Manual del perfecto correísta ecuatoriano
Luego de un proceso político largo y abrumador como el que vivió Ecuador durante la última década, es mucho lo que hemos aprendido. Qué se debe hacer para gastar todos los recursos de la caja fiscal y además endeudar al país, cómo eliminar cualquier opinión disidente recurriendo a las cortes, las amenazas o la intimidación o qué tipo de artimañas legales se pueden construir de cara a desfalcar sin ningún reparo los dineros públicos, son sólo algunas de las enseñanzas para el futuro del país. Desde luego, todas estas “perlas” servirán (o deberían servir) para que las futuras generaciones aprendan lo que no se debe hacer. De los valores cívicos y la confianza ciudadana ni qué hablar. Si antes el tejido social ecuatoriano era endeble, luego de la década pasada la fragilidad ha llegado al extremo. Ahora más que antes, la política es vista como un ejercicio cuasi criminal y sus actores como delincuentes sin escrúpulos.
Pero no todo es negativo. La década pasada también ha servido para que el buen sentido corra entre los ciudadanos y la posibilidad de desatar la imaginación se ponga a la orden del día. Un ejercicio de este orden es el manual del perfecto correísta ecuatoriano. No plantea conductas y visiones del mundo, como lo hicieron Apuleyo, Montaner y Vargas Llosa en su obra de 1997, sino mas bien una descripción de los distintos tipos de especímenes creados luego de la larga década anterior. La lista no es exhaustiva y se presta para sub tipos y combinaciones, a gusto del lector.
El primer tipo de correísta es el cínico. Ocupó altos cargos en el gobierno anterior, cantó a voz en cuello las arengas guevaristas y adoró hasta el clímax al páter familias. Ahora, sin embargo, critica todo lo que es y también lo que no es. Sigue ocupando cargos públicos, no se sonroja con nada y, tal cual lo hizo en la década pasada, ahora jura lealtad eterna al nuevo gobierno. De hecho, es el que más insulta y enrostra lo ocurrido hace poco más de un año. Cuando le preguntan por su cambio de actitud responde, orondo y altivo: “yo siempre estuve en contra de esas cosas”, “yo estaba dedicado a otros temas”, “cuando supe de manejos fraudulentos, presenté mi opinión contraria… nunca me oyeron”. Por sus características, este tipo de espécimen es un verdadero todo terreno: está dispuesto a jugarse a muerte a fin de mantener su espacio en el gobierno. Ejemplares de este orden están en los ministerios pero también en la legislatura, en las cortes y en cuanto espacio de decisión sea posible. La vergüenza no está dentro de su disco duro por lo que es inmune a cualquier tipo de objeción. Conciencia, no tiene. Valores, mucho menos.
El segundo tipo de correísta es el oportunista.Al igual que el cínico ocupó altos cargos hasta que en un momento dado, por problemas de reparto o simplemente porque el páter familias decidió echarlo de su regazo, tuvo que salir al mundo exterior. Desde su nueva posición comenta con cautela, plantea que hasta que fue parte del gobierno todo era perfecto y que sólo a partir de su migración las irregularidades se presentaron. Siguiendo el guión del cínico dice haber sido crítico; sin embargo, cuando le preguntan por hechos específicos ocurridos cuando era parte del gobierno, sus respuestas son del tipo: “es que el Rafael era así”, “yo sí le decía … pero él era así”. Los más avezados de este grupo incluso señalan que ellos fueron los únicos que siempre se plantaron frente al páter familias y que a ellos nunca les gritó ni ofendió. El oportunista anda ahí, a la caza de volver al gobierno. Algunos ya lo han logrado y otros están a la espera de una nominación. El oportunista critica al cínico no por su comportamiento sino porque ocupa un lugar que él desea. Si existiera un concurso de caraduras, la disputa entre el oportunista y el cínico sería ardua y con resultados impredecibles.
El tercer tipo de correísta es el sigiloso.Este ejemplar guarda prudente silencio y se repliega de forma discreta una vez que el gobierno anterior ha terminado. Teme exponerse públicamente y aunque sigue siendo un fiel seguidor del páter familias prefiere hablar en voz baja, tomar las de Villadiego o “dedicarse a la consultoría”, que en buen romance es no hacer nada y vivir, generalmente, de lo mal habido. Sabe mucho y habla poco. Se mantiene al día de los avatares de la política aunque al mundo externo le declara “mantenerse al margen pues su momento en la vida pública ha concluido”. Prefiere esperar y jugar a ser aliado estratégico tanto de los cínicos como de los oportunistas. Lo que más les duele es no tener guardaespaldas, honores y alfombras rojas. Aunque no le gusta mantenerse en estado de vegetación, es su mejor salida pues de lo contrario podría llegar a ser enjuiciado penalmente. El sigiloso finge estar contentos en sus actividades actuales pero añora tiempos pasados. Aún suspira cuando recuerda las sabatinas en las que era mencionado y aplaudido por cumplir a pie juntillas lo que le disponía el páter familias. Aunque pudo pertenecer al grupo de los dogmáticos, sus arrestos no fueron suficientes para ello.
El cuarto tipo de correísta es el dogmático. Su fidelidad al páter familias es a toda prueba y así se mantendrá, incólume. Al final, si no fuera por el gobierno anterior nunca habría dejado de ser el NN que era hasta el 2007. “No hay que morder la mano al que te dio de comer” es su fascista proclama cuando conversa con el cínico o el arrepentido. A la par, su convicción es tan firme que cualquier juicio penal, indagación fiscal, audio, documento incriminatorio o escándalo de corrupción lo único que consiguen es afianzar su lealtad al páter familias. Lloran junto a él y a diario miran la fotografía que tienen en el escritorio o en el velador y recuerdan gratamente cuando eran importantes, ordenaban, comían en restaurantes de mantel blanco y se vestían con trajes de marca. Añoran el poder pero prefieren mantenerse en su línea. La actitud del dogmático no gusta en la actual coyuntura pero es útil para cualquier análisis pues es la más previsible. Además, más allá de los reparos que se pueda tener en contra del dogmático, es el espécimen más coherente que ha parido la década anterior. Ha decidido jugarse todo en la esperanza de que algún día volverá a gozar de las mieles del poder y en esa lucha irá hasta las últimas consecuencias. Es enérgico y desprecia al sigiloso, aunque lo saluda cordialmente.
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El manual del perfecto correísta ecuatoriano le permitirá encasillar a su amigo, vecino, conocido, familiar o a usted mismo (si tiene la capacidad de observarse) en alguno de los cuatro tipos ideales propuestos. Además, porque ahí está precisamente el espacio para la sagacidad y la inventiva, el manual le faculta a usted a realizar las nuevas tipologías que se pueden desprender del maridaje entre especímenes. Finalmente, y más importante aún, le permitirá identificar con mayor claridad al tipo de correísta tipo II, el oportunista, pues es el que más daño puede provocar a la política. Su falta de posicionamiento, su incapacidad para definirse y la ausencia de explicaciones públicas a su fallido paso por el gobierno de la década anterior lo tornan aún más peligroso que los cínicos o los ahora alicaídos dogmáticos. El oportunista es el símbolo del irrespeto a la palabra, es la imagen vívida de la ausencia de principios, es el representante infame de la búsqueda de espacios políticos a cualquier precio, con quien sea y donde sea. Atentos: muchos de ellos están de retorno al gobierno y otros están ya en la tarea de la adulación y la sonrisa con el poder pues su vida en impensable sin un cargo. Atentos.
Santiago Basabe es académico de la Flacso
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