Definitivamente Rafael Correa vive en un mundo paralelo. Él y su combo creen que basta con llamar ladrón a Lenín Moreno para que una limpia se opere y ellos puedan volver a presentarse como seres impolutos, de manos limpias y corazones ardientes. Es impresionante que vuelvan a ofrecer esa rueda de molino a los ciudadanos que, en menos de dos años, han podido comprobar que una frase, atribuida al ensayista peruano Manuel González Prada, se puede aplicar con creces a sus acciones, a su gobierno y a sus amigos: “Donde se pone el dedo, salta la pus”.
Correa sin oxígeno electoral, ensaya otra vez la fórmula que aplicó a ciertos sectores del país: subir al ring a alguien en posición de acusado. Se da contra Moreno, como en su gobierno lo hizo contra empresarios, banqueros, medios y periodistas. Es la única forma que conoce de hacer política. En su estrategia (que forzó al Presidente a salir al ruedo) hay cuestiones de forma y de fondo.
El fondo, primero. Su estrategia es debilitar al máximo a Moreno, dinamitar su frágil capital político (alrededor de 35% de opinión favorable) mientras apunta a cooptar el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social. Un Presidente débil y un eventual choque de trenes entre dos poderes, suscitaría un ambiente de caos sumamente favorable al residente del ático. No le sirve medirse con otros contrincantes cuyos electores ya conocen sus obras y milagros. Escoge a Moreno porque, además de querer debilitarlo, le permite acariciar el sueño de recuperar ese electorado que le fue fiel, se fue con Moreno y ahora no sabe muy bien dónde situarse porque el Presidente ni aupa Alianza País ni hace campaña.
La forma: Correa procede como un honorable miembro de cualquier grupo mafioso. Ahora dice que siempre supo que “Moreno es un corrupto, con cuentas secretas (…)”. Si se siguiera su lógica, habría que concluir que lo sabía todo, pero no lo denunció. Por el contrario: lo envió a Ginebra, le dio tratamiento de un funcionario de lujo (no tenía ese estatus), viajó luego a pedirle que aceptara la candidatura y lo promocionó ante los electores como un hombre honesto y preparado para sucederle en la Presidencia de la República. Correa, en su afán electoral, se hace hara-kiri y se confiesa cómplice de delitos que no demuestra. Hace alusión a un informe elaborado por Chistian Zurita y Fernando Villavicencio -periodistas que él persiguió con saña-; informe que algo compromete, e indirectamente, al presidente Moreno, pero al cual no agrega un ápice. Dice que tiene las pruebas, pero no las exhibe.
¿Correa se da cuenta de que se incrimina en otro supuesto delito? Guillermo Lasso solo le hizo notar la aberración política que contiene su aseveración. “Sabía todo esto. Y aún así -escribió en su cuenta de Twitter- lo prefirió como candidato y lo impuso como Presidente”. Pero es evidente que su intención es amenazar y extorsionar a Moreno. No expone sus cartas y pocos deben saber si en realidad las tiene. Ante la opinión, sin embargo, Correa siembra de nuevo dudas sobre su supuesto buen olfato político. Usar la honestidad como tema movilizador en esta campaña -de ella hablan Ricardo Patiño y la inefable Gabriela Rivadeneira- es tan sensato como hablar de una refinería donde todos ven un peladero. Así son los correístas: expertos en pegarse un tiro en la nuca.
Su movida, no obstante, puso a correr al Presidente. Y lo obligó a poner otra vez en evidencia su fragilidad política personal y la improvisación en que se mueve su gobierno. En un abrir y cerrar de ojos Moreno disparó la convocatoria a la comunidad internacional para crear la Comisión Internacional contra la Corrupción que prometió hace dos años. Y lo hizo con una celeridad que algunos interpretarán como un mecanismo de distracción para tapar las denuncias no esclarecidas que pesan sobre él y sobre amigos suyos que se especializan, al parecer, en hacer lobby por empresas extranjeras.
El anuncio del Presidente fue torpe: no solo mostró la inacción de su gobierno en la lucha contra la corrupción sino que probó que, a pesar del tiempo pasado, no hay nada listo. Y que además esa pasividad gubernamental la adorna con deseos tomados por realidad: Moreno habló de haber consolidado “un modelo propio para enfrentar la corrupción”. Modelo que, por supuesto, no existe.
En definitiva, Correa amenaza al Presidente presumiendo de lo que más carece: honestidad. Y el Presidente no cubre las deudas que tiene con el país sobre algunas de sus acciones pasadas y, sobre todo, sobre los intereses que defienden algunos de sus amigos.
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