Correa no logra huir del infierno
Obnubilado por la autopromoción publicitaria de su gobierno, al expresidente le debe costar trabajo darse cuenta del reguero de resentimientos y odios que dejó tras su paso por la política. Embelesado con una imagen construida como dentífrico, únicamente tiene cabida psicológica para los halagos. Desde esta lógica, las huevizas con que lo recibieron en la última campaña electoral pueden ser atribuidas a la perversa estrategia de algunos enemigos insignificantes, más no a la animadversión colectiva.
17 de julio del 2018
POR: Juan Cuvi
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
Todos los im-plicados tendrán que presen-tarse ante la autoridad en igualdad de condi-ciones, como simples ciuda-danos involu-crados en un incidente callejero. Es decir, en un inci-dente público (hay que reite-rarlo hasta el infinito)".
Tal vez ahora Rafael Correa esté tentado de abrir un libro de historia. Porque necesita entender lo que significa la política, con su transitoriedad y sus caprichos. Únicamente así podrá enfrentar el tránsito del boato presidencial a la rutina ciudadana.
Amén de los detalles del incidente con el periodista lojano Ramiro Cueva, y de los eventuales trámites legales en una comisaría belga luego del pugilato callejero, a lo que asistimos es al conocido escenario de los desagravios ciudadanos por mano propia. Lo que en la nomenclatura actual se denomina escrache.
Obnubilado por la autopromoción publicitaria de su gobierno, al expresidente le debe costar trabajo darse cuenta del reguero de resentimientos y odios que dejó tras su paso por la política. Embelesado con una imagen construida como dentífrico, únicamente tiene cabida psicológica para los halagos. Desde esta lógica, las huevizas con que lo recibieron en la última campaña electoral pueden ser atribuidas a la perversa estrategia de algunos enemigos insignificantes, más no a la animadversión colectiva.
Por esa visión distorsionada de la realidad, Correa se quedó impávido cuando el periodista Cueva le increpó por los atropellos cometidos en contra de su medio de comunicación. Porque el reclamo fue sorpresivo y público: es decir, sin que medien formalidades, y en un espacio neutro donde todos estamos obligados a respetar el derecho ajeno. Por ejemplo, el derecho a reclamar por una injusticia.
A diferencia del Ecuador del correato, donde el poder se imponía arbitrariamente en todas partes, en Bélgica el espacio público está sometido a reglas universales. Como aquella de que todos somos iguales ante la ley. Luego del escándalo público de marras, todos los implicados tendrán que presentarse ante la autoridad en igualdad de condiciones, como simples ciudadanos involucrados en un incidente callejero. Es decir, en un incidente público (hay que reiterarlo hasta el infinito).
No se sabe en qué terminará el enfrentamiento una vez que sea procesado por las autoridades belgas. Si, tal como lo afirma Cueva, se confirma que fue agredido físicamente, la situación se complica para el expresidente y sus guardaespaldas. Dudo que la sociedad belga justifique una reacción pendenciera y camorrista en contra de un periodista. Por más impertinente que este pueda haber sido.
Pero más graves son las contingencias que pudieran presentársele al exmandatario. Es decir, los posibles escraches de los perjudicados por su autoritarismo. El reclamo de Ramiro Cueva es, a no dudarlo, la punta del iceberg de una animosidad más extendida de lo que los correístas obtusos suponen. Son las tempestades de los vientos sembrados.
Correa creyó que poniendo un océano de por medio podía huir del infierno que se construyó en el Ecuador. Tampoco entendió que la globalización tiende puentes insospechados. Como el GPS con que ubicaron su vivienda en Lovaina.
Amén de los detalles del incidente con el periodista lojano Ramiro Cueva, y de los eventuales trámites legales en una comisaría belga luego del pugilato callejero, a lo que asistimos es al conocido escenario de los desagravios ciudadanos por mano propia. Lo que en la nomenclatura actual se denomina escrache.
Obnubilado por la autopromoción publicitaria de su gobierno, al expresidente le debe costar trabajo darse cuenta del reguero de resentimientos y odios que dejó tras su paso por la política. Embelesado con una imagen construida como dentífrico, únicamente tiene cabida psicológica para los halagos. Desde esta lógica, las huevizas con que lo recibieron en la última campaña electoral pueden ser atribuidas a la perversa estrategia de algunos enemigos insignificantes, más no a la animadversión colectiva.
Por esa visión distorsionada de la realidad, Correa se quedó impávido cuando el periodista Cueva le increpó por los atropellos cometidos en contra de su medio de comunicación. Porque el reclamo fue sorpresivo y público: es decir, sin que medien formalidades, y en un espacio neutro donde todos estamos obligados a respetar el derecho ajeno. Por ejemplo, el derecho a reclamar por una injusticia.
A diferencia del Ecuador del correato, donde el poder se imponía arbitrariamente en todas partes, en Bélgica el espacio público está sometido a reglas universales. Como aquella de que todos somos iguales ante la ley. Luego del escándalo público de marras, todos los implicados tendrán que presentarse ante la autoridad en igualdad de condiciones, como simples ciudadanos involucrados en un incidente callejero. Es decir, en un incidente público (hay que reiterarlo hasta el infinito).
No se sabe en qué terminará el enfrentamiento una vez que sea procesado por las autoridades belgas. Si, tal como lo afirma Cueva, se confirma que fue agredido físicamente, la situación se complica para el expresidente y sus guardaespaldas. Dudo que la sociedad belga justifique una reacción pendenciera y camorrista en contra de un periodista. Por más impertinente que este pueda haber sido.
Pero más graves son las contingencias que pudieran presentársele al exmandatario. Es decir, los posibles escraches de los perjudicados por su autoritarismo. El reclamo de Ramiro Cueva es, a no dudarlo, la punta del iceberg de una animosidad más extendida de lo que los correístas obtusos suponen. Son las tempestades de los vientos sembrados.
Correa creyó que poniendo un océano de por medio podía huir del infierno que se construyó en el Ecuador. Tampoco entendió que la globalización tiende puentes insospechados. Como el GPS con que ubicaron su vivienda en Lovaina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario