domingo, 6 de septiembre de 2015

Silencios

Francisco Febres Cordero
Domingo, 6 de septiembre, 2015


No es hora de los olvidos, sino de los silencios.
Largos, profundos, estremecedores silencios a través de los cuales buscamos entender el destino al que estamos abocados.
Tratamos de entender nuestra propia pequeñez ante la furia de la naturaleza.
Nos situamos, en silencio, ante la muerte y preguntamos ¿cuándo?
Y nos situamos ante el tiempo y, en silencio, preguntamos ¿cuánto? ¿Cuál es la dimensión de cada instante? ¿Cuánto más tenemos que esperar para que, entre rugidos, el volcán comience a vomitar el fuego que esconde en sus entrañas?
Y, en silencio, preguntamos ¿dónde? ¿En qué lugar de esta sinuosa geografía me hallaré el momento en que la nieve empiece a descender con toda su potencia, para arrasar lo que encuentra a su paso? ¿Dónde estarán mis hijos? ¿Dónde mis nietos? ¿Tan solos como yo? ¿Tan lejos? ¿Tan aterradoramente absortos? ¿Tan vestidos de temblor y pasmo?
¿Alcanzaré a llegar allá, a ese sitio misterioso poblado de agonías, de ojos desmesuradamente abiertos ante una realidad que jamás creyeron contemplar? ¿Alcanzaré? ¿Alcanzaré a que la muerte pase por mi lado, rozándome con su espesa lengua de lodo, piedras, palos y cadáveres?
¿O querrá la muerte alimentar la muerte con mi cuerpo y llevarme en su torrente hacia la nada?
¿Y los otros? ¿Los muchos otros como yo? ¿Cuál será su destino? ¿Escuchan ahora también hablar a su silencio? ¿Se agitan? ¿Tiemblan al ver a su ganado perecer de inanición en un horizonte cubierto de cenizas? ¿Se preguntan qué comeremos mañana al ver sus sembríos marchitos, sus hojas arrugadas, sus verdores mustios, sus dulces aromas transmutados por el hedor a azufre?
No es la hora de los olvidos, sino de los silencios.
Pero, en su lugar, se siguen escuchando gritos, insultos, amenazas. Se escuchan afrentas e imprecaciones, como si unos hombres buscaran pisotear a otros hombres. Como si, en esta hora en que todo es incertidumbre, lo importante fuera que unos acepten la imposición de otros, el sojuzgamiento, el avasallamiento. ¡Somos más!, gritan. ¡Muchísimos más!
Pero, si en algún momento eso fue cierto, ya no, en esta hora de silencio en que todos estamos ante un mismo destino, ineluctable, en que el volcán se está encargando de borrar las diferencias de números, de ideologías, de distancias.
Él está ahí, acechando.
¿No será el momento de dirigir la mirada hacia nosotros y, por el tiempo que nos queda hasta que todo se vuelva oscuridad, misterio y muerte, dejemos que hable el silencio y, en silencio, encontremos la mejor manera de encarar el trance?
¿Podremos soportar vivir sin odio?
¿Podremos soportar vivir sin pensar en algo más que no sea la necesidad de nuestra común supervivencia, escuchándonos todos en procura de paliar los horrores que el destino nos tiene preparado?
¿Podremos?
¿Podremos respetarnos, en la certeza de que nuestra vida es tan importante como la vida de los otros?
¿Podremos no mirar sino nuestra frágil condición humana, cuya mayor fortaleza es lograr que los sueños que soñamos no sean sepultados?
¿Podremos?
¿Podremos comenzar a conjugar los verbos en un solo tiempo, que es el tiempo de la solidaridad?
¿Podremos? (O)

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