viernes, 16 de enero de 2015


Por Roberto Aguilar
·         Manifiesto
– 1 –
La Supercom está procesando a Bonil por dos morfemas: tin y ton. Los semiólogos de las intendencias que vigilan y controlan a los medios los encuentran culpables de “establecer una referencia extratextual” ofensiva y discriminatoria contra el legislador correísta y ex astro del futbol Agustín ‘el Tin’ Delgado, en la caricatura publicada por El Universo el 5 de agosto de 2014. Más exactamente: el morfema “ton” califica de forma peyorativa al Tin.

La conclusión de los semiólogos es que Bonil se burla de Agustín Delgado porque fue pobre. Si Agustín Delgado hubiera sido igualmente pobre pero fuera chino, la caricatura muy probablemente sería idéntica pero los semiólogos no tendrían manera de llegar a ese resultado. El punto está en que Agustín Delgado es negro. O sea que no hay derecho. Aquí se explayan los semiólogos para dar cuenta de un largo “proceso histórico” de “exclusión económica y sociocultural” marcado por fenómenos de “estigmatización y estereotipo” que vinculan a los negros “con la precariedad y la pobreza”. Todo muy cierto. Y reseñan cómo, a pesar de representar el 5 por ciento de la población del Ecuador, su participación en el sistema democrático “se ha limitado al plano del sufragio universal como derecho ciudadano individual, más (sic) no en el campo de la representación y de la elección política directa”. Tanto es así que los negros (“afroecuatorianos”, dicen con exquisito escrúpulo) permanecieron “no sólo como una minoría étnica sino también como una minoría política”. Esto fue así, dicen, “hasta la conformación de la nueva Asamblea Nacional”. Desde entonces, cabe suponer, todos somos negros, así que no estamos para soportar morfemas peyorativos de nadie. El Tin no es un politicastro, nomás un astro.
Siéntese jurisprudencia: no se le puede llamar “pobretón” a un negro. A cualquier otro pero no a un negro. Lo que prescriben los semiólogos, en resumidas cuentas, es que a los negros hay que tratarlos como negros, es decir, con exquisito escrúpulo. No se puede hablar con uno sin tener presentes cuatro siglos de historia de las relaciones interétnicas. En fin, una sarta de malentendidos muy pero muy racistas. Si Bonil fuera negro, la caricatura muy probablemente sería idéntica y los semiólogos no tendrían manera de acusarlo de discriminación. Probablemente le imputarían el delito de ser un Tío Tom. Tim Tom.
Que el correísmo tenga que importar semiólogos desde Venezuela para pergeñar semejantes despropósitos es una tomadora de pelo. Semiólogos, además, que todavía creen en los mitos de su oficio. Mito: el lenguaje es universal y transparente. Supone que las connotaciones semánticas descubiertas en el análisis de morfemas y lexemas practicado en la intendencia son aplicables a todas las personas por igual: las intenciones discriminadoras del sufijo “ton” encontradas en el laboratorio de la Supercom se hallan necesariamente en la cabeza de Bonil, quien tiene que ser castigado por ello. A Roland Barthes –que nunca fue semiólogo de intendencia, le bastó con ser un ciudadano– le preocupaba encontrar el mito de la transparencia y universalidad del lenguaje aplicado con frecuencia, precisamente, en los tribunales. La justicia, escribió, “está siempre dispuesta a prestarnos un cerebro de repuesto para condenarnos sin remordimiento”.
La verdad es que este caso estuvo resuelto aún antes de que la caricatura cayera en manos de los semiólogos. Estuvo resuelto, exactamente, el sábado 9 de agosto, cuando Rafael Correa dictaminó en su kermés de televisión: Bonil es un racista. Como cualquier funcionario de este Gobierno que aspire a conservar su puesto, los semiólogos de la Supercom no podían sino mantenerse fieles a ese libreto. Y ante la falta de pruebas materiales para acusar a Bonil de racista recurrieron a las pruebas “extratextuales”, es decir, mentales. ¿Dónde encontrarlas sino en la mente de los propios acusadores? Al fin y al cabo, son ellos quienes se conducen como si a un asambleísta negro hubiera que tratarlo como a un negro asambleísta. Es curioso que Bonil sea juzgado por lo que su caricatura no dice y que el proceso no haga la más mínima alusión a lo que dice. Para recordar de qué trata la caricatura, siempre vale la pena volver a mirar el famoso discurso de Agustín Delgado en la Asamblea.
Ahora sólo queda, como decía Barthes, el miedo que nos amenaza a todos: “ser juzgados por un poder que sólo quiere entender el lenguaje que él mismo nos presta”. Todos somos Bonil en potencia, acusados privados de lenguaje, juzgados de acuerdo al lenguaje de nuestros acusadores. “Robar a un hombre su lenguaje en nombre del propio lenguaje: todos los crímenes legales comienzan así”, concluye Barthes. Los semiólogos suelen ser sensibles a este tipo de razones pero estos sólo leen informes. De intendencia.
– 2 –
¿Qué entiende el presidente de la República por “hacer política”? Según sus propias declaraciones debe ser algo muy malo. Que alguien vaya por ahí “haciendo política” es un espectáculo que lo irrita. En el estado correísta de propaganda se sobreentiende que la política es él, y en su presencia, hasta los mítines políticos deben disfrazarse de otra cosa.
Es lo que ocurrió el domingo pasado con el acto organizado por la Alianza Francesa de Quito para rechazar el terrorismo y rendir homenaje a los asesinados periodistas de Charlie Hebdo. Ese mismo día y por idéntico motivo una multitud marchó por las calles de París. La precedía medio centenar de líderes mundiales, incluidos los jefes de Estado de media Europa. Pero no se vaya a pensar que su presencia ahí obedecía a motivos políticos de ningún tipo, qué va. Se juntaron porque se quieren bien y se han visto poco. Concluida la marcha se dirigieron al Elíseo, donde se pusieron al día, intercambiaron chascarrillos, comieron quesos y bebieron vino como buenos camaradas. Ellos no son gente que vaya por ahí haciendo política, no.
En la Alianza Francesa todo marchaba de la mejor manera posible: se colgaron carteles con frases alusivas a la libertad de expresión (“La liberté d’expression n’est pas morte”), se corearon consignas de rechazo al terrorismo, se enarbolaron banderas con el lema de la República Francesa (“Liberté, égalité, fraternité”), en fin, nada político. Hasta que llegó Bonil, esa rata racista, para echarlo todo a perder. Su sola presencia hirió la exquisita sensibilidad del Presidente, quien no pudo sino lamentarlo profundamente: “se presentó un caricaturista criollo –dijo– haciendo política, con un letrero acusando al Gobierno”. ¡Qué tipo tan inconveniente! ¿Acaso cree que el hecho de encontrarse en un mitin en defensa de la libertad de expresión le da derecho a expresarse libremente? ¡Vaya ocurrencia!
Menos mal que una ciudadana francesa, Florence Baillon, auténtica patriota imbuida de los valores republicanos que su país representa ante el mundo, se lo hizo entender de manera terminante. “Esto no es un acto político”, le dijo cuando Bonil intentó fotografiarse junto al cartel de marras. No se lo permitió, claro. Baillon fue funcionaria del ministerio de Cultura, es correísta por relación de afinidad (está casada con el parlamentario andino Patricio Zambrano, de PAIS) y permaneció a dos puestos del Presidente cuando éste pronunciaba su apolítico discurso.

Hay que decir, en honor a la verdad, que el cartel no lo llevó Bonil. Él llegó con las manos vacías y fue recibido por François Gauthier, embajador de Francia, con efusivo y cordial saludo. Fueron unos jóvenes no identificados quienes, en un momento dado, desplegaron la tela negra escrita con letras blancas e invitaron a Bonil a posar junto a ella. Decía: “En este país, la crítica y sátira también son cailladas (sic), no por el terrorismo sino por el gobierno”. El periodista Marlon Puertas publicó su foto en el tuiter.

¿Cailladas? Habrá que preguntarles a los semiólogos de la Supercom, pero a primera vista parece una falta de ortografía que ningún hispanohablante cometería; eso pudo haber sido escrito, en cambio, por un francés, un mal vástago de su patria. Caillados y avasaillados deberían ser los perpetradores de semejante mensaje desconsiderado que jamás debió ver la luz sobre esta tierra. Así lo entendió la Alianza Francesa. Por eso una funcionaria de esa institución telefoneó oportunamente a la redacción de El Universo para pedir que la foto del cartel no fuera publicada pues el acto “no era político”. Hay que felicitar a la Alianza Francesa de Quito por el celo demostrado a la hora de difundir los valores republicanos de su país, tan enemigo de la ilustración como de la crítica. ¡Así se hace!

Al final todo se resume en que el presidente de la República, faltaría más, volvió a tener la razón: el atentado terrorista contra Charlie Hebdo no tiene nada, pero nada que ver con la libertad de expresión. De hecho la libertad de expresión no tiene nada que ver con nada. Más aún: la libertad de expresión no existe. Bonil, politiquero mala fe, quedó meando fuera del tarro, como se merecía por caricaturista criollo (“criollo”: qué lexema tan oportuno y de connotaciones tan apreciativas e incluyentes; los semiólogos de la Supercom deberían recomendar su uso a todos los ecuatorianos). Por eso a la hora de despedirse, el embajador de Francia, como le cabe a todo buen republicano, le puso la cara de palo. Bien hechito. Tontín. Ton-tín.

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