jueves, 29 de abril de 2021

 ABORTO LEGAL


La herencia machista sobre la que se fundó el Ecuador es detestable. Ni siquiera la

revolución liberal logró institucionalizar a plenitud los derechos de las mujeres:

tuvieron que pasar muchos años para que ellas sufraguen, décadas para que sean

candidatas y después de un siglo la desigualdad continúa. Aún las mujeres son

enajenadas de sus libertades por una sociedad que conserva la alianza entre el Estado

y la iglesia.

El clero sigue siendo árbitro de los asuntos oficiales y gestor de políticas públicas

inspiradas en su moral religiosa, esa institución colonial continúa imponiendo su

rectoría justificada en la fe por sobre los asuntos seculares. Un ejemplo vivo de aquello

es la postura que las élites, dirigentes del poder, impusieron alrededor del aborto por

violación.

Desde los púlpitos se naturalizó la obediencia y la sumisión de las mujeres, se

generalizó el juicio de valor que toda concepción humana es una bendición del ser

supremo, incluidos aquellos embarazos forzados por la violencia; a la par, el Estado

sancionó el aborto con cárcel, imponiendo la legalidad de la maternidad no deseada.

Así, miles de mujeres violadas fueron obligadas a parir, otras fueron encarceladas por

interrumpir el embarazo, muchas abortaron en la clandestinidad y hasta hay quienes

murieron en lugares insalubres, sin condiciones de bioseguridad, por procedimientos

quirúrgicos negligentes.

Ante esa dolorosa realidad las mujeres se insubordinaron. Ellas lograron visibilizar la

violencia convenientemente ocultada por el poder, le quitaron la máscara criminal del

Estado y obligaron con su movilización a que la Corte Constitucional despenalice el

aborto, al declarar ilegales los artículos 149 y 150 del Código Integral Penal.

La despenalización del aborto no será la causa de su proliferación, ni tampoco obligará

a las embarazadas a hacerlo, sencillamente es la aceptación de un problema al cual el

Estado siempre le dio las espaldas; en adelante será tratado como un asunto de salud

pública, por lo que deberá garantizarse condiciones dignas, gratuitas y seguras para

que las mujeres violadas puedan interrumpir voluntariamente el embarazo.

Habrá quienes digan que se legalizó el pecado y hasta conspiren contra la decisión

constitucional, nada más oscurantista. Lo correcto es complementar lo aprobado con

programas de educación sexual, gratuidad de anticonceptivos y combate a la

inseguridad.

Francisco Escandón Guevara

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