¿Cómo piensan los bosques?
Este mensaje del pueblo sapara, de Ecuador, es uno más de los tantos que los pueblos originarios alrededor del planeta emiten en demanda de un cambio radical en la visión Occidental sobre el bienestar. Manari Ushigua, líder indígena de la Amazonía ecuatoriana, reclama que la cultura civilizatoria moderna haya desligado al ser humano de su origen natural.
Por Luz Albán / Terra Máter
“Debemos preguntarnos primero si es que la ‘naturaleza’ existe en sí.” Leer esta frase del antropólogo Phillipe Descola a algunos puede resultarnos algo extraño y hasta molesto. Sin embargo, sus palabras nos llevan a reflexionar sobre algo que no solemos hacer. Todos sabemos que existen elementos identificables que forman parte de lo que llamamos naturaleza. Todo aquel elemento que, según nosotros, no es humano. Pero, ¿cómo percibimos esta naturaleza? ¿Nos hemos preguntado alguna vez por qué el cielo, los lagos, el mar, las montañas, emanan en muchos de nosotros sentimientos de paz y tranquilidad, mientras que algunos animales nos provocan miedo e inseguridad?
Cuando Manari Ushigua, líder indígena del pueblo sápara de Ecuador, me habla sobre la relación que tiene su comunidad con los seres vivos de su entorno, me responde, mirándome directamente a los ojos: “Son personas igual que nosotros: una planta es una planta en el mundo material, pero es una persona en el mundo espiritual. Por esta razón nosotros luchamos y resistimos. Porque tenemos esta visión, esta manera de relacionarnos con el bosque y esta forma de ver al mundo”.
La naturaleza es una construcción social. La percepción que construimos es el reflejo de nuestras sociedades. Históricamente, dentro de la cultura occidental, esta visión se crea a partir de una idea mística de que la naturaleza es un elemento admirable pero salvaje, en el cual el hombre no puede sobrevivir solo pues se trata de algo más fuerte que él. La naturaleza en un principio es admirada desde lejos, pues es peligrosa. Esta idea es inspirada de la religión, la Biblia hace referencia a ella como un caos, un lugar en donde habita el diablo. En Europa, con los escritos románticos, aparecen las primeras referencias a la naturaleza como un elemento sublime y bello. Viajeros y colonos escribieron relatos de viaje en el continente americano y la describieron como exótica y salvaje. Fue así que empezaron a surgir ideas como la del noble salvaje o buen salvaje, que describía a los pueblos indígenas viviendo dentro de su entorno y que, a diferencia del hombre occidental, vivían en paz y armonía con la naturaleza.
Este sistema de representaciones se ha ido modificando con el tiempo. Hoy, la naturaleza es considerada como un elemento clave dentro de nuestras vidas. Con la llegada del capitalismo, la idea de que el ser humano es más fuerte que la naturaleza hizo que exista una legitimidad al explotar sus recursos con prácticas como el extractivismo o la minería, pues el valor más importante del capitalismo es el del desarrollo económico.
Sin embargo, frente a estas actividades aparecen reacciones hacia la protección y conservación de la naturaleza que se traducen en programas mundiales de conservación, la creación de parques y reservas naturales o movimientos ecológicos en defensa de la Madre Tierra.
La relación del ser humano con la naturaleza se adapta a cada contexto social y se modifica según varios intereses y épocas clave. Dentro del pensamiento occidental de la naturaleza, existe una importante división, una dualidad entre lo humano y lo no humano, entre el bien y el mal, y entre lo lindo y lo feo. Es así que le atribuimos un aspecto cultural a lo natural.
Si retomamos la pregunta planteada por Descola, debemos ir más allá de nuestra propia cultura: por muchos años ignorados y hasta la actualidad reprimidos, existen pueblos indígenas que viven día a día dentro de entornos en donde reina la naturaleza. ¿Cómo perciben estos pueblos la naturaleza?
Para los pueblos amazónicos, la división entre lo cultural y lo natural no existe: los árboles, las plantas y los animales son seres como nosotros, pues albergan espíritus vivos que se comunican con ellos permanentemente. Todo lo viviente forma parte de una misma esencia, una misma energía.
Antropólogos como Descola o Eduardo Kohn han realizado estudios de estas sociedades, ambos llegando a la conclusión de que la cosmovisión de estos pueblos tiene sin duda algo que enseñarnos. Algo que nuestras sociedades ya no son capaces de ver o de sentir. Su intención es romper con los paradigmas que tenemos acerca de la naturaleza y el mundo: el occidental tiene un miedo profundo de todo aquel que no puede ver.
Los pueblos amazónicos, en cambio, toman aquello invisible como su saber más profundo.Todos los elementos de la naturaleza tienen espíritus y es posible comunicarse con ellos por medio de plantas espirituales como la ayahuasca. Kohn describe al bosque como una “ecología de ideas y seres” en donde es indispensable pensar con estos seres y ser capaces de des-construir el pensamiento occidental para poder reconstruir un pensamiento más universal, en el que se tomen en cuenta estas otras visiones.
Manari Ushigua continúa con su respuesta sobre los seres de la naturaleza: “No miramos a la selva y sus recursos, no podemos sacarlos porque esos recursos sirven para equilibrar el ecosistema, todo tiene que estar funcionando. Si quitamos el petróleo, todo se desequilibra y nos afecta directamente a nosotros. Lo que nosotros necesitamos es vivir en comunión con ellos y eso es suficiente para estar bien y sanos (…) El Sumak Kawsay no es para modernizarnos, sino para mantener ese equilibrio. Estamos entendiendo y enseñando esto a nuestros compañeros que nos visitan, que es lo más importante. Si no entendemos eso va a ser muy difícil que digamos que el bosque no se debe destruir. Nosotros como seres humanos estamos en un camino dentro del cual nos estamos matando. Los movimientos de la tierra nos lo están diciendo, nos están preparando para darnos un golpe. Pueden esconderse donde sea, pero cuando la naturaleza dice que va a mover todo, va a mover todo, nos va a quitar el aire”.
Estos pueblos saben que no hace falta destruir una cultura para que la otra exista, sino que es necesario que cada cultura sea capaz de entender a la otra desde su esencia. Muchos pueblos –como el sapara, en territorio ecuatoriano– quieren transmitir sus mensajes al mundo que se dice moderno. Quizá la principal tarea de Occidente sea vivir la experiencia de otros pueblos y lograr abrir nuestras mentes hacia una visión total e integradora que nos devuelva a nuestra esencia.
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