Felipe Burbano de Lara
Martes, 8 de septiembre, 2015
Martes, 8 de septiembre, 2015
El presidente Rafael Correa se encuentra atrapado en su delirio de caudillo imbatible. Sus desplantes y desafíos en el último enlace ciudadano resultan difíciles de digerir en el contexto de la emergencia nacional que vive el Ecuador: crisis económica, miedo a la desdolarización, falta de ingresos, contracción económica, retrocesos sociales, y las amenazas del Cotopaxi y el fenómeno de El Niño. Por solidaridad, por respeto a quienes están sintiendo los efectos de la ceniza y la crisis, por la sombra que se cierne sobre sus vidas y su futuro, debiéramos generar un ambiente de unidad nacional.
Pero a Correa le importa y preocupa más su popularidad, restregarnos en la cara sus datos, volver a gritar somos más, muchísimos más, antes que el drama de la patria a la que dice amar tanto. El sábado último se pintó como el cuarto presidente más popular de América Latina; dio cifras sobre su aceptación –por encima del 60%– y aseguró que Quito y Guayaquil son nuevamente bastiones de la revolución, espacios reconquistados. A pesar de la caída de popularidad en julio, justo la semana cuando estuvo fuera del país –así de indispensable se siente– hoy se encuentra en franca recuperación. Los datos presentados por el presidente son –dijo varias veces– una mala noticia para los sufridores de siempre, término utilizado para ridiculizar a sus críticos y opositores. Alegres versus sufridores, es el nuevo universo simbólico del correísmo.
Me pareció una deslealtad y una inconsecuencia hacia el país que el presidente siga tan obsesionado con su popularidad cuando el Ecuador vive una avalancha de amenazas que penden sobre la cabeza de todos. Un patético e inaceptable personalismo político fruto de su obsesión mesiánica. Mientras el país languidece y la revolución ciudadana se enfrenta con dramatismo a sus límites, Correa restregándonos en la cara lo popular que es. Cuando el país acaba de salir de una difícil y larga jornada de protestas sociales; cuando las muestras de malestar han sido evidentes; cuando el Gobierno acumulaba oposiciones por todos los frentes; cuando irrumpe el Cotopaxi con su amenazante actividad eruptiva; cuando se desploma el precio del petróleo; cuando queremos sensatez, objetividad, responsabilidad, una agenda mínima, ¡el presidente habla de su popularidad! Si él critica de bajeza a los opositores, pues cae en el mismísimo terreno y juego: tan bajo como sus opositores, no por encima de ellos.
Correa pelea con su propia sombra, con su angustia de mostrarse como caudillo imbatible. A Correa ya no le preocupa el país, solo le interesa el poder, sentirse fuerte, seguro frente a los críticos, saber que los puede aplastar cuando quiera, que les ganaría 3 a 1 en las elecciones si fuesen hoy. No le interesa tener mayor estatura moral que sus enemigos, sino poderlos arrasar políticamente. Le interesa exhibir su poder. Nos ha recordado su popularidad cuando el país se enfrenta a una eventual catástrofe nacional por la erupción del Cotopaxi; frente al miedo de la sociedad ante la crisis económica y los fenómenos naturales, nos ha recordado que es el más popular.
Su popularidad, señor Correa, no sirve de nada, le damos toda, el 100% si quiere, a cambio de poner a un lado sus obsesiones de caudillo imbatible. Muy poca cosa en un Ecuador amenazado por tantos frentes. (O)
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