Contrariamente a lo que intuitivamente se podría creer, no todas las candidaturas tienen como objetivo ganar las elecciones. Si bien en tarimas y medios de comunicación unos y otros se declaran como los ungidos por el voto popular, tras bastidores hay una serie de razones que explican por qué algunas personas aceptan intervenir en lides electorales en las que, desde el inicio, es claramente previsible que no conseguirán el cargo al que postulan. Las razones son de diversa naturaleza. Algunas tienen un trasfondo político, otras son atribuibles a debilidades propias de la naturaleza humana, como el ego o el ansia de ser reconocido. Las más repudiables se vinculan con el interés de hacer de un proceso electoral el medio para beneficiarse económicamente a costa de los recursos que entrega el Estado para la promoción de las candidaturas.
Para algunos actores políticos la candidatura fallida es imprescindible pues es el medio para mantener presente la imagen y mensaje de su partido o movimiento ante la ciudadanía y la opinión pública. El proceso electoral, por tanto, es observado como un espacio de fortalecimiento partidista, generación de nuevos cuadros políticos y un juego de ensayo-error frente a las siguientes elecciones. En este caso, el candidato perdedor pone en juego su actual capital político de cara a mejores resultados en el futuro. Si bien sabe que no alcanzará su objetivo, quizás su presencia en la campaña electoral puede apuntalar a que otros miembros del partido alcancen espacios de poder. En esta descripción se encuentran los líderes de organizaciones políticas que luchan por sobrevivir en un mercado electoral plagado de distorsiones de diferente naturaleza.
Otras candidaturas se justifican en la egolatría y la humana necesidad de ser reconocidos socialmente. Para algunos de los incluidos en este grupo, obtener un espacio de exposición en medios escritos, radiales o televisivos es suficiente. Eso basta y sobra. Una vez concluido el proceso electoral retomarán a sus actividades previas con la esperanza de que alguien recuerde su voz o su rostro en el transporte público, el restaurante o la tienda del barrio. Para otros, aceptar una candidatura fallida se justifica en el hecho de mantenerse vigentes en la arena político-electoral y esperar así por mejores opciones a futuro. No pertenecen a partido o movimiento alguno por lo que su juego no va en beneficio de un proyecto político ni candidato en particular. Su apuesta, por tanto, es a ser considerado en el siguiente proceso electoral por alguna agrupación política con posibilidades reales de ganar. Hasta tanto, una pequeña inversión de tiempo y dinero valen la pena.
Un tercer grupo de candidatos, siempre pensando en aquéllos que desde el inicio conocen de su nula posibilidad de éxito electoral, está compuesto por quienes encuentran en el proselitismo y la campaña política un medio para beneficiarse de los recursos públicos. En este caso no hay pensamiento estratégico ni egolatría ni inversión a futuro. Aquí simplemente es cuestión de sacar provecho económico a costa del Estado. Solamente hay que ser “sabido” para buscar las vías. Por ejemplo, si el Consejo Nacional Electoral (CNE) no entrega a los candidatos dinero en efectivo para la difusión de las candidaturas, una opción es tranzar con quienes recibirán la pauta publicitaria la devolución de una parte de los recursos transferidos. Así, lejos de ser un patrimonio de la legislatura o del IESS, el diezmo es parte constitutiva de la lid electoral y explica por qué algunas personas aceptan candidaturas destinadas al fracaso desde el inicio.
El diezmo electoral, adicionalmente, explica por qué a muchos actores políticos no les interesa reformar la ley electoral de cara a restringir las posibilidades de que movimientos cantonales o provinciales mantengan su registro ante el CNE. En efecto, para quienes viven de extraer los recursos del Estado vía procesos electorales, la sola idea de propiciar partidos políticos sólidos y con alcance nacional no es un buen negocio. En definitiva, aunque el diezmo electoral no es la única razón por la que algunos aceptan candidaturas fallidas y por la que otros se oponen a reformas institucionales de fondo, es un buen punto de partida para empezar a descifrar esa caja negra que constituyen los procesos electorales en Ecuador. A los ciudadanos nos corresponde identificar a quienes son candidatos perdedores por cálculo político o egolatría. Al CNE le compete investigar a los que son parte del proceso electoral para beneficiarse de los diezmos vía franjas publicitarias.
Santiago Basabe es académico de la Flacso.
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