Maduro, entre farsante y asesino
Maduro impertérrito reconoce que ordenó el asesinato de Óscar Pérez y de sus compañeros de lucha. De Pérez que pedía clemencia, que gritaba desesperado que el grupo se había rendido, que no querían morir infamemente en manos de los asesinos. Así es la revolución chavista. Así son esas revoluciones lideradas por alguien que lo único que anhela es la posesión de todos los poderes y la demostración de que es dueño de la vida y de la muerte de todos los venezolanos.
22 de enero del 2018
POR: Rodrigo Tenorio Ambrossi
Doctor en Psicología Clínica, licenciado en filosofía y escritor.
Vale recordar cómo acá Correa con suficiente desfa-chatez e hipocresía construyó su 30S".
Una de las características fundamentales del dictador es su capacidad de decidir sobre la vida y la muerte de sus conciudadanos. Si te colocas a los pies del tirano, tienes asegurada tu vida que bien podría ser incluso de opulencia. Además te inundas con la fantasía de que posees poder puesto que te alimentas de las migajas que el amo y señor deja caer sobre el plato de sus eunucos servidores. Eunucos porque ni piensan ni jamás pensarán por sí mismos pues su obligación es repetir al pie de la letra el discurso de su amo.
¿No se ha observado las caras de todos aquellos que rodean a Maduro y que viven engañados de que son parte importante del poder del amo, de que lo sostienen y de que participan de esa fuerza sin límites que se halla más allá del bien y del mal? Aun cuando celebran alborozados la muerte del traidor, no logran disimular el rictus estereotipado del esclavo.
Maduro impertérrito reconoce que ordenó el asesinato de Óscar Pérez y de sus compañeros de lucha. De Pérez que pedía clemencia, que gritaba desesperado que el grupo se había rendido, que no querían morir infamemente en manos de los asesinos. Así es la revolución chavista. Así son esas revoluciones lideradas por alguien que lo único que anhela es la posesión de todos los poderes y la demostración de que es dueño de la vida y de la muerte de todos los venezolanos. Es esa la auténtica herencia que Maduro recibiera de Chávez.
Con Maduro, como con todos los auténticos revolucionarios de perversa pacotilla, no se juega pues posee el poder de sembrar la guerra en el territorio de la paz. Decide que aparezca la muerte en su forma más horripilante en los lugares de la risa y de la esperanza. Maduro, impertérrito, ahíto de poder, no da marcha atrás: Óscar Pérez debe morir. Y esta sentencia debe cumplirse al pie de la letra. Él está más allá del bien y del mal. Es dios.
Así han sido y siguen siendo los revolucionarios y sus revoluciones a lo largo de la historia de Occidente y de nuestras Américas. Para muchos de ellos, la autenticidad de su perversa revolución se sostiene, no solo en la capacidad de administrar la muerte, sino en el hecho mismo de dar la muerte, de distribuirla entre sus conciudadanos a los que han calificado de enemigos o de contrarrevolucionarios. Desde esta perversa perspectiva, no es posible una auténtica revolución sin muertes dadas a granel. Los Videla, los Pinochet, los sandinistas, los alfaristas con sus carajos, los Chávez. Tan solo los ingenuos no perciben que de lo único que se trata es de la urgente necesidad que sienten de apropiarse del poder por el poder mismo para administrar la muerte que constituye aquello que más les asemeja a los dioses. Los revolucionarios son dueños de la crueldad.
La muerte cruel, premeditada y con alevosía de Pérez y de sus amigos testimonia la magnitud del poder del tirano.
Maduro es el héroe que salva a la Patria de la barbarie de esos infelices que se atreven a contradecirlo y a enfrentarlo. Embriagado con la suma de sus cinismos no escuchó los gritos de rendición de quienes no querían morir. Súplicas inútiles para esa abismal precariedad de razón y de ética.
Desde el momento del asesinato y del sacrificio de esos ciudadanos que desean una Venezuela libre, Maduro es más héroe que antes porque ha vencido a sus terribles enemigos. Por ende, con nuevas y mayores razones, lo venerarán como nunca antes quienes se alimentan con las migajas del poder que les lanza su amo. ¡Pobre patria de nuestros Libertadores!
Vale recordar cómo acá Correa con suficiente desfachatez e hipocresía construyó su 30S. Cómo rápida y minuciosamente creó el escenario para que su supuesta revolución tenga ese elemento necesario, indispensable, el del héroe agredido y avasallado, el héroe que finalmente es salvado por sus propios seguidores. ¡De qué manera construyó de la nada el gran complot nacional perfectamente bien diseñado y ejecutado destinado a destituirlo y a asesinarlo! Éste constituye el punto nodal de su fábula sobre la cual armó su crueldad, su sed de venganza y de sangre.
Es probable que desde el Palacio de Najas ya se haya enviado a Maduro las patrióticas y revolucionarias felicitaciones por haber destruido tan eficazmente ese maligno grupo de fatídicos ciudadanos que se revelaron porque no entendieron absolutamente nada de lo que realmente significa la revolución ciudadana del siglo XXI. Felicitaciones por haber eliminado de raíces esa contrarrevolución miamera (proveniente de Miami), como el sabio héroe califica a todos los que se atreven a oponerse a su crueldad.
Maduro requiere de estas felicitaciones y muertes para que toda Venezuela constate una vez más y se convenza para siempre de la verdadera dimensión de su tiranía y crueldad.
Sin embargo, Óscar Pérez no ha muerto ni será inútil su sangre derramada. De hoy en más empezará a reproducirse su grito de libertad y de paz a lo largo y ancho de Venezuela. Y un día no tan lejano volverá a ser libre la cuna del Libertador.
¿No se ha observado las caras de todos aquellos que rodean a Maduro y que viven engañados de que son parte importante del poder del amo, de que lo sostienen y de que participan de esa fuerza sin límites que se halla más allá del bien y del mal? Aun cuando celebran alborozados la muerte del traidor, no logran disimular el rictus estereotipado del esclavo.
Maduro impertérrito reconoce que ordenó el asesinato de Óscar Pérez y de sus compañeros de lucha. De Pérez que pedía clemencia, que gritaba desesperado que el grupo se había rendido, que no querían morir infamemente en manos de los asesinos. Así es la revolución chavista. Así son esas revoluciones lideradas por alguien que lo único que anhela es la posesión de todos los poderes y la demostración de que es dueño de la vida y de la muerte de todos los venezolanos. Es esa la auténtica herencia que Maduro recibiera de Chávez.
Con Maduro, como con todos los auténticos revolucionarios de perversa pacotilla, no se juega pues posee el poder de sembrar la guerra en el territorio de la paz. Decide que aparezca la muerte en su forma más horripilante en los lugares de la risa y de la esperanza. Maduro, impertérrito, ahíto de poder, no da marcha atrás: Óscar Pérez debe morir. Y esta sentencia debe cumplirse al pie de la letra. Él está más allá del bien y del mal. Es dios.
Así han sido y siguen siendo los revolucionarios y sus revoluciones a lo largo de la historia de Occidente y de nuestras Américas. Para muchos de ellos, la autenticidad de su perversa revolución se sostiene, no solo en la capacidad de administrar la muerte, sino en el hecho mismo de dar la muerte, de distribuirla entre sus conciudadanos a los que han calificado de enemigos o de contrarrevolucionarios. Desde esta perversa perspectiva, no es posible una auténtica revolución sin muertes dadas a granel. Los Videla, los Pinochet, los sandinistas, los alfaristas con sus carajos, los Chávez. Tan solo los ingenuos no perciben que de lo único que se trata es de la urgente necesidad que sienten de apropiarse del poder por el poder mismo para administrar la muerte que constituye aquello que más les asemeja a los dioses. Los revolucionarios son dueños de la crueldad.
La muerte cruel, premeditada y con alevosía de Pérez y de sus amigos testimonia la magnitud del poder del tirano.
Maduro es el héroe que salva a la Patria de la barbarie de esos infelices que se atreven a contradecirlo y a enfrentarlo. Embriagado con la suma de sus cinismos no escuchó los gritos de rendición de quienes no querían morir. Súplicas inútiles para esa abismal precariedad de razón y de ética.
Desde el momento del asesinato y del sacrificio de esos ciudadanos que desean una Venezuela libre, Maduro es más héroe que antes porque ha vencido a sus terribles enemigos. Por ende, con nuevas y mayores razones, lo venerarán como nunca antes quienes se alimentan con las migajas del poder que les lanza su amo. ¡Pobre patria de nuestros Libertadores!
Vale recordar cómo acá Correa con suficiente desfachatez e hipocresía construyó su 30S. Cómo rápida y minuciosamente creó el escenario para que su supuesta revolución tenga ese elemento necesario, indispensable, el del héroe agredido y avasallado, el héroe que finalmente es salvado por sus propios seguidores. ¡De qué manera construyó de la nada el gran complot nacional perfectamente bien diseñado y ejecutado destinado a destituirlo y a asesinarlo! Éste constituye el punto nodal de su fábula sobre la cual armó su crueldad, su sed de venganza y de sangre.
Es probable que desde el Palacio de Najas ya se haya enviado a Maduro las patrióticas y revolucionarias felicitaciones por haber destruido tan eficazmente ese maligno grupo de fatídicos ciudadanos que se revelaron porque no entendieron absolutamente nada de lo que realmente significa la revolución ciudadana del siglo XXI. Felicitaciones por haber eliminado de raíces esa contrarrevolución miamera (proveniente de Miami), como el sabio héroe califica a todos los que se atreven a oponerse a su crueldad.
Maduro requiere de estas felicitaciones y muertes para que toda Venezuela constate una vez más y se convenza para siempre de la verdadera dimensión de su tiranía y crueldad.
Sin embargo, Óscar Pérez no ha muerto ni será inútil su sangre derramada. De hoy en más empezará a reproducirse su grito de libertad y de paz a lo largo y ancho de Venezuela. Y un día no tan lejano volverá a ser libre la cuna del Libertador.
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