La disolución de la fundación Pachamama, ordenada por el
Gobierno, luego de una declaración hecha por el presidente Rafael Correa en una
de sus sabatinas, no puede quedar como un abuso de poder más, en la larga lista
de acciones represivas que colecciona este régimen. El hecho consumado la
semana pasada reviste una especial gravedad, porque concreta una amenaza que se
advirtió desde la firma del conocido como decreto 16, que establecía los
requisitos y sanciones a las que se verían sometidas todas las organizaciones
sociales que trabajan en el Ecuador. En ese momento ya se denunció que existía
la clara intención de controlar y castigar toda protesta social que no cuente
con la venia oficial. Se alertó que, en los hechos, aquello constituía una
evidente intención de silenciar las voces críticas.
La consideración aquella exhibida por el gobierno, respecto a
que las organizaciones sociales o las
ONG no debían intervenir en la política interna, solo fue una excusa para
impedir que las acciones de estos grupos, alejados totalmente de políticas
partidistas, puedan hacerse sentir ante la esfera pública.
Se trató siempre de imponer el silencio. Y la disolución de
la fundación Pachamama es el primer caso concreto de la aplicación de este
decreto que tiene visos de contrariar las normas establecidas en la propia
Constitución de la República, que este mismo gobierno promovió. La protesta
social, que debe ser garantizada por un régimen democrático, es castigada y de
una forma totalmente desproporcionada. Sin un proceso llevado adelante con las
garantías necesarias, una de ellas, el acceso a una legítima defensa. No.
Simplemente, en este caso, contó la versión presidencial y de inmediato, se
ejecutó su voluntad, sin el debido
proceso, sin ningún procedimiento que establezca responsabilidades de un hecho
ciertamente criticable, como es agredir a un diplomático extranjero. Aquí no ha
existido ninguna investigación que determine nombres, autores, cómplices,
encubridores. Se optó por lo más sencillo: castigar a una organización cuyo
trabajo se ha caracterizado por defender
causas sin colores partidistas.
El silencio impuesto a
los sectores ciudadanos que no comulgan con la política del Gobierno, se
propaga aceleradamente. Cada vez son menos los espacios que existen para poder
manifestar una posición distinta a la oficial. Y quienes aún siguen de pie,
tienen sobre sí una amenaza latente y directa, sujetos al riesgo inminente de
ser los siguientes castigados con su extinción, en caso de que sus formas de
protesta no tengan la venia presidencial. Difícil la situación, que debe ser
expuesta a todo nivel, tal y como viene ocurriendo. No se puede callar, por lo
menos hasta que se pueda seguir rechazando estas acciones fuera de lugar.
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