"Muchos teníamos
una esperanza con este Gobierno, pero todo fue una ilusión”.
"Se han creado un
montón de defensores de DD.HH que dependen del poder, es una paradoja”.
"Los cambios
necesarios que ha hecho el Gobierno, me dan un sabor envenenado frente a la
intolerancia”.
Nació en Alemania nueve años después del fin de la Segunda
Guerra Mundial. Su generación estuvo marcada por la culpa, por el recuerdo de
un holocausto que acabó con la vida de seis millones de judíos.
Pese a que su imagen recuerda a clásicas comedias de
televisión y su cara trae felices recuerdos al público, Christoph Baumann no
sonríe mucho cuando habla del panorama político de este país. Ecuador lo acogió
hace ya 30 años, es el país natal de su esposa y es una tierra a la que ama
profundamente y, por eso, opina.
Algunos opositores aseguran que vivimos el totalitarismo. No
ha faltado quien compare esta situación con el nazismo.
Mi generación fue extremadamente sensibilizada sobre
cuestiones autocráticas, autoritarias. Siempre estuvimos hablando de cómo debe
ser una democracia. Creo que hay que ver similitudes y distancias. El gobierno
fascista de Hitler fue el primero que usó los medios de forma masiva y eficaz
para promover su sistema. Pero, obviamente, lo que ahí se promovía estaba
acompañado de violencia, muertes, secuestros, ocultamientos, racismo. Eso no
hay aquí, no hay ninguna comparación.
¿Tampoco en la
propaganda?
La perversidad de la publicidad sí me trae muchos recuerdos
del nacional socialismo. Ese tipo de marketing sirve para que no se despierte
la población. Estamos, sin embargo, en otra época. En esos días había que ir al
cine y lo que más usa el correísmo es la TV. Sin embargo, ambos sistemas
apuntan a que mientras más veces se repita un mentira, mejor. Se machaca hasta
que crees que es la verdad. La consecuencia en Alemania fue la guerra, aquí es
el silencio, el ocultamiento de discusiones incómodas.
¿Un ejemplo?
El Yasuní. Puedo mandar mensajes diciendo que el uno por mil
en la explotación es certero, irme contra normas ambientales y decir que puedo
hacer algo quirúrgicamente limpio en esa biósfera. Eso nos quieren hacer creer,
mientras que la realidad es de centenas de derrames al año. Te preguntas si lo
que te dice el Gobierno es cierto, pero sólo te lo preguntas si la prensa y las
organizaciones civiles hacen ese cuestionamiento. Si dices que no te lo crees,
eres aplastado por la publicidad, criminalizado. Es un daño para la vida
democrática.
¿La gente se convenció
de la tesis del uno por mil?
Mucha gente dice que a la población en general no le importa
el Yasuní, porque es muy lejos. No sé si sea cierto. A eso creo que juega el
Gobierno. Estamos hablando de algo que la mayoría no conoce. Cuando vi la
propaganda del pinchazo, me dije: ‘no he visto cosa más perversa’. La
perversidad, sin embargo, se ha vuelto nuestra normalidad. Cualquier cosa se
puede tergiversar magistralmente. Aquí todo se hace pensando en votos. Lo mismo
con el aborto. Pero esas discusiones, que son incómodas pero necesarias, no las
hacemos.
Pero sobre el aborto,
más allá de lo electoral, puede ser un tema de creencias religiosas del
Presidente de la República.
¿Por qué las convicciones de una persona tienen que ser el
obstáculo para que se haga una legislación más justa? El político tiene que
promover la discusión.
¿Se están aplazando las
decisiones importantes?
Totalmente. Otras son ocultadas, como la discusión sobre si
debemos ser extractivistas.
La ONG Pachamana
asegura que promovía esa discusión. Fue cerrada por el Régimen.
Pachamama ha trabajado en comunidades afectadas por
explotaciones petroleras. Es de las pocas fundaciones que todavía se atrevía a
defender su trabajo en DD.HH. Ese es su papel, el papel de la sociedad civil.
El decreto 16 apunta
que no hay cómo hacer política partidista.
¿Pero qué haces si dentro de los estatutos está defender los
DD.HH?
El Gobierno dice que esas ONG buscan desestabilizar.
Lo que nos están diciendo es que lo que hace el Gobierno es
ley y no se aceptan críticas.
El arte es una vía para
la crítica y el Régimen habla de una revolución cultural.
(Risas) Eso es justo lo que no hay, estamos muy lejos de
vivir una revolución cultural. Al inicio del correísmo pensé que había un gran
chance, pero fue una de esas ilusiones que vas enterrando de a poco. No hay un
política a largo plazo, no hay visión. La cultura está centralizada.
¿Los artistas están
divididos?
Lo que pasa es que si recibes fondos públicos y eres muy
crítico con el Gobierno, el Ministerio sí te va a hablar. Hay dependencias. Si
estás aplicando a un fondo, puedes decir cosas dentro del Ministerio, pero si
dices lo que no funciona en una entrevista, hay una reacción. Aunque el
Gobierno persigue más a los periodistas.
Pero esto es una
entrevista…
Yo no trabajo más con ellos. Lo mío es un autoexilio. Yo
corté relación.
¿Cómo se hace cultura
paralela al Ministerio?
Los gestores hemos vivido sin ministerios toda nuestra vida.
Una vez nos reunimos entre artistas y estábamos hablando del Ministerio, hasta
que alguien dijo ¡hey!, ya no hablamos de la minería, sino de la burocracia.
Toda la corriente te lleva a ser el que está en la puerta del Ministerio
pidiendo fondos.
¿Cómo liberarte?
Edificando tu propia estructura. Yo vivo de dictar talleres,
trabajos de cine, dirección de teatro. El Ministerio no está en mi horizonte.
Siento que si como artista no eres independiente, pierdes tu esencia. Nuestro
papel ha sido durante siglos plasmar las contradicciones de la humanidad y la
vida política. Nuestro papel es ‘poner el dedo en la llaga’, mostrar la
contradicción del poder.
Ese es el mismo
discurso de la prensa …
Por eso soy una de las 70 personas que firmaron un recurso
ante la Corte Constitucional en contra de la Ley de Comunicación. Sentí que es
fundamental proteger las fuentes en una denuncia y proteger a los que
investigan o critican. Dentro de una democracia, el equilibrio es maravilloso.
Sentí que si no ponía la mano, no era íntegro como artista.
Pero el Gobierno dice
que la ley defiende a los artistas…
Esa ley tiene tantas aristas. Lo del uno por uno (una canción
nacional en radio por una internacional) hace que muchos tengan esperanzas. Esa
parte es interesante, pero está en la misma ley en la que por otro lado cuartas
la libertad de expresión de forma tenaz. Hay un montón de trabas que ponen en
entredicho los derechos de los periodistas. Para la sociedad es fatal.
¿Tiene miedo?
No sé. Más que miedo, siento asfixia en el ambiente. Vemos
que la gente defiende sus puntos de vista de manera privada y creen que no hay
que exponerse. Eso no quisiera vivir, ésa no fue mi esperanza del país que
escogí para vivir con mi esposa, que es ecuatoriana, y mis hijos. No quiero un
país de silencios. (LEV)
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