El
9 de noviembre de 1989, mientras Alemania se unificaba y caía el muro de la
segregación, pocos recordaban el papel que jugó el Papa Juan Pablo II en el
histórico suceso. Entre esos pocos estaba Manuel Valls,
jefe de Prensa del Vaticano durante 20 años. Tiempo que, no sobra decirlo, fue
bastante turbulento en el mundo.
“El
Pontífice no se sorprendió por la caída del Muro de Berlín. Fue curioso,
parecía como que él ya se lo esperaba. Entraba esta posibilidad plenamente en
su modo de pensar y para él casi no era noticia”, aseguró en una recordada
entrevista al diario La Razón, de México.
El
rol que desempeñó el Papa en esta crucial coyuntura de la historia no fue
notado entonces de igual forma que en años siguientes. Pero para cuando los
alemanes martillaban el concreto y se abrazaban entre vítores y muchedumbre en
esa fría noche de noviembre, el polaco nacido como Karol Józef Wojtyla ya había sido clave en otros asuntos problemáticos del
mundo.
“Fundamentalmente
desde Juan Pablo II, el Vaticano siempre se ha interesado por la resolución de
contiendas, y en algunos casos, concretamente por la mediación. Los sucesos más
relevantes además de la caída del Muro de Berlín, son el del Conflicto del Beagle
entre Chile y Argentina (1978) y la Revolución Polaca”, dijo José Manuel Vidal,
director del portal Religión Digital y corresponsal del diario El Mundo de
España, al ser consultado por EL COLOMBIANO.
“En
cuanto al primer caso, el Papa Juan Pablo II logró que, de 1978 a 1983, y
mediante la diplomacia del Cardenal Antonio
Samoré —apodado el Kissinger del
Vaticano—, se evitara la guerra entre ambas naciones sudamericanas y se pudiera
negociar una solución pacífica a la disputa”, agregó.
El
Pontífice, consciente de lo absurdo que se veía un conflicto entre dos países
hermanos, pero separadas por dictadores militares y sus caprichos de la época
—Pinochet en Chile, Videla en Argentina—, puso en marcha toda la maquinaria
diplomática que tenía para evitar muertes. En pocos años lograría que una
disputa territorial se transara en Roma, con la firma del Tratado de Paz y
Amistad del 29 de noviembre de 1984 entre ambas naciones.
Polonia forjó su voluntad
Wojtyla
nació el 18 de mayo de 1920 en Wadowice, poblado cercano a la ciudad de
Cracovia. Fue el menor de tres hijos del matrimonio de Karol Wojtyla y Emilia Kaczorowska.
Su madre era una ferviente católica que parió a su hijo cerca a un templo, con
el propósito de que lo primero que oyera al nacer fueran “cantos a Dios”.
En
su juventud se destacó por su talento para jugar ajedrez —por lo que no
resultaría difícil determinar su notable habilidad geopolítica y su influencia—
llegando a ganar varios campeonatos locales. Pero para llegar a ser el
personaje que fue, es de notar cómo la historia lo marcó desde 1941 y cómo
nunca anduvo por la vida sin estar al tanto de esta.
Su
padre, un suboficial del Ejército polaco, fue asesinado por los nazis en dicho
año. A su vez, Wojtyla tenía que abandonar sus estudios de Filosofía y
Literatura, ya que los alemanes cerraban la Universidad Jagellónica de
Cracovia. Entró entonces a trabajar en canteras, e incluso en la fábrica
química de Solvay.
En
esos lugares de trabajo forzado (polacos que no trabajaran eran fácilmente
deportados), conoció al actor Mieczysław
Kotlarczyk, un nacionalista que lo introdujo a la
resistencia contra el nazismo. Así se integró a la Unia, grupo de católicos que
se estableció como red de apoyo a los partisanos y a los judíos que intentaban
ocultarse o escapar de los alemanes. Por su activismo tuvo que refugiarse en
los subterráneos del arzobispado de Cracovia.
Entonces
inició verdaderamente su vida como religioso, en especial tras leer a San Juan
de la Cruz durante sus años de clandestinidad. En 1943 ingresó en el furtivo
seminario que fundó monseñor Adam
Stefan Sapieha, cardenal arzobispo de Cracovia,
estudiando Teología. Fue ordenado sacerdote el 1 de noviembre de 1946.
La
guerra había acabado, pero no así las vicisitudes que se ceñían sobre Polonia.
Los rusos instauraban un régimen autoritario en el país y los polacos seguían
añorando aquellos años de libertad y calma que vivieron antes de la II Guerra
Mundial.
Mientras
lograba ascender cada vez más en su carrera sacerdotal, presenciaba como su
país entraba en fuertes dificultades económicas, por lo que se convocaban
sucesivas oleadas de protestas públicas que eran reiteradamente sofocadas
mediante brutal autoritarismo.
El
28 de septiembre de 1978 murió Juan Pablo I, tras un pontificado de 33 días. El
16 de octubre de 1978, después de dos días de deliberaciones, Wojtyla, quien ya
era cardenal, fue elegido sucesor de San Pedro. Este solo hecho ya produjo
cambios en su país natal.
“La
gente se alegraba, despertando una esperanza impensada; las autoridades
comunistas callaban. No sabían qué hacer con esa noticia, cómo comportarse ante
esta situación; esperaban las indicaciones del gran hermano del este. La
situación era embarazosa: evidenciaba palmariamente la paradoja de un gobierno
ateo y un pueblo católico”, escribió Slawomir
Ratajski, exembajador de Polonia en Argentina,
en su artículo “La influencia del Papa sobre los cambios políticos de Polonia”.
Wojtyla
apoyó al movimiento Solidarnosc, que terminaría por ser artífice de la caída
del comunismo en dicho país en 1989. El papel de la Iglesia en dicho movimiento
sería incuestionable, con curas emblemáticos como Jerzy Popiełuszko resultando asesinados por su activismo.
Legado
En
estos diez años tras su muerte, el Papa polaco ha sido proclamado santo (27
abril de 2014) gracias a la canonización más rápida de la historia, después de
que Benedicto XVI, quien trabajara junto a él durante varias décadas, retirara
una norma que obligaba a esperar cinco años antes de que pudiera iniciarse el
proceso.
Tras
la caída del Muro de Berlín, Juan Pablo II intentó ampliar ese legado de paz
que ya había construido en lugares como Cuba (1998) e Israel (1994), aunque su
deteriorada salud le impedía visitar con la misma energía y frecuencia
distintos lugares conflictivos del mundo, por la que construyó su fama del
“Papa viajero”.
“Como
Pontífice, se apersonó de la realidad social de los pobres, de los humildes y
de los que sufren. Vivió la experiencia de las gentes, en casi todo el mundo
que recorrió”, explicó a El COLOMBIANO Héctor
Orlando García, misionero salesiano de La Ceja.
Hoy
día, el Papa Francisco, uno de los personajes más influyentes del mundo, fiel
al estilo de Juan Pablo II, intenta acercar aún más la Iglesia a los marginados
de la humanidad, mientras que introduce cambios y novedades.
“Sin
duda la figura del difunto Pontífice y su legado fue fundamental para que el
cónclave se decantara por Francisco. Vieron que era capaz de representar, con
un carisma similar, a la Iglesia y continuar en mucho su reputación como Papa
del pueblo”, recalcó.
Presente
en la memoria de los feligreses del mundo están las lágrimas del santo Juan
Pablo II, bien por la paz, como con motivo del conflicto palestino-israelí, o
bien por las tragedias, como en Colombia se recuerda su luto por Armero. En la
mente del Papa Francisco también, que hablará este día de hoy por él y por los
católicos .
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