Publicado en abril 30, 2016 en La Info por Roberto Aguilar
Lo que faltaba: Carlos Ochoa salió en una cadena de radio de la Supercom a hablar en nombre del “verdadero periodismo”. Reportero mediocre de tercera fila devenido en director de noticiero por estrategia matrimonial; mercenario del oficio que pasó de rabioso comentador anticorchista de radio La Voz del Tomebamba a obsecuente orquestador de campañas sucias correístas en GamaTV por 8 mil dólares mensuales; perro bravo de superintendencia… Escuchar a Carlos Ochoa dando lecciones de “verdadero periodismo” es como oír a Sasha Grey alabando las virtudes de la virginidad.
Lleva tres años persiguiendo a los medios de comunicación independientes del país, acosándolos con informes semiológicos que acaso es incapaz de comprender, negándoles el derecho al debido proceso, imponiéndoles multas, manteniéndolos ocupados en trámites absurdos. Comportándose, en fin, tal y como sus propios compañeros correístas lo ven y lo pintan (o lo pintaban cuando todavía se podía hablar en off con ellos): como un perro. El perro puesto por Rafael Correa para acabar de una vez por todas con un oficio en nombre del cual hoy pretende hablar y dar lecciones.
Después de tres años de trabajar denodadamente para aniquilar al periodismo (tarea en la cual ha conseguido incontestables progresos) tiene el descaro de dirigirse a los medios que ha contribuido a acosar y echarles la culpa por el estado de postración en que se encuentran. Esos medios, salió a decir en su cadena de radio, son los responsables de la falta de información que se produjo en las horas que siguieron al terremoto. Son ellos los que “no estuvieron preparados para responder de manera inmediata a una tragedia que desbordó su propia organización”. Hay que tener jeta. Y la de Ochoa es tan grande que se la pisa.
Antes de que el gobierno emprendiera su guerra contra el periodismo, no había medio de importancia en el país que no dispusiera de un corresponsal en Manta y otro en Portoviejo, por lo menos. ¿Quién puede mantenerlos ahora, al cabo de nueve años de acoso financiero? Nueve años durante los cuales el gobierno ha presionado para disminuir la inversión publicitaria privada en los medios, mientras manejaba la pública con criterios políticos y privaba de ingresos importantes y legítimos a muchos periódicos y canales de televisión. Nueve años durante los cuales se ha convertido a los medios en empresas inviables, limitando por ley hasta lo absurdo las posibilidades de inversión en el sector, desalentando las capitalizaciones, prohibiendo la expansión de las empresas con falsos argumentos antimonopolio, en fin, haciendo imposible todo crecimiento. ¿Qué empresario es lo suficientemente patriota o lo suficientemente imbécil como para invertir en medios en el Ecuador? ¿Para que el presidente de la República lo declare enemigo y le azuce sus perros? No, gracias. ¿Y qué posibilidades hay de hacer buen periodismo a escala nacional sin inversiones, sin una redacción con periodistas suficientes y bien remunerados, con corresponsales, con tecnología, con capacidad de movilización? Para el gobierno es simple: primero, se declara que el periodismo no es un negocio sino un servicio público; luego se impide a los medios de comunicación ganar dinero y, finalmente, se les echa la culpa por no bridar un servicio adecuado.
Y eso por no hablar del miedo. Desde que el presidente ganó el juicio a diario El Universo, por 80 millones de dólares (¡80 millones! Los correístas hablan de millones con la extraviada facilidad de quienes están acostumbrados a embolsárselos sin esfuerzo), todos los medios del país viven con una advertencia sobre sus cabezas: la certeza de que el poder puede quebrarlos en cualquier momento. Para eso se sirve de funcionarios que los propios correístas consideran sus perros. Ochoa, el primero de ellos. Por eso los medios, sobre todo en condiciones extraordinarias como una emergencia nacional, tienen miedo de decir y publicar las cosas que antes decían y publicaban sin conflicto. Nadie quiere arriesgarse en vano. Hay canales de televisión y estaciones de radio que saben que pueden perder su frecuencia si se indisponen con el gobierno. Ecuavisa, por ejemplo, cuya oportunidad de conservar la frecuencia de canal 8 en Quito depende únicamente de una decisión política del correísmo. ¿Qué pueden hacer medios así presionados y chantajeados, sino esperar las versiones oficiales para no dar motivo de queja? ¿Y cuando las versiones oficiales no llegan porque los organismos supuestamente a cargo son unos incompetentes? Para comunicar que no había alerta de tsunami el gobierno tardó dos horas. ¡Dos horas! Tiempo suficiente para que un tsunami arrase la costa ecuatoriana. ¿Y la culpa de esta desinformación es de los medios?
No. La culpa de la desinformación es, en primer lugar, de la incompetencia de las autoridades. De una secretaría de riesgos que decía estar preparada para la erupción del Cotopaxi y que, a la hora del té, no tenía ni siquiera megáfonos para arrear a la población como les gusta. Y en segundo lugar (y aquí nos reafirmamos en lo que 4Pelagatos publicó la noche del 16 de abril, cuando era imposible saber lo que estaba ocurriendo) la culpa es de de una Ley de Comunicación y de una política oficial de comunicación que mantienen a los medios atemorizados y en soletas. Hoy, tras nueve años de gobierno correísta, el periodismo en el Ecuador es peor de lo que era. Empeorarlo ha costado millones. Montar una ley, crear una institucionalidad para la censura y el acoso, contratar a mediocres como Ochoa para que muestren los dientes… Empeorar el periodismo ha sido un esfuerzo constante, sistemático, consciente. La culpa de la desinformación, toda la culpa, es del correísmo. Y de sus perros.
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