domingo, 3 de febrero de 2019

La noche en que la UNP cambió de nombre



El pasado 29 de enero, la Unión Nacional de Periodistas entregó el Premio Nacional Eugenio Espejo a varios colegas, como cada año. Sin embargo, esta edición se destacó por la presencia de autoridades del gobierno de turno para ser quienes entregaran los reconocimientos. Esta decisión y la desprolija organización de la ceremonia, que incluyó fallas técnicas constantes, fueron motivo de virulentas quejas y descontento entre los periodistas ecuatorianos.
2019/02/01
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La Barra Espaciadora / @EspaciadoraBar
La ceremonia de entrega del Premio Nacional de Periodismo Eugenio Espejo -organizada por la Unión Nacional de Periodistas (UNP)- fue divertida. Lo fue mientras duró; es decir, más o menos entre las ocho y las nueve y media de la noche del martes 29 de enero, mientras en la calle llovía a cántaros y en la cocina del salón principal se alistaban los bocaditos y cócteles para el brindis.
Si bien el gremio jamás ha sido un referente a prueba de balas, nadie se imaginó que una celebración con tantas palmaditas en la espalda se iba a convertir en una carnicería que, con la velocidad del cáncer, ha empezado por agravar la agonía de la propia institución. De la institución periodística, claro. La que incluye, por supuesto, a la UNP.
Y cómo no va a ser divertida la noche si la persona que manejó, hizo o programó las proyecciones desplegadas al fondo del escenario del magno auditorio (hechas en un powerpoint de la época en que Atahualpa guerreaba con su medio hermano Huáscar) no podía diferenciar entre candidatos y ganadores. Tampoco, entre las categorías crónica o reportaje; y menos, los lazos que unen y se deshacen entre prensa escrita y medios digitales.
Es probable que aquella persona no tenga la culpa de que la tecnología les juegue estas pasadas “hasta a las mejores familias”, como trató de justificar el presentador de voz y presencia impecables. Bueno, ante las evidencias, tampoco se descarta que el directorio entero de la UNP confunda los conceptos más básicos del periodismo. La independencia, por ejemplo. No es una apreciación. Es un hecho. En su boletín de prensa, la propia UNP lo destacó: “Estuvieron presentes en la celebración altas autoridades del Estado, como los señores Asambleístas César Carrión, Cristina Reyes, señora Fiscal General de la Nación, Dra. Ruth Palacios, delegados de Cordicom, de la Secretaría de Comunicación, de la UAFE (sic)”.
¿Altas autoridades?, ¿señores asambleístas y señora fiscal? Curioso retroceso a las formas más inocentes del sometimiento al poder; mientras –paradójicamente– en el estribillo del discurso romántico se resalta la misión del periodismo como contrapoder, como espacio para la rendición de cuentas, para las preguntas incómodas, para las verdades ocultas.
En fin, al igual que el powerpoint de los incas, el “señorío” colonial puede pasar a las actas como anécdota. Lo que no pasa es que estos personajes –encumbrados en la dirección de un Estado oscuro y contaminado de corrupción y argollas– han sido quienes entregaron los premios a los periodistas ganadores. Eso no pasó ni en los premios de La Posta, donde los políticos y las celebridades, que arribaron como en la entrega de los Oscar, supieron que su espacio natural estaba en la alfombra roja y frente a las cámaras. Pero la UNP no es una empresa privada de comunicación. Es un gremio que acaba de cumplir 79 años de vida institucional.
¿No se renegaba al interior de la UNP que la Supercom de Carlos Ochoa o la Secom de los Alvarado organizaban concursos, homenajes y premios para repartírselos entre la banda de amiguetes?
Lo que pasó el 29 de enero fue, más que un golpe, un trauma. Nadie ha dicho que estas “altas autoridades” no deban ser invitadas o que tengan impedimentos para asistir. Tampoco se ha dicho que la UAFE o la Fiscalía tuvieran cosas escondidas, amarres, silencios y omisiones cómplices; mucho menos que el director de Comunicación de una de esas instituciones haya prohibido a los reporteros judiciales hacer su trabajo. ¡No, pues; si eso nunca ha pasado! ¡De ninguna manera!
Quizás el problema de la UNP es que está conformada por bastantes relacionadores públicos, comunicadores institucionales que quieren congraciarse con sus jefes y un puñado de periodistas que dicen ser los máximos representantes del contrapoder. Leones y corderos juntos. Ahora se puede comprender por qué asistió la “señora fiscal” y el resto de “señores”, así como los patrocinios de la Prefectura de Pichincha en las fiestas de diciembre y el silencio frente a los desatinos del gobierno.
La solución para este dilema epistemológico no es tan difícil de encontrar ni aplicar. Requiere contratar una cuadrilla de obreros que, con la misma destreza con que se usó el powerpoint el 29 de enero, tenga clara su misión: cambiar el letrero de Unión Nacional de Periodistas por uno que –para no gastar en nuevo logo– diga Unión Nacional de Propagandistas (UNP) o Unión Nacional de Partidistas (UNP) o Unión Nacional de Proselitistas (UNP) o Unión para la Negación de información a la Prensa (UNP). También se podrían mandar a hacer botones de la UNP con el hashtag #UstedNoesPeriodista#UstedNoPregunte. O, salidos del rigor del logo, #siesperiodistaypideindependiencianojoda. El directorio debió repartir esos botones.
A propósito de los reconocimientos, como tal, ¿hasta cuándo se van a premiar las categorías del siglo pasado, de cuando no había computadoras, internet ni powerpoint? En la UNP no tienen la menor sospecha de la evolución, de la mutación, de los géneros periodísticos y del propio periodismo. Un episodio es revelador: quisieron reconocer al periodismo digital y le dieron el premio a un relato –divertidísimo, por cierto– que más reunía características de producto impreso que de medio electrónico. La justificación de los organizadores es inocente: el texto se publicó en internet.
El ganador de esa “Crónica publicada en medio digital”, que es un buen amigo de esta casa, solo se ha reído por esta discusión y ha jurado enjuiciarnos si le llegan a quitar el premio.
La categoría de fotografía existió. Estuvo en la convocatoria. Hubo decenas de trabajos enviados, pero ni siquiera fue mencionada. Dicen que la declararon desierta. Pero se olvidaron de dar una explicación al respecto. Tal vez no alcanzaron a validar y calificar las postulaciones, pero, seguramente, si no se gastaba tanto tiempo y esfuerzo en las invitaciones y honores para las “altas autoridades”, se hubiera cumplido con el compromiso adquirido de reconocer a las mejores fotos del 2018.
La conformación del jurado y los criterios de selección son de una dimensión desconocida. Son una leyenda. Algunos creen, por ejemplo, que entre ellos se escondió Eugenio Espejo, creencia que empieza a tomar fuerza dados los criterios con que se elaboraron las bases del concurso y, ¡como no!, los diseños del powerpoint.
En el mayor premio de periodismo, a estas alturas del siglo XXI, todavía no hay espacio para el factchecking, el periodismo de datos, el periodismo de inmersión, las crónicas interactivas, los reportajes en cómics o los artículos de opinión que, como este, no son del agrado del círculo de ‘compañeritos’.
Nadie comprende por qué a varios de los finalistas ni siquiera se les avisó que habían llegado a instancias decisivas, ni por qué unos recibieron invitaciones por escrito, por llamada, por mail, mientras que a otros, ni el saludo. Por supuesto, no entran en esta categoría las “altas autoridades”.
Si la UNP quería sobresalir, lo hizo. Los propios periodistas fueron los encargados de propagar el fuego. Con el ego por las nubes, los ganadores de la noche callaron y se limitaron a festejar, sin un ejercicio autocrítico del oficio, mientras que, por el otro, con el ego por el piso, los que no se llevaron el aplauso se refugiaron en las redes sociales para descalificar a la UNP y a sus compañeros con el mismo entusiasmo con el que un bebé estalla en llanto cuando no le regalan su pelota cuadrada.
No vamos a restar méritos de los ganadores y tampoco a quienes no fueron seleccionados. Ambos son indispensables para este pueblo grande, siempre y cuando dejen el ego a un lado y privilegien el derecho y la necesidad de sus audiencias a recibir un periodismo de calidad. Felicitamos el merecido triunfo de Arturo Torres y María Belén Arroyo, acreedores del premio mayor de la noche, y a todos quienes postularon con sus trabajos y alcanzaron a ser finalistas o ganadores.
En tiempos de periodismo colaborativo, habrá que hacer las paces y, si hay cómo, hasta el amor. La UNP, de su lado, deberá hacerse la autocrítica respectiva y aceptar sus errores para enmendarlos. Si no lo hace, digan ustedes, colegas periodistas, ¿les quedaría alguna gana, un mínimo de confianza de participar nuevamente en el Premio Nacional de Periodismo Eugenio Espejo? Pues a nosotros, sí.
Posdata: Esperamos que el próximo año los premios Eugenio Espejo vengan con algún estímulo económico o en especie, puesto que, con la reducción de los subsidios y el desempleo rampante, el reconocimiento simbólico suena a sarcasmo. Es decir, proponemos que la UNP (o quien organice un concurso serio) premie de verdad a los periodistas y no que sean los mejores trabajos de los periodistas los que terminen premiando –con prestigio– a los organizadores.

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