Por: Jeanette
Hinostroza
Siempre quise ser periodista. Me sentí atraída por el enorme
poder que tenemos. El poder de estar allí, en el lugar de la noticia, viendo la
historia nacer frente a nuestros ojos y tener el grato deber de contárselo a
los demás. El poder de estar informados. De sentir el paso de la adrenalina por
nuestras venas. De tener todos los días algo diferente y emocionante que
contar.
El poder de incomodar a los poderosos y de usar la palabra
como la más efectiva arma para desnudar la corrupción. El poder de darle voz a
los menos escuchados. Y de mostrarle un espejo a la sociedad, sin que pueda
negar que somos parte de una realidad que pide a gritos un cambio. Y no callar.
Los periodistas luchamos todos los días por un cambio, pero
la verdad es que no tenemos ese poder. La historia tiene su propio ritmo y el
poder del cambio está en la misma sociedad y en su derecho de expresar
libremente lo que siente, lo que piensa.
En este momento mi país está pasando por un duro momento. Los
poderosos se adueñaron de la palabra y convirtieron el derecho de expresarse
libremente en un servicio público, atado y controlado al poder político. El
poder de la palabra, sucumbe ante el poder del dinero. El silencio en mi país
tiene precio. Mucha gente está callada porque tiene los bolsillos llenos. El
Gobierno se aprovecha del enorme precio del petróleo para decir que estamos
viviendo una nueva era. El país está lleno de obras que han maquillado la
verdad; puentes, carreteras, escuelas, hospitales, bonos, subsidios. Pero el
espejo tarde o temprano mostrará la verdad; una llena de corruptos que se
siguen robando los sueños de la gente; de nuevos ricos que viven del Estado; de
cárceles llenas de personas pobres que no tiene el dinero para pagar el precio
de la justicia. Una democracia con gente convenientemente callada o con miedo a
decir la verdad, no es una democracia. Durante seis años seguidos, a los
periodistas ecuatorianos se nos ha señalado con todos los recursos del Estado y
todo el aparataje de la propaganda oficial como mediocres, mentirosos,
traidores, enemigos, esbirros, sicarios, ladrones, cómplices de violaciones a
derechos humanos, vende patrias y otras mentiras. Hoy formo parte de una
comunidad con la que nadie se quiere mezclar, la gente tiene pavor de
convertirse junto a nosotros en blanco del poder. No soy el único caso. Colegas
como Martín Pallares, Gustavo Cortez, Roberto Aguilar, Iván Flores, Diego
Cornejo, Juan Carlos Calderón, Cristian Zurita, César Ricaurte y muchos más,
han recibido constantes descalificaciones y fruto de eso, amenazas, por el
hecho de ser periodistas, preguntar y pensar distinto.
El premio internacional a la libertad de prensa y expresión
que me entregó el Comité para la Protección de los Periodistas en Nueva York,
significa mucho en este momento en que el país está tomado por la ambición de
poder, enceguecido por el exceso de dinero y golpeado por la compra de
conciencias. Es una señal de que no estamos solos y que el mundo está viendo
cómo se construye una democracia del silencio y un Estado de propaganda.
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