Apatía electoral
Carente de recursos y de audacia para una ruptura epistemológica, el gobierno de Lenín Moreno está obligado a repetir el libreto. No quiere invertir la lógica y asignarle a la política otro sentido. Más bien apunta a afirmarse y legitimarse como gobierno mediante un mecanismo tan elemental como inocuo. Porque el resultado de la consulta no definirá condiciones distintas para la democracia ecuatoriana.
18 de enero del 2018
POR: Juan Cuvi
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
¿Por qué no consultar al pueblo sobre un modelo de educación menos autoritario, sobre reforma agraria, sobre políticas ambien-tales, sobre autono-mía indígena o sobre despe-nalización del aborto?".
Hay apatía respecto de la consulta popular. Y no es para menos: desde hace mucho tiempo el ciudadano común y corriente percibe a los plebiscitos como parte de la inercia institucional. Aparecen como otro elemento de una ritualidad política fofa, ajena e indescifrable.
No es malo consultarle al pueblo. El problema radica en la desconexión entre los contenidos de las preguntas y los imaginarios ciudadanos. Las urnas pertenecen a la esfera de la política, ese espacio demasiado distante de la cotidianidad del votante. Lo político, es decir aquella posibilidad de incidir y decidir sobre los asuntos públicos y sobre las necesidades y aspiraciones de la gente, sigue siendo un mundo vedado por las telarañas del poder. Exceptuando un segmento de la población “politizado” e informado, al resto parecen importarle poco las convocatorias a elecciones.
Carente de recursos y de audacia para una ruptura epistemológica, el gobierno de Lenín Moreno está obligado a repetir el libreto. No quiere invertir la lógica y asignarle a la política otro sentido. Más bien apunta a afirmarse y legitimarse como gobierno mediante un mecanismo tan elemental como inocuo. Porque el resultado de la consulta no definirá condiciones distintas para la democracia ecuatoriana. Enterrar al correísmo obtuso y moribundo, entre otros objetivos, constituye únicamente un acto de higiene política. Pero el país requiere de otros referentes, de horizontes que compensen la incertidumbre en que nos dejaron diez años de populismo corrupto.
¿Cómo activar el interés ciudadano por la política? He ahí el dilema. Moreno tiene la posibilidad de promover la participación de –por lo menos– los sectores sociales organizados, aquellos que fueron desarticulados y perseguidos durante el correato. No son el pueblo como totalidad, es cierto; pero son actores fundamentales para la democracia. Y Moreno también tiene la oportunidad de elaborar agendas públicas que cautiven a esos sectores.
¿Por qué no consultar al pueblo sobre un modelo de educación menos autoritario, sobre reforma agraria, sobre políticas ambientales, sobre autonomía indígena o sobre despenalización del aborto? Construir una democracia implica apuntalar a una sociedad que sea capaz de defenderla y profundizarla. Y eso solamente se lo consigue cuando los cambios se enchufan con los intereses de actores sociales relevantes: campesinos, jóvenes, mujeres, indígenas, estudiantes, ecologistas.
Lo otro, es decir las reformas institucionales, como la eliminación de la reelección indefinida y del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, sin dejar de ser importantes, tienen un dejo de complejidad que entusiasma solamente a una minoría de la sociedad. Seducen sobre todo a los actores políticos más convencionales.
No es malo consultarle al pueblo. El problema radica en la desconexión entre los contenidos de las preguntas y los imaginarios ciudadanos. Las urnas pertenecen a la esfera de la política, ese espacio demasiado distante de la cotidianidad del votante. Lo político, es decir aquella posibilidad de incidir y decidir sobre los asuntos públicos y sobre las necesidades y aspiraciones de la gente, sigue siendo un mundo vedado por las telarañas del poder. Exceptuando un segmento de la población “politizado” e informado, al resto parecen importarle poco las convocatorias a elecciones.
Carente de recursos y de audacia para una ruptura epistemológica, el gobierno de Lenín Moreno está obligado a repetir el libreto. No quiere invertir la lógica y asignarle a la política otro sentido. Más bien apunta a afirmarse y legitimarse como gobierno mediante un mecanismo tan elemental como inocuo. Porque el resultado de la consulta no definirá condiciones distintas para la democracia ecuatoriana. Enterrar al correísmo obtuso y moribundo, entre otros objetivos, constituye únicamente un acto de higiene política. Pero el país requiere de otros referentes, de horizontes que compensen la incertidumbre en que nos dejaron diez años de populismo corrupto.
¿Cómo activar el interés ciudadano por la política? He ahí el dilema. Moreno tiene la posibilidad de promover la participación de –por lo menos– los sectores sociales organizados, aquellos que fueron desarticulados y perseguidos durante el correato. No son el pueblo como totalidad, es cierto; pero son actores fundamentales para la democracia. Y Moreno también tiene la oportunidad de elaborar agendas públicas que cautiven a esos sectores.
¿Por qué no consultar al pueblo sobre un modelo de educación menos autoritario, sobre reforma agraria, sobre políticas ambientales, sobre autonomía indígena o sobre despenalización del aborto? Construir una democracia implica apuntalar a una sociedad que sea capaz de defenderla y profundizarla. Y eso solamente se lo consigue cuando los cambios se enchufan con los intereses de actores sociales relevantes: campesinos, jóvenes, mujeres, indígenas, estudiantes, ecologistas.
Lo otro, es decir las reformas institucionales, como la eliminación de la reelección indefinida y del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, sin dejar de ser importantes, tienen un dejo de complejidad que entusiasma solamente a una minoría de la sociedad. Seducen sobre todo a los actores políticos más convencionales.
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