El 23 de febrero iba a ser una jornada decisiva, un punto de inflexión en la crisis o incluso el día de la liberación de Venezuela. El optimismo es imprescindible en las luchas en contra del poder opresor. Posee una fuerza movilizadora, mientras el pesimismo paraliza. No obstante, cuando los resultados no son congruentes con las expectativas, hay que preguntarse qué falló y qué opciones permanecen.
Desde 23 de enero, Venezuela experimenta un escenario de doble poder. Por un lado, está Guaidó que ejerce un monopolio de la legitimidad; por otro, Maduro que ostenta el monopolio de la fuerza. Guaidó es la justicia sin la espada y Maduro la espada al servicio de la injusticia.
Guaidó ha enfrentado este dilema de manera ambigua. En un inicio, todo indicaba que confiaba en que la intervención militar extranjera iba a ser la espada que acompañara la justicia. De hecho, la apertura de corredores humanitarios resguardados por militares extranjeros encajaba perfectamente con el modelo de una intervención humanitaria militarizada, en que la fuerza precisamente cumple una función emancipadora. No obstante, la espada norteamericana resultó una ficción, como se evidenció varios días antes del 23 de febrero. La administración Trump enfrenta una crisis doméstica y una revuelta por parte del Congreso que quiere afirmar su poder frente al ejecutivo y limitar el ámbito de acción de un presidente propenso al abuso de poder. En ausencia de la espada norteamericana, Guaidó confió en que una demostración contundente de la legitimidad de su causa, y de la malevolencia de la otra parte, iba a hacer que la fuerza se desinfle y evapore. Que mayor drama moral que la provisión masiva de ayuda humanitaria versus el bloqueo violento de la misma. No obstante, la fuerza se impuso aun mostrando -y precisamente porque mostró- toda su monstruosidad. Las fuerzas armadas venezolanos y sus auxiliares lograron mantener la disciplina y salvo por algunas decenas de soldados que pasaron al otro lado, desoyeron las ofertas de amnistía.
¿Cuáles son las armas que le quedan a Guaidó? Él y su equipo han anunciado que exigirán acciones más fuertes de parte de la comunidad internacional, incluyendo una intervención militar. Esta semana conversarán con EEUU y con el Grupo de Lima al respecto del apoyo externo a la causa de la liberación de Venezuela. ¿Qué respuesta recibirán? De EEUU la respuesta será la misma: repetirán el mantra de que “todas las opciones están sobre la mesa”, pero no ofrecerán nada en concreto. Como mencionamos, al declarar la emergencia nacional para construir el muro sin la aprobación del legislativo, Trump se enredó en una disputa que consume su atención y que ha hecho que el Congreso busque reafirmar sus poderes, entre ellos el poder del Congreso de decidir sobre el uso de la fuerza. Se podría pensar que como salida de esta crisis, Trump busque ir a la guerra para lograr el apoyo de la población en su disputa con el Congreso. Pero salvo unos cuantos distritos en el sur de la Florida, en EEUU hay poco interés por Venezuela. ¿Podrá el grupo de Lima intervenir militarmente? Es posible que el Grupo de Lima contribuiría a una fuerza multinacional dominada por EEUU, pero por su cuenta no tiene ni la voluntad ni la capacidad para intervenir militarmente. Los asuntos internos, incluyendo problemas fiscales, siempre priman entre sus países miembros y sus ejércitos no cuentan con experiencia de combate fuera de sus fronteras.
Lo que sí está dispuesto a hacer EEUU es reforzar las sanciones económicas. ¿Pero cuánto más puede ajustar? Acaso pueda ejercer una fuerte presión sobre la India, que al parecer sigue comprando petróleo venezolano, pero la India como muestra su inalterable relación comercial con Irán siempre ha sido muy independiente en estos temas. Sobre Rusia y China, EEUU tiene poca capacidad de negociación y estas potencias estarán dispuestas a apoyar diplomáticamente y mantener una relación económica con Maduro, mientras Maduro muestre alguna capacidad de supervivencia.
¿Cómo salir de este virtual punto muerto, que se puede prolongar durante meses? Primero, que se mantenga la virtual asfixia económica sobre el régimen de Maduro, lo que imposibilita su sostenibilidad a largo plazo. Segundo, que Guaidó impulse movilizaciones periódicas que mantengan la cohesión de las fuerzas que lo apoyan (casi la totalidad de venezolanos); tercero, las gestiones del Grupo de Contacto (Unión Europea + Uruguay y Ecuador) a favor de una transición democrática, basada en una convocatoria de elecciones libres. El Grupo de Contacto mantiene los canales abiertos para una salida pactada en ausencia de un colapso total del régimen de Maduro; y permite a Maduro una puerta de escape que no implique “rendirse ante el imperio”.
Carlos Espinosa es profesor/investigador de Historia y Relaciones Internacionales en la USFQ.
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