martes, 26 de enero de 2016

Circo y periodismo

Circo y periodismo

La entrevista de Sean Penn al Chapo Guzmán sólo se entiende por

la frivolidad que contamina la vida política, que conduce al

reemplazo de las ideas por el espectáculo

MARIO VARGAS LLOSA

24 ENE 2016 - 00:00 CET


Una de las profesiones más peligrosas en el mundo de hoy es el

periodismo. Cada año aparecen, en los balances que hacen agencias

especializadas, decenas de reporteros, entrevistadores, fotógrafos y

columnistas secuestrados, torturados o asesinados por fanáticos

religiosos y políticos, dictadores, bandas de criminales y traficantes, o

dueños de imperios económicos que ven como una amenaza para sus

intereses la existencia de una prensa independiente y libre.

Este contexto explica, sin duda, la indignación que ha causado la

entrevista que llevó a cabo el actor Sean Penn al asesino y narco

mexicano, el Chapo Guzmán —cuya vertiginosa fortuna lo ha hecho

figurar entre los hombres más ricos del mundo según la revista Forbes—,

poco antes de ser capturado por la infantería de marina de México. La

entrevista, que apareció en la revista Rolling Stone, es malísima, una

exhibición de egolatría desenfrenada y payasa y, para colmo,

desbordante de simpatía y comprensión hacia el multimillonario y

despiadado criminal al que se le atribuyen cerca de tres mil muertes

además de incontables desafueros, entre ellos gran número de

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Sean Penn es muy buen actor y tiene fama de “progresista”, término que,

tratándose de gente de Hollywood, suele significar una debilidad

irresistible por los dictadores y tiranuelos tercermundistas. Lo ha

mostrado, en un magnífico artículo, Maite Rico (Fascinación eterna por el

déspota, EL PAIS, 17/1/2016), quien recuerda los ditirambos del actor (y

de Michael Moore y Oliver Stone) a Fidel Castro y a Hugo Chávez: “Una

de las fuerzas más importantes que hemos tenido en este planeta”, “líder

fascinante”, “le tengo amor y gratitud”, etcétera. ¿Cómo explicará el

actor, entonces, que en los últimos comicios el setenta por ciento de los

electores venezolanos haya repudiado de manera tan categórica al

régimen chavista? Probablemente, ni se ha enterado de ello.

El caso de Sean Penn sólo se entiende por la extraordinaria frivolidad

que contamina la vida política de nuestro tiempo, en el que las imágenes

han reemplazado a las ideas y la publicidad determina los valores y

desvalores que mueven a grandes sectores ciudadanos. Elogiar a Fidel

Castro, “el hombre más sabio del mundo” según Oliver Stone, es una

patética exhibición de cinismo e ignorancia, equivalente a sentir

admiración por Stalin, Hitler, Mao, Kim il Sung o Robert Mugabe, y

defender como modélica a una dictadura de más de medio siglo que ha

convertido a Cuba en una prisión de la que los cubanos tratan de

escapar como sea, incluso desafiando a los tiburones. Y no lo es menos

considerar una estrella política planetaria al comandante Chávez, cuyo

régimen transformó a Venezuela en un país pobre, violento y reprimido,

cuyos niveles de vida caen cada día más por culpa de una inflación

galopante —la más alta del mundo— y donde la corrupción y el

narcotráfico se han enquistado en el corazón mismo del Gobierno.

Los “progresistas” de Hollywood defienden regímenes

opresores y a delincuentes comunes

Qué cómodo es para estos personajes, desde Hollywood, es decir,

desde la seguridad jurídica —nadie irá allá a despojarlos de sus casas,

negocios, inversiones, ni a tomarles cuenta por lo que dicen y escriben—,

el confort y la libertad de que gozan, jugar a ser “progresistas”,

aceptando invitaciones de sátrapas ineptos, que los tratan como reyes y

los adulan, halagan y regalan, y a defender regímenes opresores y

brutales, que hacen vivir en el miedo, la escasez y la mentira a millones

de ciudadanos a los que han quitado la palabra y los más elementales

derechos. Ahora, además de dictadores, los “progresistas” de Hollywood

defienden también a delincuentes comunes y asesinos en serie, como el

Chapo Guzmán, pobre hombre que, según Sean Penn, llegó al delito

porque era la única manera de sobrevivir en un mundo atrofiado por la

injusticia y los oligarcas.

El periodismo, por desgracia, es también una de las víctimas de la

civilización del espectáculo de nuestros días, donde aparecer es ser y la

política, la vida misma, se ha vuelto mera representación. Utilizar esta

profesión para promoverse y difundir ideas frívolas, banalidades ridículas

y mentiras políticas flagrantes es también una manera de agraviar un

oficio y a unos profesionales que hacen verdaderos milagros para cumplir

con su función de informar la verdad por salarios generalmente modestos

y corriendo grandes peligros. Gentes como Sean Penn, Oliver Stone y

congéneres ni siquiera advierten que su actitud revela un desdeñoso

prejuicio hacia Venezuela, Cuba, México y, en general, el tercer mundo,

con esa duplicidad de que hacen gala cuando elogian y promueven para

esos países sistemas y dictadores que no tolerarían jamás en su propio

país, muy parecidos en eso a un Günter Grass, que, en los años

ochenta, pedía que los latinoamericanos siguiéramos el “ejemplo de

Cuba”, en tanto que, en Alemania, él defendía la socialdemocracia y

combatía el modelo comunista.

El periodismo, por desgracia, es también una de las víctimas

de la civilización del espectáculo de nuestros días

Desde luego que mi crítica a aventados irresponsables como Sean Penn

no significa que crea que los actores deben prescindir de hacer política.

Todo lo contrario, estoy firmemente convencido que la participación en el

debate público, en la vida cívica, es una obligación moral de la que nadie

debe sentirse exonerado, sobre todo si no está contento con la sociedad

y el mundo en el que vive. Y creo que esta obligación es tanto mayor

cuando un ciudadano —como es el caso de los cineastas en cuestión—

es más conocido y tiene por lo tanto mayores posibilidades de llegar a un

amplio público. Pero, por ello mismo, es indispensable que esta

participación esté fundada en un conocimiento serio de los asuntos sobre

A este respecto quisiera citar la respuesta que otro norteamericano, éste

sí bien informado y honesto, el escritor Don Winslow, dio al artículo de

Sean Penn. Su texto puede ser consultado en la página web

Deadline.com. Winslow, que desde hace veinte años investiga los

cárteles de la droga mexicanos y ha publicado un libro premiado sobre

este tema, The Cartel, recuerda a todos los periodistas que han sido

mutilados y asesinados por haber investigado sobre el Chapo Guzmán. Y

se sorprende de que Sean Penn no preguntara al capo por qué, luego de

su primera escapada de la cárcel, en 2001, desató esa “guerra de

conquista” para desplazar a otros cárteles que causó más de cien mil

asesinatos. Otras preguntas que Sean Penn no hizo: cuántos millones de

dólares ha gastado el Chapo comprando jueces, políticos y policías, la

razón por la que decidió firmar un acuerdo de colaboración con la

organización sádica y homicida de los Zetas, y por qué aceptaba que sus

sirvientes le llevaran niñas púberes a su celda en los períodos que pasó

en prisión. También lamenta Winslow, entre otras cosas, que Sean Penn

no formulara una sola pregunta al Chapo Guzmán, en las siete horas de

diálogo con él, sobre las 35 personas (12 mujeres entre ellas) que hizo

asesinar, acusándolas de trabajar para los Zetas, antes de hacer las

paces con esta terrorífica banda.

Las razones por las que Sean Penn no preguntara nada incómodo al

Chapo Guzmán nosotros las sabemos de sobra: él fue a entrevistarlo con

las respuestas del asesino ya fabricadas por su propia frivolidad o

cinismo: presentarlo como la víctima de un sistema (un héroe, en cierta

forma) económico y político que sus admirados Fidel Castro y Chávez

han comenzado a liquidar. Y apuntalar con ello su bien ganada fama de

“progresista”, además de actor famoso y millonario.

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© Mario Vargas Llosa, 2016.

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