Susana Cordero de Espinosa
Miembro de número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua.
De un terror tan lejano
Netanyahu es el Hitler de los palestinos, el que mata, destruye, disgrega, odia; Hitler fue, para el filósofo judío George Steiner, “el otro rostro de la palabra humana”. Un rostro sin palabra limpia, sin rubor ni vergüenza.
Luego de haber leído Cartas al director de El País, intento traducir lo que produce en mí el espanto que Gaza vive sin pausa, el dolor al que creemos asistir…
Una foto patética: cómo no lo sería, si muestra a una mujer que sostiene en el brazo derecho a un niño, cuerpecito de piel que transparenta la columna vertebral y las costillas como si de puro tiernas fueran a escaparse del cuerpo sin carne; ¿las preservará tanta delgadez y flacura?, no, sin daños para siempre, ilimitados. El otro brazo materno, empujado por los de la desolada multitud, dirige hacia algo, hacia alguien una cacerola que sube y baja hasta que, entre las manos de ese mundo anhelante, otra, caritativa, ponga un cucharón de sopa para el hambre innumerable. Imágenes desgarradoras, inhumanas, de una situación miserable contra los habitantes de Gaza, por el vengativo y asesino bloqueo israelí.
¿Escribir ante el horror, que esta guerra es una tragedia humanitaria, que provoca una miseria humanitaria? Privar de alimentos y de morada a incontables seres humanos, arrasarlo todo, como lo hace Netanyahu en Gaza en este mismo instante, son hechos inhumanos, jamás humanitarios, porque lo humanitario es ‘Lo que mira o se refiere al bien del género humano’, ‘Lo que tiene como finalidad aliviar los efectos que causan la guerra u otras calamidades en las personas que las padecen’, como dicen las acepciones de nuestro DLE, o también ‘Dicho de una situación, que requiere de ayuda humanitaria’.
Que lo antes posible sepamos que presencias y ayuda llegaron a Gaza para quedarse. Entonces hablaremos rectamente de ayuda, de situación humanitaria. Esta barbarie no es una distopía: es un genocidio ante los ojos de un mundo ciego. El infierno en la tierra se llama Gaza, escribe un periodista.
En 1997, France Culture editó en un libro imprescindible titulado en español La barbarie de la ignorancia, una entrevista realizada por el periodista francés Antoine Spire al filósofo judío George Steiner.
Spire se refiere, entre otros puntos sustanciales, ‘a la postura crítica devastadora’ que mantiene Steiner sobre el Estado de Israel. Para este último, gran pensador y musicólogo, los judíos son ‘hombres del viento’: su vida entera es símbolo de su destino que, hinchiendo las velas impulsa la nave a que no se detenga; sin lugar fijo, su suerte está en cualquier parte, en todas partes. Por esto, es terrible para él que el Estado de Israel se haya establecido en la Tierra Prometida considerándola solo suya, sin respetar el derecho del pueblo palestino que lo habitó; posición de fundamental desacuerdo respecto de la de algunos de sus amigos sionistas, a quienes Steiner acepta con nostalgia.
En 1996, fecha de la entrevista, evoca Steiner uno de sus ensayos escrito entonces hacía treinta años, en el que afirmaba que el Estado de Israel, para sobrevivir, tendría que torturar a otros seres humanos. Y recuerda que durante dos mil años su pueblo, históricamente victimado, vivió sin torturar a otros: ¡Durante dos mil años: En nuestra debilidad de víctimas, tuvimos la actitud supremamente aristocrática de no torturar a nadie. Para mí, es lo más grande de nuestro patrimonio! ¡Torturar a otro ser humano es, de manera absoluta, la trascendencia del mal absoluto!
Steiner murió a los noventa años, en 2020; no llegó a ver lo que previó con lucidez y dolor; no supo del horror actual de Gaza.
Netanyahu es el Hitler de los palestinos, el que mata, destruye, disgrega, odia; Hitler fue, para Steiner, “el otro rostro de la palabra humana”. Un rostro sin palabra limpia, sin rubor ni vergüenza. El filósofo reafirma, sin embargo, su convicción de que no hay Israel sin Holocausto, y ratifica que esta terrible paradoja no es suya, es de la historia, de su historia.
Para Steiner, el Holocausto creó una situación singular: el falso Mesías que fue Hitler, quiso destruir al pueblo israelita, pero puso a Israel en el corazón de las naciones e instaló el judaísmo en un lugar… De este modo, el nuevo Estado que proclama tal judaísmo, no lo es: el auténtico solo puede ser diaspórico. El judío, paradójicamente, vive la fascinación por la historia, por su propia historia que muestra la tormenta de una paradoja muy profunda. Como pueblo, la Historia nos fascina, como nos fascina la tormenta misma de nuestro destino. A veces, me digo… que la llegada del Mesías sería aburridísima. ¡Qué aburrimiento si se terminara la Historia!, exclama Steiner.
Finalmente, él mismo apunta: … Aburrimiento en Israel, hastío de una cultura que no confirma las promesas de la diáspora. Y Spire constata su impresión de que en Israel hoy, la literatura no llega al nivel de la creada por los grandes escritores judíos de la diáspora… Aunque hay músicos, estos tampoco llegan a tener la calidad de los del antiguo Israel; ni literatura ni música actuales ascienden al nivel de las que posibilitaron los judíos de la diáspora. Y pregunta a Steiner si él no espera, secretamente, que el pueblo judío tenga una dimensión distinta a la que ostenta hoy.
Steiner responde: ¿Secretamente?, no: ¡Abiertamente! Y recuerda que los judíos, antes del Estado en que hoy viven, fueron grandes maestros del ajedrez, pero hoy el equipo nacional es mediocre, señal, para él, de algo muy grave.
Y para sufrimiento de los seres humanos que aún pueblan este mundo, su visión fue profética; él solo lo vio en su imaginación, en su terrible, histórica, tremenda capacidad de imaginar. Vio que el destino del Israel ilustre es el de la diáspora, el de la dispersión de los judíos exiliados; que, seguro en un lugar, el pueblo judío deja de ser lo que fue. Para muestra, el horror de Gaza.
George Steiner descansa ya, pero su palabra permanece y para muchos judíos de la diáspora que viven en países distintos y saben que todo es provisorio, su palabra es la de tantos que todavía, y hasta desde el mismo centro de Israel, protestan con inmensa pena, junto al resto del mundo humanitario, contra la infinita tragedia que ven vivir hoy, cuando la muerte es la vida de cada día.
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