lunes, 14 de julio de 2025

 LOS ALCALDES DE QUITO, GUAYAQUIL Y CUENCA, DESPRESTIGIADOS

"Servirse de un cargo público para enriquecimiento personal resulta no ya inmoral, sino criminal y abominable".
Por Jaime Cedillo F.
Las tres principales ciudades del país: Quito, Guayaquil y Cuenca, padecen las consecuencias de contar con alcaldes que, por sus malas acciones y decisiones, sufren el rechazo de sus conciudadanos por pésimas gestiones, abusos de poder, ineficiencia, derroches del dinero que son utilizados, no precisamente en obras, para brindar soluciones a los problemas más urgentes, como son los servicios de agua potable, alcantarillado, planificación, arreglo de calles, asfaltado de avenidas, con burocracias obesas e innecesarias, contratos direccionados y con sobreprecios infames; con la poco o nula intervención de la Contraloría General del Estado, que no responde a las denuncias documentadas de ciudadanos, representantes de organizaciones civiles, dirigentes de comunidades, unos pocos concejales que no son parte de las argollas enquistadas en las administraciones municipales, eso que se conoce con el triste nombre de grupos de delincuencia organizada. Los tres tristes tigres responden a los intereses de la mal llamada y desprestigiada "revolución ciudadana".
Veamos: el burgomaestre de Quito, Pabel Muñoz, más pronto que tarde, se definirá su futuro político en las urnas, cuando el Consejo Nacional Electoral, convoque a los quiteños para que se pronuncien por la revocatoria de su mandato, luego del proceso y verificación de firmas, que tuvo la bondad y la valentía de recolectar un colectivo cívico de quiteños, cansados de la inoperancia y las vivezas criollas. Muñoz, tiene hoy en día a más de doscientos veinte barrios populares, sin agua potable, son miles de ciudadanos que sufren las consecuencias de la improvisación y falta de organización. Las imágenes que muestran los canales de televisión, viendo a la gente corriendo por unas gotas de agua, es indignante. Ojalá el CNE se compadezca y convoque a las urnas lo más pronto posible.
El de Guayaquil, conocido como el "contrabandista de combustibles", Aquiles Álvarez, sin grillete, es procesado por la justicia, por hacerse los oros al margen de la ley. Recién se hizo más famoso, no por hacer obras, sino por desafiar a puñete limpio a un dirigente de una de las comunidades más abandonadas de la Perla del Pacífico. "Yo, cuando me cabreo, me cabreo, entonces nos piteamos", y le persiguió al Juan Pueblo, y Juan Pueblo no se corrió. Al día siguiente, la noticia apareció en los periódicos, pero en la sección de crónica roja,, en dónde más debía estar. Y, el "siete machos" que era alzado en hombros por sus guardaespaldas, que le azuzaban, "embista jefe, embista".
Y, el de Cuenca, otro "siete machos", pero con mujeres, que se ha ganado la mala fama de insultador a tiempo completo. Sus "hazañas" son incontables. Cada vez han ido subiendo de tono, nadie se escapa de este energúmeno enfurecido. Su fama ha traspasado fronteras, él mismo ha tenido el cinismo de reconocerse con la célebre frase: "antes de yo y después de yo, nadie carajo". Aquí cabe otra frase: "La soberbia nunca baja de donde subes, pero siempre cae de donde subió".
Se llama Cristian Zamora Matute, anda en blindado de 180 mil dólares, viaja al exterior como magnate con dinero del pueblo, bate el récord nacional de inflar la burocracia con descaro, sin medir consecuencias, restando el dinero para obras, para pagar sueldos dorados a su jorga; y cuando la concejal le pregunta sobre los perfiles que deben reunir los de su círculo, le responde con majadería, que él nombrará a quién le dé la gana, una y otra vez, hasta cuando termine su gestión. Y los alzamanos mediocres aplauden al fanfarrón.
El Tribunal Contencioso Electoral, pronto dará su veredicto sobre la denuncia de infracción electoral grave, que pesa en su contra. Lo que se merece es la destitución, la pérdida de los derechos políticos, y pedir disculpas públicas a la Cuenca Culta y Patrimonial.
Y, desde esta trinchera del periodismo libre e independiente, les decimos que "no hay blindaje más frágil que el ego de quien teme decir la verdad".
El Observador


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