, sus aparatos de control han llevado a esto: a que los medios que en el pasado defendieron causas ciudadanas vayan a parar a manos del rey de los contenidos enlatados y el entretenimiento barato. González es más cómodo para el correísmo que cualquier otro pues un empresario más interesado en el dinero que en el periodismo es alguien con quien sí se puede negociar. Y mientras eso ocurre, los escritores mercenarios que engordan en los medios oficiales todavía tienen el desparpajo de llamar con desprecio “mercantilistas” a los medios independientes que no hace mucho les dieron de comer. Cuando esto haya terminado alguien tendrá que pedirles cuentas por tanto cinismo y tanta falta de vergüenza.

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