jueves, 25 de enero de 2018

Correa: del poder absoluto al huevazo

  en La Info  por 
Rafael Correa no hubiera podido preverlo. Nadie en realidad. Pero esta gira por el país, en campaña por el No, quedará signada por la lluvia de huevos que ha recibido. Los habitantes de Borbón, La Concordia, Vinces, La Maná… han utilizado el huevo como arma política contra el hombre que tuvo todos los poderes del país durante diez años. De paso, han convertido ese acto de escarmiento en el performance más publicitado de la campaña de Correa: se ha vuelto tendencia en redes sociales, ha generado memes, chistes, cuentos, caricaturas, poemas, una carta jocosa de supuestos productores de huevos, noticias internacionales… Estaba escrito que Correa trabajaría contra su causa: en esta campaña no viajan tanto sus argumentos como los huevazos que ha recibido en su contra.
El huevo no solo simboliza la protesta de poblaciones donde Correa anduvo haciendo promesas que, en muchos casos, no cumplió. Expresa cólera, rabia, desengaño. Se ha convertido en un exorcismo. Más que daño (no le lanzan piedras ni objetos peligrosos), los ciudadanos recurren a una arma que, por sus características, humilla al atacado. No solo hacen una catarsis en el sentido que creen redimirse de su frustración, sino que castigan o se deshacen, simbólicamente, de aquello que adoraron. El hombre más poderoso del país, aquel que se creyó el dueño de todos los poderes y del Ecuador en su conjunto, es sancionado, degradado, llevado al ridículo.
El Presidente que montó con su aparato de propaganda una teoría –la majestad del poder– para convertirse, ante sus mandantes, en una suerte de demiurgo, de ser superior y blindarse contra toda burla y toda crítica, hoy se protege tras paraguas y cartones para evitar que los huevos lo alcancen, resbalen sobre él. En los huevazos que recibe, hay elementos propios del carnaval que heredó el Occidente de la lucha contra las cortes monárquicas: cada año los siervos tenían durante unas horas licencia para decir al rey lo que querían, de la forma que se les antojara y mofarse de él. Hoy el impresentable Rey de los Andes está caído y hay en el país ganas de hacérselo saber en esta campaña en la cual está al alcance de un huevo. Muchos ciudadanos, liberados del aparato represor que quería proteger a su majestad en el poder, quieren ensayar el estado de su puntería.
Hay que celebrar, además, que esos gritos atragantados; esa cólera; la frustración ante la violencia –a veces cruda, a veces sofisticada pero totalmente institucionalizada del correísmo–; esa impotencia que muchos sintieron durante diez años… fluyan simbólicamente. Hay que celebrar –por la tradición no violenta del país, por la convivencia nacional– que Correa pueda circular por las provincias, tras diez años de autoritarismo, amenazado solamente por ciudadanos armados con huevos.
Por eso, los huevazos en Esmeraldas, en Manabí, en Los Ríos… son noticia y han removido las redes sociales en todo el país. Esos huevos lanzados no solo muestran rechazo a las propuestas de Correa: son sinónimo de catarsis para los ciudadanos en general y de escarmiento para Correa. Tras diez años de autoritarismo, una mayoría de ciudadanos quiere virar la página y dar cristina sepultura en las urnas a ese ser que, como se ve en la foto cuando ingresó en Parcayacu en mayo de 2016, no solo se creía dueño de las instituciones y de los ciudadanos, sino que pensaba que iba a estar eternamente en el poder. Los huevazos son un desquite. Y las redes están repletas de hechos y fechas que recuerdan la forma atrabiliaria en que Correa ejerció el poder. En esos huevos está explícito el deseo de liberación, de desbloqueo en el sentido que lo usó el sicoanálisis. También René Girard en su libro “El chivo expiatorio”, mostró que cuando las comunidades arcaicas entraban en crisis, se protegían expulsando a aquel que consideraban el causante del desorden. Eso no ha cambiado. Salvo que, en este caso, los huevos reemplazan las piedras.
Correa es un rey caído, destronado, convertido en hazmerreír de la misma comunidad que lo victoreó. Desde la majestad del poder y el autoritarismo craso aterrizó en un camión con micrófono en mano, rodeado de matones de barrio, con ínfulas de mártir y paraguas que lo protejan de las armas con que sus víctimas lo reciben: los huevos. Triste final, pero final anunciado.

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