jueves, 17 de julio de 2025

 

"El analfabetismo que persiste: una herida abierta en el Ecuador del siglo XXI", por el Dr. Efstathios Stefos


Según la UNESCO, se considera alfabetizada a la población de 15 años o más que sabe leer y escribir. En Ecuador, de acuerdo con datos del INEC, alrededor de 860.000 personas en este grupo etario no saben leer ni escribir, lo que representa el 6,5% de la población total del país en dicha franja de edad. De los analfabetos ecuatorianos, el 60% son mujeres, el 59% vive en áreas rurales, el 36% son pobres y el 14% indigentes. Además, el 29% se identifica como indígena.

Aunque la educación básica es obligatoria en Ecuador, hay miles de niños y niñas que no asisten a clases, abandonan la escuela tempranamente y no logran adquirir las competencias necesarias para leer y escribir. Esta realidad se agrava en las zonas rurales, donde persiste una preocupante falta de infraestructura escolar, de conectividad y de condiciones adecuadas para el aprendizaje. Hay comunidades donde no existen escuelas cercanas o donde las aulas son precarias, sin acceso a materiales educativos actualizados.

A ello se suma el trabajo infantil, una problemática que afecta especialmente a los sectores más vulnerables. Muchos menores, en lugar de asistir a clases, deben trabajar para contribuir a la economía familiar, especialmente en el campo. Este fenómeno no solo interrumpe su proceso formativo, sino que les condena a una vida de exclusión desde temprana edad, al impedirles desarrollar las habilidades básicas necesarias para una participación activa en la sociedad.

La misma Constitución de la República del Ecuador reconoce a la educación como un derecho fundamental de las personas a lo largo de toda la vida y como una obligación ineludible del Estado. Sin embargo, hay distancia entre lo que dicta la norma y lo que ocurre en la práctica. El analfabetismo que hoy observamos en la adultez es, en gran medida, el resultado acumulado de estas desigualdades estructurales.

No se trata solo de una carencia individual, sino de una deuda colectiva. Las personas que no saben leer ni escribir están en desventaja para acceder a empleos dignos, participar en la vida política, informarse sobre sus derechos o acompañar el proceso educativo de sus hijas e hijos. En otras palabras, el analfabetismo perpetúa el círculo de la pobreza y la marginación.

Enfrentar el analfabetismo no puede reducirse a programas educativos, como los centros de alfabetización para personas adultas. La verdadera solución requiere fortalecer la educación básica desde sus cimientos, con políticas públicas sostenidas, inversión en infraestructura educativa, programas de permanencia escolar y una atención prioritaria a las poblaciones históricamente excluidas, como los indígenas y los afroecuatorianos. Esto implica también combatir con decisión las causas profundas que impiden el acceso a la educación, como la pobreza y el trabajo infantil, que obligan a miles de niños y niñas a abandonar las aulas para subsistir. La alfabetización no es solo una meta educativa: es una puerta de entrada a otros derechos fundamentales.

Más detalles sobre este tema en mi libro El rostro del analfabetismo en Ecuador: Una herida que persiste, publicado por la Editorial Ediciones Prometeo.

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