EL RINCÓN DE LA NOSTALGIA.
LOS GRANDES ( 1 )
Por Felipe Aguilar
El basquetbol, deporte inventado por los norteamericanos, consiste en hacer pasar un balón, por una canasta, que está a 3m.5cm., del suelo. En consecuencia, es un juego en el que, tienen mayores posibilidades de triunfar, los individuos –¿ será de decir, y las individuas ? – de elevada estatura. Los pequeños, los de Liliput, los del grupo menudo, aparentemente, no tienen ningún chance de moverse, con éxito, en tierra de gigantes.
Se supone que, 1m80cm es una estatura mínima, aunque, en nuestro medio, por una cuestión de raza, quien alcanzaba esa talla, jugaba de pivot y, definitivamente, los que rondaban el 1m60cm, debían buscar alguna otra actividad.
Sea de ello, lo que fuere, la verdad es que, en la ruta del recuerdo, si hemos encontrado a seres diminutos a los que no les cabía ni la menor duda, que, sin embargo, jugaban al básquet con calidad.
LUIS ALARCÓN, a quien calzaba, a la perfección, el sobrenombre de Tocho, era uno de ellos. Tenía una técnica impecable para llevar el balón, sin mirarlo y un muy alto porcentaje de precisión, en los lanzamientos de media distancia. Sus debilidades, en el rebote y en el juego defensivo, se explicaban, en virtud, de que todos los rivales lo miraban desde arriba. Se retiró pronto de la práctica y se dedicó, con fervor, a la dirección técnica. Analizaba jugadas, planeaba estrategias, estudiaba a los rivales y dirigía, a sus equipos, los más representativos de la provincia, con auténtica vocación. Recordaremos, por el momento, solamente dos de ellos. En el año 1964, hubo, en el único coliseo cerrado que había, en ese entonces, el del Benigno Malo, un cuadrangular de básquet femenino. Azuay participaba sin mayores expectativas pues, los equipos visitantes, tenían a las grandes figuras. Esmeraldas contaba, por ejemplo con Angélica Baldeón, Emérita Quiñonez, Mercedes Leverone, Bertha Caravalí e, incluso a Nubia Villacis, la mejor jugadora ecuatoriana de todos los tiempos. Chimborazo alineaba, entre otras, a Bertha Domínguez y Elva Poveda, Guayas tenía a la China Cruz, en fin. Sin embargo, Azuay, gracias a los planteamientos táctico de Alarcón y el desempeño brillante de sus jugadoras, particularmente, Rosario Sánchez, sorprendió y, como se suele decir, se enfrentó de igual a igual, con sus rivales.
Si mal no recordamos, hubo un triple empate pues Azuay venció a Esmeraldas pero perdió con Chimborazo que, a su vez, fue derrotado por Esmeraldas, en tanto que Guayas no conoció la victoria., aunque, lo que realmente interesa, es que el Azuay presentó un equipo de gran nivel competitivo y, por ello, una revista de circulación nacional puso, en la portada, a la selección y a sus integrantes las llamó, el quinteto inolvidable.
En esas jornadas, el diminuto entrenador tuvo peso, presencia y gravitación, como también los tuvo, cuando le tocó dirigir a la Liga Deportiva Estudiantil, LDE.
En ese equipo actuaban Raúl, el Gato Ortega, el más importante jugador de la historia del básquet azuayo, su hermano Mario, Jorge Harris, Alfredo Campo y Richard Clancy, un gringo dueño de envidiable precisión para los tiros de larga distancia. Para la rotación Alarcón tenía a valiosos jugadores como Casimiro Torres, Pedro Vintimilla, Luis Vintimilla, Gerardo Teodoro Dávalos Landívar, y otro gringo, cuyo nombre se escapa. En todo caso, pese a las dificultades que tenían para entrenador pues, los jugadores ya cursaban estudios superiores y la universidad ha sido la tumba del deporte amateur, Alarcón había logrado motivarlos y durante algún tiempo, en la vieja cancha de la antigua Salle, en la Gran Colombia y en e coliseo del l Benigno Malo, bridaron espectáculos de alto nivel que se han quedado gratamente en la memoria. Recordamos, con especial emoción el partido que los enfrentó al equipo de los hermanos Duarte, el Regatas Lima, en una época en la que, el básquet peruano, disputaba la supremacía con Brasil y Argentina, en América del Sur.
En el balance final, la trayectoria de Luis Alarcón es altamente positiva. Fue un momento importante en el básquet regional. Fue el primer director técnico profesional, antes de él, los equipos estaban dirigidos por los profesores de educación física. Gentes de muy buena voluntad pero escasa sapiencia. SU muerte prematura, como suele decirse, dejó un vacío, pero, su dedicación y su amor por el deporte, abrió un camino
LOS GRANDES ( 2 )
En esta nostalgia por los bajitos que llegaron a ser grandes, hay un nombre que no podemos soslayar, el de JULIO ABAD.
Julio Abad era bastante menor al dueño de estos recuerdos, quien lo vio, por primera vez, en una selección juvenil de básquet, del colegio Manuel J. Calle y quedó impresionado por la calidad de su juego, pues, no había posibilidad de duda, era un fuera de serie.
Julio era hábil. Una barbaridad de hábil. Y, ágil, sorprendentemente, ágil. Manejaba los dos perfiles. Pasaba el balón con la mirada en otro lado, los cual desairaba a los contrarios y, tenía un porcentaje muy alto de aciertos en los lanzamientos de larga distancia. Si, en sus tiempos, se hubiera aplicado ya, la regla gringa de los tres puntos, para los tiros, desde fuera de la zona, los marcadores hubieran llegado a cifras siderales. Parecía tener cimbras en el cuerpo y saltaba “una bestialidad”, probablemente, más alto que su pequeña estatura, por eso, incluso, a veces, rebotaba y, con humor, proclamaba que, si se esforzaba, podría hasta “clavarla”. Era supersónico, quizás, en los 100 metros debía rondar los 11 segundos. En fin, “toda ponderación es nada”, en muchos sentidos, era un jugador inverosímil. Un día, integrando un equipo patrocinado por una empresa de triste recordación, Filanbanco, se enfrentó, nada menos que al River Plate de Buenos Aires y, los gigantescos argentinos estuvieron al borde de la demencia, les dribló cuantas veces quiso, les engaño mediante pases por la espalda, les pasó el balón de pique al suelo, debajo de sus largas piernas, aunque, claro, no pudo evitar la derrota ya que, la diferencia entre los dos equipos era notable. Con la misma seriedad burlona, jugaba los partidos cotidianos, los “chichiguas”. En un campeonato entre profesores de colegios, después de una noche de vino y de rosas, llegó tarde. Cuando ingresó, su equipo marchaba por más de 20 puntos y era humillado. Entró, empezó a canastear desde todas las distancias y dio un viraje espectacular al resultado. Embromándose a sí mismo, dijo que parecía recomendable y reconfortante jugar chuchaque.
Julio era también un excelente futbolista, aunque su verdadera especialidad, era el Voley de sala y también, se movía, con calidad, en el volibol de tres o ecuavoley. Las múltiples variantes y movimientos tácticos que exigen este deporte, las había estudiado muy bien y las puso a disposición de sus pupilos, los alumnos del colegio La Asunción, pues este plantel y el Departamento de Cultura Física de la Universidad de Cuenca, se beneficiaron de su trabajo y su profesionalismo., ya que, la enseñanza fue para él, una vocación auténtica y no simple decorado de insustanciales discursos
En los caminos de la vida se puede encontrar a deportistas muy técnicos, pero, solo son realmente virtuosos, los que tienen principios éticos y defienden valores humanos. Dicho de una manera sencilla, si son buenas personas. En este sentido Julito – nunca más preciso el diminutivo, pues traduce afecto – era un ser lleno de cualidades positivas. Bondadoso, pero no pusilánime. Cordial, pero no zalamero e incapaz de actitudes lambisconas. Disciplinado, pero no obsecuente. Valiente, pero no audaz ni temerario. Precisamente, esa valentía le permitió afrontar situaciones, que él las hizo risueñas, aunque pudieron ser trágicas, cuando, por ejemplo, en las bellas inclemencias del Cajas, la neblina lo cubrió todo y él, solitario resistió dos noches y apareció nomás, a los días, cuando las brigadas de rescate ya habían perdido toda esperanza.
Esa valentía le permitió llevar con entereza y hasta con fingida bonhomía, la crueldad de su enfermedad, las asperezas de las quimios, el proceso inexorable de su deterioro físico. Solamente, cuando comprendió que perdía su lucidez, congregó a sus amigos y, en actitud admirable se despidió y se aisló, para esperar su muerte. Con el Julito se iba, cuando todavía podía esperase mucho de su espléndida madurez, un deportista ejemplar. Es decir, un ser humano cabal, pues siempre, un buen deportista es un hombre bueno, útil y necesario.
LOS GRANDES ( 3 ).
El tercero de estos bajitos, que han dado lecciones de grandeza, está, ventajosamente, todavía, en esta orilla, con sus 80 años espléndidos, recién cumplidos. Su nombre es CASIMIRO TORRES. Precisamente, estas nostalgias, lo vinculan con los dos “pequeños gigantes”, perdón por la antítesis tan trillada, de las crónicas anteriores, pues, con Luis Alarcón integró, en los ñaupa tiempos, la selección del Colegio Técnico Salesiano y Julio fue su colega y, como tal, compartió, durante algunos años, las cátedras, en la Carrera de Cultura Física, en la Universidad de Cuenca.
Casimiro, según entendemos, carece de título académico, pero, por la ética de sus acciones y la nobleza de su actitud ante la vida, merece el título más difícil de alcanzar y merecer, el de SEÑOR. Y, a todo un señor, todo honor. Por eso, vemos, como un acto de absoluta justicia, el homenaje que ha recibido en estos días,
Homenaje que es más valioso todavía, si es que tomamos en cuenta su origen. En efecto, no se trata de convencionales medallas al mérito deportivo, ni reconocimientos oficiales, que suelen ser, simple relumbrón y hojarasca, sino que emana de los sentimientos más nobles que se albergan en el corazón humano, la gratitud y la amistad. En efecto, son sus alumnos, de múltiples generaciones, los que quieren dejar, al Maestro, con cariño, el testimonio de su enhorabuena y su permanente reconocimiento
Respecto a Casimiro, los recuerdos son muy añejos. En el equipo del Técnico Salesiano conocimos a un Casimiro jovencísimo – nosotros éramos niños, desde luego – jugar, junto a Luis Alarcón, frente al Normal Manuel J. Calle, que sí tenía a un grandote, el eficiente, César Camión Iñiguez, a un muy hábil, Mono Chávez o a un cerebral Nilson, el Negro Vázquez. Los partidos se realizaban en la primera cancha, con piso de cemento, que tuvo la ciudad, la del viejo Normal de la calle Tarqui y eran encuentros muy reñidos, de esos que llamaban, de hacha y tiza. Y, esto porque, es de justicia recordarlo, el básquet lo trajo a Cuenca, Don Nelson Aquiles Pons, un profesor normalista quiteño que formó una familia cuencana muy deportista. En efecto, es padre de Bartha Pons Páez, una de las integrantes del quinteto inolvidable y abuelo de Mario Pons, probablemente, el mejor ciclista de pista, en la historia del país.
A despecho de su estatura, Casimiro era un jugador que dominaba todos los secretos del básquet. Driblaba con eficiencia suma y con súbitos cambios de ritmo, pasaba el balón con sorpresa y, sobre todo, tenía un lanzamiento de larga distancia impecable. E, implacable. Llevaba el balón hasta la esquina y, luego del amague, hacía el jump y lo lanzaba con precisión extrema. Alguna vez, nos propusimos registrar, sus aciertos y errores y constatamos que, en un tiempo, intentó 7 lanzamientos y los 7 llegaron al destino buscado. Es decir, un 100% para el asombro que, con la normativa actual, significaría 21 puntos. Eso llevó, a un periodista deportivo perezoso y, en súbito ataque de originalidad a llamarlo, Casimiro, Mano de Oro. Y, más allá de la ausencia de creatividad, era verdad. Y, era justicia.
Y, ya que estamos en plan de copiar frases, digamos que, Casimiro Torres es un ser de excepcional calidad humana. Un corazón de oro. Sencillo, cordial, transparente. Es un morlaco en todas sus virtudes y sus costuras. Modesto, sin poses, dueño de sus silencios y enemigo del ruido. Consciente de sus límites, pero también de sus capacidades, prefiere un perfil bajo, pero, es firme, en la defensa de sus convicciones. Se ha forjado en eso que suelen llamar la Universidad de la vida: el orfelinato, la pobreza, el baldío, la jorga esquinera, el barrio, las calles, el colegio fiscal, la noche. Y, su espíritu ha permanecido enhiesto. Y, sus códigos éticos han sido siempre respetados. Eduardo Galeano decía que el fútbol es la única religión que no tiene ateos, Casimiro lo cambia por el básquet, cree en la Spalding y, todavía, con 80 pirulos sobre el lomo, la maneja con solvencia. El básquet, jugarlo, trasmitirlo, enseñarlo, han sido su religión, aunque claro, como buen cuencano, es un católico fervoroso. Ha sembrado con sapiencia y llega al momento de cosechar gratitud a manos llenas, con la satisfacción del deber cumplido y el aplauso íntimo de su propia conciencia. Carpe Diem, aprovecha el día, no dejes que la vida pase sin vivirla, Aprovecha Casimiro// que la vida es un suspiro. Y este pequeño hombre de las grandes hazañas, si ha sabido aprovechar su tiempo, merece, por esta razón, todos los elogios y las felicitaciones. Pero, también merece aplausos, el gestor de este emotivo acto, Rolando Marín, por aquello de que, no brilla tanto el mérito que es reconocido, como el mérito de quien sabe reconocer.
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