jueves, 2 de abril de 2015

10 años sin el Papa que tumbó muros con la fe



El 9 de noviembre de 1989, mientras Alemania se unificaba y caía el muro de la segregación, pocos recordaban el papel que jugó el Papa Juan Pablo II en el histórico suceso. Entre esos pocos estaba Manuel Valls, jefe de Prensa del Vaticano durante 20 años. Tiempo que, no sobra decirlo, fue bastante turbulento en el mundo.
“El Pontífice no se sorprendió por la caída del Muro de Berlín. Fue curioso, parecía como que él ya se lo esperaba. Entraba esta posibilidad plenamente en su modo de pensar y para él casi no era noticia”, aseguró en una recordada entrevista al diario La Razón, de México.
El rol que desempeñó el Papa en esta crucial coyuntura de la historia no fue notado entonces de igual forma que en años siguientes. Pero para cuando los alemanes martillaban el concreto y se abrazaban entre vítores y muchedumbre en esa fría noche de noviembre, el polaco nacido como Karol Józef Wojtyla ya había sido clave en otros asuntos problemáticos del mundo.
“Fundamentalmente desde Juan Pablo II, el Vaticano siempre se ha interesado por la resolución de contiendas, y en algunos casos, concretamente por la mediación. Los sucesos más relevantes además de la caída del Muro de Berlín, son el del Conflicto del Beagle entre Chile y Argentina (1978) y la Revolución Polaca”, dijo José Manuel Vidal, director del portal Religión Digital y corresponsal del diario El Mundo de España, al ser consultado por EL COLOMBIANO.
“En cuanto al primer caso, el Papa Juan Pablo II logró que, de 1978 a 1983, y mediante la diplomacia del Cardenal Antonio Samoré —apodado el Kissinger del Vaticano—, se evitara la guerra entre ambas naciones sudamericanas y se pudiera negociar una solución pacífica a la disputa”, agregó.
El Pontífice, consciente de lo absurdo que se veía un conflicto entre dos países hermanos, pero separadas por dictadores militares y sus caprichos de la época —Pinochet en Chile, Videla en Argentina—, puso en marcha toda la maquinaria diplomática que tenía para evitar muertes. En pocos años lograría que una disputa territorial se transara en Roma, con la firma del Tratado de Paz y Amistad del 29 de noviembre de 1984 entre ambas naciones.

Polonia forjó su voluntad

Wojtyla nació el 18 de mayo de 1920 en Wadowice, poblado cercano a la ciudad de Cracovia. Fue el menor de tres hijos del matrimonio de Karol Wojtyla y Emilia Kaczorowska. Su madre era una ferviente católica que parió a su hijo cerca a un templo, con el propósito de que lo primero que oyera al nacer fueran “cantos a Dios”.
En su juventud se destacó por su talento para jugar ajedrez —por lo que no resultaría difícil determinar su notable habilidad geopolítica y su influencia— llegando a ganar varios campeonatos locales. Pero para llegar a ser el personaje que fue, es de notar cómo la historia lo marcó desde 1941 y cómo nunca anduvo por la vida sin estar al tanto de esta.
Su padre, un suboficial del Ejército polaco, fue asesinado por los nazis en dicho año. A su vez, Wojtyla tenía que abandonar sus estudios de Filosofía y Literatura, ya que los alemanes cerraban la Universidad Jagellónica de Cracovia. Entró entonces a trabajar en canteras, e incluso en la fábrica química de Solvay.
En esos lugares de trabajo forzado (polacos que no trabajaran eran fácilmente deportados), conoció al actor Mieczysław Kotlarczyk, un nacionalista que lo introdujo a la resistencia contra el nazismo. Así se integró a la Unia, grupo de católicos que se estableció como red de apoyo a los partisanos y a los judíos que intentaban ocultarse o escapar de los alemanes. Por su activismo tuvo que refugiarse en los subterráneos del arzobispado de Cracovia.
Entonces inició verdaderamente su vida como religioso, en especial tras leer a San Juan de la Cruz durante sus años de clandestinidad. En 1943 ingresó en el furtivo seminario que fundó monseñor Adam Stefan Sapieha, cardenal arzobispo de Cracovia, estudiando Teología. Fue ordenado sacerdote el 1 de noviembre de 1946.
La guerra había acabado, pero no así las vicisitudes que se ceñían sobre Polonia. Los rusos instauraban un régimen autoritario en el país y los polacos seguían añorando aquellos años de libertad y calma que vivieron antes de la II Guerra Mundial.
Mientras lograba ascender cada vez más en su carrera sacerdotal, presenciaba como su país entraba en fuertes dificultades económicas, por lo que se convocaban sucesivas oleadas de protestas públicas que eran reiteradamente sofocadas mediante brutal autoritarismo.
El 28 de septiembre de 1978 murió Juan Pablo I, tras un pontificado de 33 días. El 16 de octubre de 1978, después de dos días de deliberaciones, Wojtyla, quien ya era cardenal, fue elegido sucesor de San Pedro. Este solo hecho ya produjo cambios en su país natal.
“La gente se alegraba, despertando una esperanza impensada; las autoridades comunistas callaban. No sabían qué hacer con esa noticia, cómo comportarse ante esta situación; esperaban las indicaciones del gran hermano del este. La situación era embarazosa: evidenciaba palmariamente la paradoja de un gobierno ateo y un pueblo católico”, escribió Slawomir Ratajski, exembajador de Polonia en Argentina, en su artículo “La influencia del Papa sobre los cambios políticos de Polonia”.
Wojtyla apoyó al movimiento Solidarnosc, que terminaría por ser artífice de la caída del comunismo en dicho país en 1989. El papel de la Iglesia en dicho movimiento sería incuestionable, con curas emblemáticos como Jerzy Popiełuszko resultando asesinados por su activismo.

Legado

En estos diez años tras su muerte, el Papa polaco ha sido proclamado santo (27 abril de 2014) gracias a la canonización más rápida de la historia, después de que Benedicto XVI, quien trabajara junto a él durante varias décadas, retirara una norma que obligaba a esperar cinco años antes de que pudiera iniciarse el proceso.
Tras la caída del Muro de Berlín, Juan Pablo II intentó ampliar ese legado de paz que ya había construido en lugares como Cuba (1998) e Israel (1994), aunque su deteriorada salud le impedía visitar con la misma energía y frecuencia distintos lugares conflictivos del mundo, por la que construyó su fama del “Papa viajero”.
“Como Pontífice, se apersonó de la realidad social de los pobres, de los humildes y de los que sufren. Vivió la experiencia de las gentes, en casi todo el mundo que recorrió”, explicó a El COLOMBIANO Héctor Orlando García, misionero salesiano de La Ceja.
Hoy día, el Papa Francisco, uno de los personajes más influyentes del mundo, fiel al estilo de Juan Pablo II, intenta acercar aún más la Iglesia a los marginados de la humanidad, mientras que introduce cambios y novedades.
“Sin duda la figura del difunto Pontífice y su legado fue fundamental para que el cónclave se decantara por Francisco. Vieron que era capaz de representar, con un carisma similar, a la Iglesia y continuar en mucho su reputación como Papa del pueblo”, recalcó.

Presente en la memoria de los feligreses del mundo están las lágrimas del santo Juan Pablo II, bien por la paz, como con motivo del conflicto palestino-israelí, o bien por las tragedias, como en Colombia se recuerda su luto por Armero. En la mente del Papa Francisco también, que hablará este día de hoy por él y por los católicos .

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