domingo, 31 de enero de 2016

Los dos países

Francisco Febres Cordero
Domingo, 31 de enero, 2016 - 00h07


Al terminar la semana le sepulta la depresión. Las cosas le han salido mal. Los problemas se le han acumulado. Le angustian las deudas. Los días inútiles, vacíos, inciertos, que se suceden y se convierten en meses.
Siente que el destino se ha ensañado con él. Que el futuro será solo un largo padecimiento. ¡Mierda!, balbucea.
La taza de café no le calma la ansiedad, esa sensación desencantada que repta por algún lugar del estómago y le alcanza el pecho. Recuerda a un amigo que recientemente murió de infarto. ¿Por qué no fui yo?, se pregunta. Se le cruza la imagen de una soga, de un frasco de veneno.
Enciende la radio donde un locutor habla de la salvación del alma. Apaga. Llena un vaso con agua, bebe la mitad y el resto lo arroja con desdén sobre una planta que malvive en una maceta. Recoge unas sobras con que alimenta a su perro. Ve una gotera en el techo que algún momento deberá reparar. Sus chancletas gastadas le obligan a caminar con parsimonia. Se limpia el sudor de las manos en un pantalón de pijama que detesta. Percibe su aliento fétido que rezuma el licor barato que bebió la noche anterior, solo. Por la ventana alcanza a divisar el perfil de una vecina a la que vislumbra vieja y adivina viuda.
Regresa al dormitorio, cuya cortina permanece cerrada. No la abre. Se tira, despatarrado, sobre el catre. Acomoda la almohada. Toma el control y enciende el televisor.
Alguien canta una canción que a él le gusta. La tararea. Ve cómo, acompañado por la música, el excelentísimo señor presidente de la República hace su entrada al recinto, entre apretones de manos, sonrisas, aplausos, antes de tomar asiento, agarrar el micrófono y comenzar a hablar.
Él lo escucha somnoliento. Después abre los ojos. Ve las imágenes. Sonríe, por primera vez en la mañana, sonríe. Se transporta. Se entusiasma. Hospitales nítidos, perfectos, impecables, médicos solícitos, enfermeras amables. Pacientes que no pierden la paciencia porque saben que las medicinas que requieren no les serán escatimadas y no necesitarán salir a comprarlas en una botica, pagando de su bolsillo.
Escuelas maravillosas. Paisajes cruzados por carreteras amplias, todas asfaltadas, todas relucientes. Puentes. Intercambiadores. Túneles. Pasos a desnivel.
Somos un ejemplo no solo para América Latina sino para el mundo, oye que dice el excelentísimo señor presidente de la República. El país con más seguridad, con menor corrupción. Otros nos copian. Todo es inversión, no gasto. No se ha aumentado la burocracia: al contrario, se ha reducido. Los jubilados están más protegidos que nunca. El parque automotor del Estado es el más bajo de América Latina. También se ha reducido la pobreza. Hay respeto, amor por la naturaleza. Hay puertos, aeropuertos, hidroeléctricas, créditos.
Bajó el precio del petróleo. Estamos atravesando por un bache pero no hay crisis, dice el excelentísimo señor presidente de la República.
Desde su cama, él se descubre habitante de un país idílico, donde todo es prosperidad, grandes realizaciones, éxito. No quiere que se termine el programa que está viendo. Quiere que dure.
Nota que el sueño comienza a vencerle. Este lunes seguro que voy a conseguir trabajo, piensa. (O)

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