#IC / #EDITORIAL / Hemos llegado al punto más bajo. El país ha tocado fondo. Y no es una frase exagerada. Es una realidad dolorosa y evidente cuando vemos que Mayra Salazar, la mujer que confesó haber pactado con narcos, hoy aparece en entrevistas hablando de valores, como si la memoria colectiva fuera un disco borrado. Como si el país no recordara que salió del caso Metástasis protegida, intacta, premiada.
Y mientras eso ocurre, Daniel Salcedo, símbolo del fraude, la fuga y el lujo con dinero robado, se presenta ahora como el nuevo gran denunciólogo de la política ecuatoriana. Desde su celda —esa que burló con pasaporte falso— lanza acusaciones como si fuera fiscal, juez y moralista al mismo tiempo. Y lo peor: hay quienes lo aplauden. Lo reproducen. Le dan micrófono.
¿Qué clase de país se está construyendo cuando los que mancharon sus manos con corrupción y crimen ahora reparten lecciones de ética? ¿Qué justicia es esta que premia al que miente primero y castiga al que denuncia después? ¿Qué poder es este que convierte a los culpables en sus voceros y a los opositores en sus enemigos?
Nos están vendiendo un “Nuevo Ecuador”, pero lo que vemos es el mismo sistema podrido de siempre, solo que más cínico, más descarado, más violento. Nos dicen que esto es lucha contra la corrupción, pero huele a vendetta política, a espectáculo, a persecución disfrazada de moral.
No es justicia cuando se escoge a dedo a quién investigar y a quién proteger. No es verdad si viene de quienes usaron el crimen para ascender y ahora usan el poder para señalar. Y no es esperanza si los salvadores del país son los mismos que lo ayudaron a hundirse.
El Ecuador no solo está en crisis. Está en manos de una élite política que ha hecho de la moral una herramienta de guerra. Y si no despertamos, si no exigimos una justicia real, imparcial, limpia, pronto ya no sabremos distinguir entre el delincuente y el que gobierna.
Porque cuando el fondo se normaliza, el siguiente paso ya no es caer. Es dejar de luchar por levantarse.
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