miércoles, 25 de julio de 2018

Ahora sí Rafael Correa se pasó

  en La Info  por 
¿Hay palabras para calificar la actitud de Rafael Correa? No alcanza cínico, no basta caretuco. Ahora pide medidas cautelares en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos; la misma institución a la cual negó competencia y legitimidad para emitir ese tipo de medidas. Y cuando la CIDH lo hizo, a favor de sus opositores, sistemáticamente las desconoció. Los persiguió incluso en pleno uso de esas medidas.
El caso de Correa es paradójico, pero tampoco ese adjetivo consigue describir su conducta. Como presidente pasó años (él, su canciller, sus embajadores, sus asambleístas, su gobierno, el Estado) librando una verdadera guerra contra la CIDH. Catalina Botero, ex relatora Especial para la Libertad de Expresión de la CIDH, recuerda que la presión de Correa fue de tal envergadura que logró que se revise el reglamento de la Comisión y reducir el alcance de las medidas cautelares.
La CIDH fue sin duda la institución internacional más atacada, más denostada, más satanizada por el correísmo. Fue mostrada como un brazo siniestro del imperio y los gobiernos reaccionarios dizque para atacar a los regímenes supuestamente progresistas. Fue señalada como el mejor instrumento de fuerzas oscuras para atentar contra la soberanía de países dignos y altivos. Correa no solo puso empeño: puso el tono y la forma para tratar de destruir la mayor institución defensora de los derechos humanos en el continente. Puso los medios del Estado. Puso el aparato de propaganda. Puso el discurso enardecido y altisonante. Puso a sus asambleístas para que, en coro, criticaran a los ecuatorianos que pidieron la intervención de la CIDH o acudieron ante ella.
¿Puede todo ese mundo tan altivo y soberano mirarse hoy al espejo? ¿Acaso pedir  la intervención de la CIDH fue un acto indigno y antipatriota por parte de sus críticos y perseguidos y es hoy una acción revolucionaria de su líder? Por supuesto, hasta el abogado de Correa, Caupolicán Ochoa, dice hoy que lo que quieren es ir a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, como si para ese trámite los particulares no tuvieran que pasar primero por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. El mismo abogado de Correa, que ganaba todos los juicios por ser el abogado de Correa, decía que acudir a la CIDH era “conspirar contra la seguridad jurídica a la cual aspiramos todos los ecuatorianos”. ¿Hay palabras para calificar la actitud de Caupolicán Ochoa?
Correa tiene todo el derecho de acudir a la CIDH para pedir medidas cautelares argumentando que sus derechos están en peligro ante los procesos penales que, contra él, se han abierto en Ecuador. Pero este caso lo desnuda, otra vez, ante la opinión pública nacional e internacional. Lo muestra como un político sin convicción profunda alguna. Gobernado enteramente por sus pasiones y odios. Preso de las coyunturas. Un ser sin escrúpulos que interpreta la ley y mira las instituciones, incluso las internacionales, según las ventajas que puede sacar de ellas. ¿Llamarlo farsante lo describe? ¿Lo abarca tildarlo de impostor? Un ser alucinado que negó a otros seres humanos, lo que hoy reclama para él. En la misma instancia. Ante las mismas personas.
El espectáculo dado por Rafael Correa es triste. Parece irreal. Es, como en Hamlet, un drama en el drama. Hoy Correa parece un fantasma de sí, un ser que se de-construye. Él no va a la CIDH porque cree en su tarea o porque coincide con los principios que esa Comisión preconiza y defiende. Va a la CIDH, torciendo el cuello a todo lo que hizo y dijo en su contra durante su gobierno, porque no sabe adónde más acudir para ponerse al abrigo de la justicia. Porque teme, como dice en el texto que entregó a la CIDH, sufrir daños irreparables a sus derechos. ¿Qué derechos? Su libertad personal y de circulación. Es decir, ir preso. Tampoco dirá que obligó a algunos de sus opositores a acudir ante la CIDH por supuestos delitos de opinión, cuando él debe responder por algunos delitos contra el Estado y algunos de sus ciudadanos; entre ellos por asociación ilícita y secuestro.
Cínico, caretuco, farsante, impostor… Faltan palabras para abarcarlo. Faltan palabras para describir, sin ánimo de ofender, el espectáculo triste que protagoniza Rafael Correa.

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