Por: Simón Pachano
El decreto
presidencial número 16 comienza a dar frutos. Cuando recién fue expedido se lo
presentó como la necesaria actualización de la inscripción de las
organizaciones sociales. Quienes advertimos que tendría consecuencias nefastas
fuimos satanizados por el líder en su espectáculo sabatino. Dijo que era “el
nuevo caballo de batalla de la oposición” y que solamente estaban haciendo un
registro único, esta vez electrónicamente. Por tanto, según la sabia
interpretación, se trataba de un asunto de mero trámite, que consistía en pasar
del archivo físico, en montañas de papeles, al electrónico, que ocupa un
espacio mínimo en las computadoras.
El cierre de la
fundación Pachamama comprueba que no se reducía a un asunto de trámite, que las
críticas eran fundamentadas y que el objetivo central del decreto es el control
de las organizaciones sociales. Además, demuestra que ese instrumento, de
quinta categoría en la jerarquía jurídica, se lleva por delante unos siete
artículos de la Constitución. En primer lugar, contradice al artículo 95 que
consagra el derecho de participación al señalar que “las ciudadanas y los
ciudadanos, en forma individual y colectiva, participarán en la toma de
decisiones, planificación y gestión de los asuntos públicos, y en el control popular
de las organizaciones del Estado y de la sociedad, y de sus representantes”
(¡qué puntuación¡). En segundo lugar, desconoce el artículo 96, referido al
derecho de organización, que dispone que “se reconocen todas las formas de
organización de la sociedad como expresión de la soberanía popular para
desarrollar procesos de autodeterminación e incidir en las decisiones y
políticas públicas y en el control social de todos los niveles de gobierno”. En
tercer lugar, ignora olímpicamente los contenidos de los artículos 9, 76, 169 y
194, referidos al debido proceso que debe regir en todas las acciones
relacionadas con derechos básicos.
Volver a leer esos
artículos de la Constitución después de la primera aplicación del decreto
presidencial hace pensar en una mezcla de ironía y cinismo. Aún más cuando se
escucha al líder decir que “las ONG no están para hacer política” y, si quieren
hacerla, “que sean partidos políticos, si no, están atentando contra la
democracia”. De un plumazo, con un simple decreto y con una declaración al
paso, quedan sin efecto las disposiciones constitucionales, se impone un
concepto de democracia en que la ciudadanía queda marginada de la política y
(en sentido contrario al discurso en contra de la partidocracia) se clama por
el monopolio de los partidos en la acción política. Como para reírse de ese
viejo ideal del gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
Es fácil prever que
la respuesta del líder y de su maquinaria propagandística a estos argumentos
será la repetición de las escenas de violencia atribuidas a la fundación
Pachamama. Antes de que lo hagan, sería recomendable que entiendan que defender
principios no significa justificar la violencia y sugerirles que relean los
artículos mencionados sobre el debido proceso, además del número 76, que
establece la presunción de inocencia. Así ocultarían parcialmente el irónico
cinismo.
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