Por: José Hernández
Director adjunto
El oficialismo acusa a miembros de la Fundación Pachamama de
vandalismo. El Presidente lo hace saber públicamente a sus funcionarios. Con
nombre propio. Y sus funcionarios actúan. No investigan. No abren expedientes.
No inculpan a nadie. No precisan nombres ni se fundamentan los supuestos
delitos. Solo disuelven la Fundación basándose en un decreto. En horas.
No es la primera vez que un deseo del Ejecutivo se cristaliza
en una prohibición o en un acto administrativo. O penal. También ha mandado
mensajes a la Fiscalía. Al Consejo de la Judicatura… Este es un Gobierno
mediático y eficaz. En horas, se toman decisiones y se le da gusto al
Presidente sin que las autoridades que obedecen, se entretengan en esos
vericuetos del debido proceso. Es normal: eso es fastidioso, demorado e
implica, por ejemplo, la debida defensa.
El Presidente manda. Lo hace basándose en una Constitución
vertical e híper presidencialista que se promocionó como una Constitución
democrática y participativa. Y aquellos que la fabricaron lucen hoy sorprendidos
de que Rafael Correa aplique los poderes que le dieron. Y apruebe decretos
(como el 16) que, al amparo de la discrecionalidad que facilita su redacción,
deja sin derechos a los activistas que hace algunos años pusieron las primeras
bases sociales para llevarlo al poder.
¿Quiénes concentraron todo el poder en sus manos? ¿Quiénes
entregaron los organismos de control al Ejecutivo creando un quinto poder, tan
inocuo para la sociedad como funcional para el Presidente y su movimiento?
Aquellos que se extrañan de que Correa sea el principio y el fin de todas las
cosas en el país, son los mismos que siguen socapando las características del
poder político –personal hasta el culto– que crearon. Resulta que el estilo
presidencial no tiene importancia. Lo que cuenta –si se les oye bien– es la
estructura del poder según la cual Correa sigue siendo, en sus textos, un
defensor del capitalismo y un fiel servidor del imperialismo (gringo, chino o
ruso).
La vieja izquierda, que hoy se sorprende de lo que ocurre a
la Fundación Pachamama, sigue siendo víctima de un problema de lógica básica:
es incapaz de tejer un puente entre los efectos que hoy denuncia y su
inconsecuencia para defender las libertades. Para ellos siguen siendo un
problema formal y una desazón –insignificante se entiende–, de la pequeña
burguesía.
Y como ese puente no existe, tampoco existen equivalencias
entre los derechos que ellos dicen defender y aquellos que también preocupan a
otros. ¿Las libertades que necesitan los defensores de los Derechos Humanos
para hacer su trabajo, no son equivalentes a aquellos que necesitan los medios
de comunicación para hacer el suyo? Pues bien: la vieja izquierda defiende
unos; ignora otros. Lo mismo está ocurriendo con ese establishment cuya desidia
orquestó la inestabilidad del pasado, la falta de equidad y el evidente vacío
de contenido que, para la mayoría del país, representó la palabra democracia.
Hoy defienden tanto sus derechos para hacer negocios, como ignoran el pisoteo
sistemático de los derechos de aquellos que no piensan como el Gobierno en el
manejo ambiental, social, económico, político… o de preferencia sexual.
Vieja izquierda y vieja derecha se vuelven a dar la mano,
cada una en su campo, para defender concepciones donde no caben las libertades
individuales. O donde las libertades, así en plural, están supeditadas a
intereses particulares, en un caso, y del partido único, en el otro.
El correísmo navega, con magnífico viento, en esa cultura de
desprecio por las libertades realmente ejercidas por los ciudadanos. Incluidas
las de apoyar a un Gobierno o las de oponerse. Correa solo suma a su favor. Y
con el aparato estatal impresionante, construido con el aporte de la vieja
izquierda, actúa hoy con los disidentes peor que lo hicieron sus antecesores.
Curioso: empieza a disolver las organizaciones sociales que en el pasado
pudieron actuar, en algunos casos en forma mucho más vandálica (solo para usar
los términos oficiales), que bajo su Gobierno.
El orden impera. Un orden insufrible, con ex aliados del
Presidente disueltos, enjuiciados o censurados. Avanzamos, Patria.
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