Aurelio Maldonado Aguilar
Por AGN -19 julio, 201822
Desde muchacho frecuenté la ruta de aventura por cerros y como punto final, las Quimsacochas. Primero en moto con un grupo de alegres aventureros, que sin mayor temor enfrentábamos el frío pajonal. Luego fueron cabalgatas hermosas donde el frío viento bruñía las mejillas y respirando un aire purísimo que entraba por las narinas en acción vivificante y grata, una vez expelido, terminaba formando pequeñas gotitas heladas que se asimilaban al bigote. La inmensidad fría y el sonido del pasitrote acompasado de los caballos que con resuellos también disfrutaban del viaje, proporcionaba esa sensación única de libertad y de ser intrépidos colonizadores de montaña. Recorrido mucho trecho y llegada la hora, desflorábamos morrales y compartíamos alimentos con la sencillez del manantial, que rico, siempre aportaba de sus dones en bocados de friísima agua pura y cristalina. La última cabalgata fue muy triste. Junto a los manantiales y vertientes de la zona, como verdugos insolentes y maléficos en busca de oro y minerales y con licencia para ello, se formaban en hilera algunos motores que rompían el cielo con estridentes escapes y lagrimeaban gotas de negro aceite y combustible, depredando el suelo y volviendo yermo el sitio circunvecino. En las pequeñas posas del humedal se podía comprobar con facilidad la presencia del enemigo contaminante, el aceite, que en su imposibilidad de juntarse con el agua, tornasolaba en la superficie bajo los rayos del sol.
Desde muchacho frecuenté la ruta de aventura por cerros y como punto final, las Quimsacochas. Primero en moto con un grupo de alegres aventureros, que sin mayor temor enfrentábamos el frío pajonal. Luego fueron cabalgatas hermosas donde el frío viento bruñía las mejillas y respirando un aire purísimo que entraba por las narinas en acción vivificante y grata, una vez expelido, terminaba formando pequeñas gotitas heladas que se asimilaban al bigote. La inmensidad fría y el sonido del pasitrote acompasado de los caballos que con resuellos también disfrutaban del viaje, proporcionaba esa sensación única de libertad y de ser intrépidos colonizadores de montaña. Recorrido mucho trecho y llegada la hora, desflorábamos morrales y compartíamos alimentos con la sencillez del manantial, que rico, siempre aportaba de sus dones en bocados de friísima agua pura y cristalina. La última cabalgata fue muy triste. Junto a los manantiales y vertientes de la zona, como verdugos insolentes y maléficos en busca de oro y minerales y con licencia para ello, se formaban en hilera algunos motores que rompían el cielo con estridentes escapes y lagrimeaban gotas de negro aceite y combustible, depredando el suelo y volviendo yermo el sitio circunvecino. En las pequeñas posas del humedal se podía comprobar con facilidad la presencia del enemigo contaminante, el aceite, que en su imposibilidad de juntarse con el agua, tornasolaba en la superficie bajo los rayos del sol.
Soy uno más de los miles de usuarios del agua vivificante que, viajando en tuberías, calma la sed de hombres y animales, cuesta abajo, en los muchos asentamientos y pueblos que viven gracias a su beneficio. Como usuario sé y con certeza, que la lucha de todos deberá ser por mantener este preciado don indispensable para la vida. Si razono bien diré que obviamente al gobierno le interesan regalías mineras de la zona dados sus aprietos económicos por la mesa puesta y latrocinios a gran escala, pero es obvio también, que los burócratas que impulsan esta medida y explotación, no toman del agua de la zona ni habitan pueblos que viven de estas gotas y que en la desesperación de conseguir recursos, posponen la vida y salud del pueblo sin importar que suceda luego de un tiempo donde las excretas de la minería dañarán en forma irreversible el ambiente y matarán rápida o lentamente a todo ser viviente. Yo personalmente prefiero el agua mil veces, que al oro inerte y enloquecedor del hombre. Nuestra lucha debe ser única en el sentido de que cualquier tipo de minería es fatal, tanto la que llaman responsable y peor aún la artesanal, donde el fuego de la codicia humana, enceguece la verdad única y certera del futuro negro y fatídico sin líquido vital.
Autoridades, organizaciones, pueblo, tendremos que estrechar filas para combatir la indolencia gubernamental que continúa con discursos ambiguos y cuánticos, defendiendo su filón de oro en desmedro de la gota pura y fría que nos hidrata y reanima, pues mejor sería montar una maquinaria diferente como aquella caza nazis, que consiga devolver al erario nacional lo que los ladrones verdosos se llevaron y tienen en cuentas en el extranjero. Que se logre recaudar el dinero robado por vidrios, Polits, agnados y cognados que se cuentan por cientos con millones de millones de dólares que abultan su mal habida faltriquera. Entendamos que cualquier minería, la de grandes maquinarias y peor la artesanal, nos terminará en la angustia total y Cuenca, la que se jacta de tener el agua más pura y sabrosa del mundo, no podrá beber más que bocados de mercurio, arsénico y otros minerales usados en la decantación del oro. La tierra misma, las rocas, molidas y lavadas, se convertirán en yermos sustratos muertos y malignos. La sed angustiosa atenazará nuestra garganta y ni el más puro oro podrá evitar el sufrimiento que afrontaremos. (O)
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