Por: Sergio Dahbar
Javier Espinosa, periodista en Medio Oriente del diario
español El Mundo, y uno de los corresponsales más destacados de su generación,
fue secuestrado en septiembre pasado en el norte de Siria, junto con el
fotógrafo free lance Ricardo García Vilanova. Su esposa, Mónica Prieto, ha
declarado que desea que regrese para que sus dos hijos crezcan con su padre.
Según estadísticas del Comité de Protección de Periodistas (CPJ), 1 021
reporteros han sido asesinados entre 1992 y 2013.
Ya pasan de 1.000 los colegas
que dejaron un hueco insustituible en familias y amigos, por empeñarse en decir
una verdad que el poder e intereses de grupos mínimos se empeñan en ocultar. El
norteamericano Terry Gould, nacido en las orillas más pobres del Bronx (Nueva
York), y más tarde ciudadano canadiense, sintió que debía investigar la muerte
de periodistas que ¿se sacrificaban? por decir la verdad. Dos cuestiones lo
inquietaban. Una, ¿por qué un periodista pobre de una pequeña localidad
investiga una historia aun cuando ha sido amenazado o le han endulzado el
bolsillo para que se haga el loco y mire para otro lado? Y la otra, ¿qué es lo
que permite que sociedades enteras funcionen como entidades criminales, donde
los que dicen la verdad son asesinados y los que ordenaron ese asesinato quedan
libres? Con estas ideas realizó una investigación de cinco años y escribió un
libro: Matar a un periodista, Barcelona, Los Libros del Lince, 2009. Escogió
periodistas asesinados de cinco países con los mayores índices de violencia
contra los medios, como son Filipinas, Irak, Colombia, Bangladesh y Rusia.
Gould no buscó santos para construir historias morales sobre el periodismo.
Escogió a gente común, de comunidades locales, que no trabajaban para grandes
medios internacionales. Gente terca. Con defectos. Como asegura Gould, con
conocimiento de causa, "matar a un periodista sale barato, porque los
responsables nunca pagan sus pecados. Ni hablar de territorios en conflicto.
Irak se ha vuelto el lugar más peligroso para un periodista, después de la
Segunda Guerra Mundial". Siria es otra nación temible. Y no siempre debe
haber un asesinato de por medio. El año pasado Anthony Shadid, corresponsal de
The New York Times, cruzó clandestinamente la frontera siria con Tyler Hicks.
Entraron a caballo con un grupo de contrabandistas. Anthony Shadid sufrió un
ataque de asma. Hicks decidió que debían regresar a Turquía. Desconocían que la
alergia la producía la pelambre equina. Shadid murió antes de llegar a la
frontera, a pesar de que Hicks intentó revivirlo. Después tuvo que arrastrarlo,
como ha relatado Enric González en Jot Down, metro a metro, hasta alcanzar
tierra turca. Una experiencia que nunca olvidará. Todos queremos creer que
Javier Espinosa aparecerá con vida en Siria. Pero hay que recordar que él, hace
meses estuvo a punto de morir, junto con los periodistas Marie Colvin y Rémi
Ochlik. Solo él salió con vida. Espinosa nunca ha querido pensar en el riesgo
de su oficio, quizás para no reconocer lo cerca que camina del aliento de la muerte.
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