Cómo Brasil se
volvió el mayor refugio para sirios en América Latina
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4 diciembre 2014
Armin Nachawaty es sirio y musulmán, pero ahora vive en Río de
Janeiro y se gana la vida en una parroquia católica.
Con 24 años de edad, carga en su memoria una larga travesía para
sobrevivir a la guerra civil que desangra Siria.
Cuenta que en su Damasco natal fue preso en condiciones
infrahumanas por negarse a hacer el servicio militar. Su padre decidió entonces
que él y su hermano Ebraheem, de 20 años, huyeran lejos.
"Mi familia apostó mucho dinero, casi todo el que tenía,
para pagar por nosotros, para hacer nuestros pasaportes. Y luego nos arreglamos
para ir a Líbano en una mala situación", relata Armin a BBC Mundo.
"No sé cómo describirlo, pero es realmente horrible",
dice.
Las cosas siguieron difíciles en Líbano, donde viven cerca de
1,2 millones de refugiados sirios y los dos hermanos carecían de hogar y
trabajo. Ahí surgió la idea de emigrar a Brasil.
La decisión llegó más bien por descarte, aclara Armin: obtener
visa para ir a Europa, Estados Unidos o Canadá era "imposible" para
ellos. Pero la embajada brasileña en Líbano sí les autorizó el viaje, para
acogerlos como refugiados.
Ambos volaron más de 10.000 kilómetros hasta el país
sudamericano un año atrás, solos. Seis meses después consiguieron unírseles sus
padres y su hermano menor Youness, de cinco años.
Hoy esta
familia es parte de los 1.524 refugiados sirios que viven en Brasil, según
datos oficiales hasta fines de octubre. La gran mayoría de ellos (1.183)
obtuvieron ese estatus este año, una cifra cuatro veces mayor que los acogidos
en todo 2013.
La cantidad de refugiados sirios ya superó la de colombianos con
el mismo estatus en Brasil, que solía ser el grupo más numeroso. Y todo indica
que sigue creciendo.
El mexicano Andrés Ramírez, representante en Brasil del Alto
Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), asegura a BBC
Mundo que este país acoge a "la inmensa mayoría" de los sirios con
refugio en América Latina, que hasta el mes pasado eran cerca de 1.600.
Entonces, ¿cómo se explica esto?
Efecto llamada
Una de las razones del fenómeno es que Brasil reconoce
inmediatamente como refugiado a cualquiera que sea capaz de identificarse como
ciudadano sirio y solicite ese estatus.
Hasta ahora aceptó el 100% de las demandas recibidas, según el
gobierno y la ACNUR.
"Brasil adoptó una posición receptiva en relación a los
sirios y también a libaneses afectados por la crisis de Medio Oriente",
señala Paulo Abrão, secretario brasileño de Justicia, a BBC Mundo.
Una resolución de septiembre del año pasado eliminó esas
barreras y permitió que personas como Armin obtuvieran rápidamente el permiso
para entrar a Brasil.
El "efecto llamada" de esa medida contribuyó a un
aumento gigantesco de más de 1.500% en los reconocimientos anuales de refugio
en Brasil desde 2011.
En los primeros nueve meses de este año, el país concedió ese
estatus a 2.032 extranjeros, mayoritariamente sirios. Los pedidos que recibió
en ese período fueron 8.302, gran parte de ellas de africanos que serán
denegados según ACNUR.
"Hasta morir"
Otro hecho que atrajo a muchos sirios es que Brasil tiene una
comunidad de compatriotas suyos y descendientes de árabes en general, estimada
en unos dos millones, producto de las olas migratorias que recibió a fines del
siglo XIX y comienzos del XX.
Agrupaciones sirias y libanesas ahora ayudan a los refugiados
que arriban al país sudamericano, facilitándoles por ejemplo contactos para
obtener empleo y trabajo.
También
reciben apoyo de la organización católica Cáritas, con alojamiento o clases
gratuitas de portugués como las que toma Bu Suleiman, un sirio de 42 años que
llegó desde Turquía tras intentar sin éxito entrar a Europa vía Grecia.
"Yo pensé que Brasil hablaba español", dice. Descubrió
la realidad cuando aterrizó en el aeropuerto de São Paulo, puerta de entrada de
la mayoría de los sirios, e hizo el trámite migratorio. "No entendí
nada", cuenta.
Ahora Suleiman vive en Río, en la casa de una brasileña que
contactó a través de Cáritas y lo aloja sin costo. Busca trabajo en su
profesión de chef, pero dice que es difícil conseguirlo en restaurantes sirios.
"Hay muchos sirios que vienen y todo está muy lleno",
explica. Sin embargo, sostiene que si todo va bien y domina el portugués en un
año, traerá a su familia. "Creo que vivo en Brasil hasta morir",
augura.
"Mahoma y Jesús"
El representante de ACNUR en Brasil advierte que "tampoco
todo es color de rosa" para los sirios que llegan, que tienen a São Paulo
como principal puerto de entrada al país.
Ramírez estima que muchos de quienes logran escapar de Siria y
costearse el viaje a Brasil pertenecen a los "sectores más
acomodados" de la población, con un buen nivel de escolaridad.
"Recibes ingenieros, farmacéuticos, personas que ya tienen
una formación de maestría o doctorado", señala Aline Thuller, coordinadora
del programa de atención a los refugiados de Cáritas en Río.
Pero
agrega que muchas veces llegan a Brasil sin ninguna documentación que compruebe
su profesión o cumpla con las exigencias de las autoridades locales para
revalidar el título.
"Terminan teniendo que trabajar como mozos, en la
limpieza", señala Thuller.
También cuenta que suelen llegar familias sirias numerosas y eso
dificulta conseguirles un lugar para que vivan juntos.
Los cinco integrantes de la familia Nachawaty se alojan en un
apartamento prestado en la zona sur de Río. Venden comida árabe que ellos
mismos cocinan y libros donados en la parroquia de São João Batista, en el
barrio de Botafogo.
Llegaron a ese antiguo templo católico invitados por el
sacerdote Alex Coelho, quien cuenta que abordó de entrada con Armin la cuestión
de las diferencias religiosas.
"Le dije: 'Dios es uno solo, para ti y para mí. Mahoma y
Jesús hablaron de hacer caridad'", cuenta Coelho, cuyo despacho está
repleto de donaciones para la familia siria, desde ropa hasta CDs. "La
cuestión no es religiosa", asegura.
Armin, que tiene estudios de hotelería y aún busca empleo en esa
área, dice que tampoco le molesta trabajar temporalmente dentro de una iglesia
católica.
"Tengo muchos amigos con y sin religión, ese nunca ha sido
un problema para mí. Esa es una de las razones por las cuales salí de Siria,
porque las cosas se echaron a perder allá", dice.
Y asegura que algo bueno de Brasil es que nadie tiene problemas
con la religión que practica. Relata que algunos observan a su madre cuando va
por ahí con la cabeza cubierta por el hijab, pero descarta que las miradas sean
algo "racista o realmente malo".
"Vamos a estar aquí mucho tiempo", anticipa.
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