Por: Simón Pachano
Es sorprendente la escasez de estudios que expliquen la
revolución ciudadana y el liderazgo personalizado de su líder. En términos comparativos,
si una persona se da una vuelta por una librería de Bogotá encontrará al menos
diez libros sobre el proceso de paz iniciado apenas hace un año, y si hojea
algunas de las revistas especializadas en economía o política no le alcanzarán
los dedos de las dos manos para contar los artículos producidos sobre ese tema.
Si alguien recorre las librerías de Quito o de Guayaquil saldrá frustrado de no
encontrar sino unos cuatro títulos sobre el proceso que dentro de tres semanas
cumplirá siete años.
Este dato es muy penoso, especialmente para quienes
trabajamos en el mundo académico (específicamente en el campo de las ciencias
sociales) y debe llevarnos a una autocrítica muy severa. Para iniciarla, vale
la pena preguntarse por las causas de ese desinterés. Una primera respuesta,
muy al día con los resultados de la evaluación a las universidades, puede
provenir de la pobreza de la investigación en nuestros centros educativos. Las
cifras están ahí y no hace falta abundar en ellas, pero por sí mismas son insuficientes
para comprender los orígenes del problema. Este puede provenir de aspectos tan
variados como la deficiente educación desde la primaria hasta la universitaria,
pasando por la deplorable secundaria. Pero también puede proceder del
predominio de la ideología sobre la visión científica en nuestras ciencias
sociales. Más que el enfrentamiento entre propuestas explicativas (o paradigmas
científicos), hemos alimentado el debate de corto plazo en el que se
contraponen estérilmente y sin beneficio para el quehacer académico las
posiciones políticas de los individuos.
Otra explicación, más pedestre pero no por ello menos
importante, es la transformación en funcionarios o burócratas de algunos
académicos o de quienes comenzaban a transitar hacia ese campo. Muchas de las
personas que animaban debates bajo gobiernos anteriores y que de vez en vez
publicaban algo al respecto, ahora están encargadas de hacer la revolución, no
de estudiarla. A la vez, debido a que están prohibidas de acudir a medios, ni
siquiera tienen la posibilidad de aportar con un análisis desde adentro, que
sin duda sería muy útil para entender lo que sucede. Los más jóvenes, los que
han comenzado su vida profesional (no académica) en esta etapa, pueden
considerarse en su mayoría casos perdidos y la mejor expectativa para ellos (y
quizás para el país) será que puedan mantener sus puestos cuando cambie el
signo del Gobierno.
En fin, las explicaciones pueden moverse desde asuntos de
fondo, como los vacíos del sistema educativo, hasta aspectos tan personales,
como la decisión de cambiar de actividad por la adscripción a un proyecto
político o por lograr un buen vivir que en otras condiciones no lo habrían
tenido. Lo cierto es que todo ello nos deja sin estudios serios que, aunque
generalmente son aburridos y los lee una ínfima minoría, son indispensables
para saber por dónde andamos. Aunque no faltará alguien por ahí que piense que
es mejor que no lo sepamos.
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