miércoles, 9 de julio de 2025

 

Se suponía que sería un fin de semana de descanso y diversión: las fiestas del 4 de julio.

La tarde del jueves 3, el Servicio Meteorológico Nacional alertó sobre un sistema de tormentas que avanzaba lentamente sobre Texas: se preveían desde chubascos hasta tormentas intensas para el viernes, Día de la Independencia en Estados Unidos. Para la madrugada del viernes, la alerta había escalado considerablemente.

En cuestión de horas caería el equivalente a un mes de precipitación sobre algunas zonas del centro del estado del sur estadounidense, entre ellas el condado de Kerr, donde muchas personas habían salido a disfrutar de la naturaleza y unas 500 niñas participaban en las actividades de verano del Campamento Mystic, una institución cristiana fundada hace un siglo.

Una cabaña del Campamento Mystic resultó dañada por las inundaciones. Sergio Flores/Reuters

Fue como si una esponja completamente saturada se exprimiera en las alturas”, escribió Amy Graff, reportera del equipo meteorológico del Times. En algunos lugares cayeron hasta 38 centímetros de agua en cuestión de horas.

El sábado por la mañana ya se reportaban más de 27 personas fallecidas y decenas más desaparecidas. Equipos de emergencia compuestos por más de 1700 rescatistas y voluntarios empezaron a peinar la zona en botes, helicópteros, caballos e incluso a bordo de carritos de golf.

Pronto empezaron a surgir relatos de la angustia y noticias de sobrevivientes: una niña que flotó en un colchón durante horas, un matrimonio cuya casa rodante fue arrastrada por el agua, una joven que pasó la noche aferrada a un árbol. Un rescatista que, en su primera misión, ayudó a salvar a 165 damnificados, algunos de ellos niñas que no querían despedirse de sus peluches y pedían noticias de sus compañeras de campamento.

El domingo, el presidente Donald Trump accedió a declarar el estado de emergencia para que el gobernador Greg Abbott pudiera disponer de fondos federales en los esfuerzos de rescate.

El lunes, grupos de rescate buscaron entre los escombros a orillas del río Guadalupe en Kerrville, Texas. Loren Elliott para The New York Times

Hace 15 años, cuando Nashville se vio arrasada por unas lluvias mortales, la novelista Ann Patchett escribió:

¿Por qué la gente espera y mira la crecida del agua? ¿Por qué ponen su equipaje en el bote y a sí mismos en el agua color café con leche que sin duda está llena de serpientes?

Hay cosas de la naturaleza que jamás comprenderemos, pero parte de esto puede explicarse por el hecho de que una inundación es, al principio, solo lluvia, nunca tan repentino como un terremoto ni tan imperativo como el fuego. La lluvia sucede a cada rato.

En el centro de Texas, una zona a la que a menudo se denomina el “callejón de las inundaciones repentinas”, la lluvia pasó de ser “solo lluvia” a un escenario catastrófico durante la madrugada.

Si bien las operaciones de emergencia continúan en Texas y la prioridad es por ahora la búsqueda y pronto la reconstrucción, ya han empezado a surgir reportes sobre algunas deficiencias en el sistema de alerta: algunas personas dijeron no haber recibido ningún anuncio preventivo. El meteorólogo que coordinaba las alertas en la zona se había retirado en abril, acogiéndose al paquete de jubilación anticipada empleado por el gobierno federal como parte del plan de recortes presupuestales.

ESTO SABEMOS SOBRE EL SISTEMA LOCAL DE ALERTAS

Al cierre de este boletín, la cifra de víctimas mortales pasaba de 100. Entre los fallecidos estaba Dick Eastland, de 70 años. Eastland dirigió el campamento durante décadas antes de que la corriente lo arrastrara mientras intentaba poner a salvo a las niñas. Solo el campamento había perdido al menos 27 personas, entre asistentes y personal; se supo que dos familias perdieron cada una a dos hijas, entre ellas un par de gemelas.

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