domingo, 8 de julio de 2018

Bosquejo de la religión del Siglo XXI

Alberto Ordóñez Ortiz
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La indiferencia domina al mundo. Me refiero a la indiferencia que, en la impavidez de su desdén, dinamitó los cimientos de los valores que surgieron de la espiritualidad proclamada por los grandes pensadores de todos los tiempos. La retorcida conspiración que surge de las visiones economicistas de la post-modernidad derrumbó los otrora imbatibles muros de nuestra hoy desterrada espíritualidad. En su reemplazo se han erigido monumentos a la individualidad y a sus pares: el egoísmo y la deshumanización. No sin razón el genial Dante Alighieri al referirse en su Divina Comedia a los indiferentes, los situó en el vestíbulo del infierno.
En ese punto en que al ser y no, todo se desvanece como un cuento que se narra y se disuelve en la nada de su frágil duración. Sobre su campo de batalla -el de los valores esenciales- han quedado -entre otros- los cadáveres, de Krishna, Buda, Jesús. Entonces, este es el momento en que, si queremos volver a escuchar la música de las esferas, debemos comenzar por renunciar a la perversa vanalidad de la indiferencia.
La espesa bruma que amenaza con cubrir todo ha dado lugar a que la erupción de una moral de conveniencias haya convertido al capitalismo en el corpus de lo que me atrevo a llamar la religión de comienzos del siglo XXI, no sólo por su tangible vigencia, sino porque se impone soberanamente sobre las demás. Es más, las va arrinconando. Su capacidad de sojuzgamiento mantiene hipnotizado al grueso de la población mundial. Los malls son ahora sus templos. Sobrecoge mirar a la humanidad condicionada por poderosas fuerzas impersonales que han acabado con toda su capacidad de resistencia; y, causa inconsolable grima verla avanzar con desalada prisa en dirección a los mismos sitios. En repetir insistentemente el mismo itinerario. Su robotización es innegable. Mientras asistimos a su entierro, nuestra naturaleza creadora ha muerto.
En esas condiciones, la aventura humana -la gran aventura-, se ha reducido a un itinerario de obedientes sumisiones. La aventura de mirar hacia dentro, para entender que no somos sino tierra, fuego, agua, aire: vale decir la evanescente materia terrestre y estelar de que estamos hechos, dolorosamente perdida ahora en los devaneos de un materialismo ramplón. No me extrañaría que la hayan puesto precio. Entender que somos irrelevante parte del espíritu esencial y vibrar en él y con él para ser el más pequeño verso del Himno Universal, es reintegrarnos al vasto conjunto de enlaces y resonancias que dan forma y contenido al vibrante Cosmos.
Hemos renunciado a la aventura primordial. La que nos llevaría a recapturar de las cenizas de la indiferencia nuestra extraviada cuota de humanidad. A resurgir desde nuestras propias raíces para dar con la secreta voz que nos devuelva la sacralidad de la realeza espiritual con que nos marcó la vida. Y asumir que estamos aquí para vivir. No para sumar cifras. En lo que me concierne, ahora mismo veo sobre el jardín a mi jacarandá en la plenitud de su floración: su veta de pétalos violetas vienen hacía mí o yo voy hacia ellos -no lo sé- ni me interesa, sólo saberme entre sus llamas. (O)

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