domingo, 1 de julio de 2018

Cosas del fútbol



Aurelio Maldonado Aguilar
No termina el fervor de la clasificación heroica Argentina y se me vienen recuerdos relacionados con el deporte rey, pasión y preocupación actual. Hace 40 años estudiaba mi especialidad médica en el gran Bs As, residente en un hospital privado muy exclusivo que era o es el Italiano, época que dictaduras salvajes y criminales desaparecían disidentes y estudiantes frecuente y cruelmente sojuzgando con sus botas al pueblo inerme y desvalido que no podía sacarse de encima la turba criminal de dictadores militares y me tocó ser parte del staff médico que trató un personaje que ya, para la época, era famoso e idolatrado. En el año 80 Diego Armando Maradona estaba encamado y seguía nuestras reglas como paciente.
Para evitar tumultos y prensa, directivos reservaron un ala exclusiva para nuestro importante paciente. Guardias lo incomunicaban y protegían de abrazos de fanáticos que enterados de su ingreso, formaban filas en espera de conseguir colarse y hablar con el futbolista o lograr su autógrafo. Era famoso y se percibía ya su fortuna por esos tufillos de nuevo magnate. Su mujer, pequeñita e insignificante ya era rubia dorada y sus uñas pintadas y dedos enjoyados se movían con aires estudiados y postizos. Una patología simple que cualquier cristiano soporta con ayuda antibiótica sin mayores aspavientos, en ese hombre pequeñito, musculoso de pelo ensortijado, tímido y que a duras penas se lograba sacar palabras y sonrisas, significaba toda una conmoción. Cómo no podía ser si sus piernas ya valían millonadas y los equipos ofrecían bicocas por ser dueños de su pase.
Tres días pasó en nuestras manos y claro, los únicos autorizados a llegar a su cama fuimos los médicos de ORL que obnubilados por su fama pedíamos en recetarios, simples hojas, camisetas, su firma, para muchos, tesoro incalculable. Mi autógrafo me acompañó por algunos años pero llegó un momento en que cosas irracionales pasaban con el astro. Fanáticos y enloquecidos formaron una religión especial que llamaban “maradoniana” y cirios y fotografías suyas fueron reverenciados como un dios nuevo al que pedían dádivas y milagros. Desde luego no es extraño en los hombres formar una religión con personajes que creen milagrosos, pues estamos inundados de estas bagatelas de fe, en intrincada suerte de profetas y Mesías como Cristo, Vírgenes, Ala, Jehová, Mahoma, que la gente necesita para alivianar su vida. En estas circunstancias, el pobre hombre producto de una villa miseria que tenía habilidad portentosa en sus pies, perdió su norte y la fama lo atropelló como un tsunami. La droga fue el camino.
Poco a poco perdió toda dignidad y llegó a la miseria de la que se levantó varias veces gracias a su famosa y monumental facilidad para jugar y ser considerado, con justicia, el mejor futbolista de todos los tiempos. Sabandijas y rémoras vivían a sus anchas y fueron los encargados de poner cocaína en sus narices hasta convertirlo en lo que es hoy, un balbuciente y casi descerebrado atorrante infaltable en entrevistas y estadios. Mi papel con su firma y autógrafo, aquella que me estampó cuando fue mi paciente, ya no significaba nada para mí. No quiero ni debo tener algo que venga de una persona que no hace otra cosa que mostrar la lacra de un hombre en manos del vicio, de tal manera que la destruí un cierto día, pues no es más un ídolo, no es más una persona que pueda significar ejemplo y ruta a seguir para mi ni nadie. Hoy lo vi por satélite en el juego que los gauchos pasaron el escollo, saliendo en brazos y prácticamente inconsciente del estadio donde bailó, insultó, se adormiló y mostró señales obscenas y procaces. Cerca está el día en que la droga termine con el mejor jugador de fútbol del mundo y de todos los tiempos. Pobre ídolo de barro. Bien hice años atrás en romper su autógrafo. (O)

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