martes, 21 de abril de 2015

Rafael Correa miente: 1. La plata del IESS

13 ABRIL, 2015
Por Roberto Aguilar.
Si decimos que el Presidente de la República no tiene palabra es porque él mismo no le concede valor alguno: juega con ella a voluntad, incumple sus promesas, desconoce lo pactado aun por escrito, miente con naturalidad, acomoda la realidad a sus intereses… Lo dicho hasta aquí no es un juicio de valor: es un hecho comprobable. El respeto que debemos a su cargo no puede, no debe eximirnos de tratar este tema en público, desapasionadamente y con franqueza: Rafael Correa no tiene palabra. No se trata de un aspecto circunstancial de su personalidad expansiva y ocurrente, no. Rafael Correa miente por sistema. Así lo requiere el aparato de propaganda que tiene por objeto mercadearlo, promocionarlo, venderlo como único producto. En la lógica de ese aparato, Rafael Correa existe para permanecer en el poder y para permanecer en el poder Rafael Correa tiene que mentir. Con la mentira compensa su incapacidad de hacer política. Sin la mentira no podría gobernar. Este no puede ser, desde luego, un tema tabú en el país. Tampoco es un reproche moral, allá cada quién con su conciencia. Simplemente es un problema que nos concierne a todos.
Cuando la mentira es una forma de gobierno hay cosas que no se pueden hacer sin faltar a la palabra. Desconocer la deuda del Estado con la Seguridad Social, por ejemplo. No sólo porque el pago de esa deuda fue un compromiso de campaña (y no un compromiso cualquiera: uno inscrito en actas y firmado con ampuloso protocolo por el candidato Rafael Correa), sino porque hace falta un esfuerzo aplicado y consciente de manipulación retórica para recusarlo. El resultado de dicho esfuerzo es un encadenamiento de sofismas y falacias.
Sofisma primero: a) El Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social pertenece al Estado; b) Estado y gobierno central son la misma cosa; c) “El gobierno central somos todos”; d) En consecuencia, la plata del gobierno es la plata de todos y no tiene por qué ser entregada al IESS. Pocas veces ha parido el intelecto humano argumentos de tan prístina ridiculez. Omite el Presidente que la plata del IESS no es, como la del Estado, una plata que hemos entregado los ecuatorianos a través de nuestro esfuerzo productivo y nuestros impuestos para que el gobierno central la administre de acuerdo con una política pública. No: la plata del IESS es una que está ahí esperando por nosotros. Es la plata con la que pagaremos nuestro pan del día de mañana. Si de alguna plata se puede decir con estricta propiedad que es nuestra, no es tanto la plata del Estado cuanto la plata del IESS. De la plata del Estado es más exacto decir que de ella participamos todos; la del IESS, en cambio, nos pertenece personalmente y al centavo. Sobre todo la plata de las pensiones jubilares, que es concretamente el fondo que aquí está en juego. Cuando Rafael Correa dice “Esa plata no es mía, compañeros, es de ustedes, y yo no le daré 20 centavos más al IESS”, lo que en realidad está diciendo es “esa plata es de ustedes y yo no les daré 20 centavos más a ustedes”. Y no es que el Presidente siga una lógica caprichosa, es que manipula los hechos.
Sofisma segundo: a) Hay una ley que obliga al gobierno a cubrir el 40 por ciento del fondo de jubilaciones del IESS; b) Esa ley fue escrita antes de este gobierno por personas que no pretendían otra cosa que privatizar al IESS; c) Este gobierno no quiere privatizar al IESS sino hacerlo eficiente y solidario; d) En consecuencia, este gobierno no está obligado a cumplir con esa ley que no le cuadra. Lo que está diciendo Rafael Correa con este razonamiento es que él cumplirá las leyes de la República si y sólo si son de su agrado. O como se decía en tiempos de la Colonia: la ley se acata pero no se cumple, axioma que se volvió célebre desde el siglo XVI y ha sido objeto de estudios jurídicos y sociológicos en tanto expresa una de las formas de mentira institucionalizada más determinantes de nuestra historia, hoy personificada por el único presidente ecuatoriano electo en 185 años que asumió su cargo sin jurar la Constitución.
Sofisma tercero: a) De cualquier manera, esa ley necesita de un reglamento para aplicarse; b) dicho reglamento ha de establecer, entre otras cosas, el mecanismo para cuantificar la deuda; c) el reglamento, “gracias a Dios”, no ha sido dictado; d) En consecuencia, “Esa deuda es inexistente, es incuantificable, es indeterminada”. Claro que quien debía dictar ese reglamento –de esto hace ocho años– era el propio Presidente. Pero él omite este dato importantísimo, a no ser que se refiera a sí mismo cuando dice “gracias a Dios”, lo cual tampoco sería de extrañar dada la naturaleza extática de sus recientes incursiones en la exégesis bíblica. Por lo demás, que una deuda no haya sido cuantificada no significa que sea incuantificable, y el hecho de que permanezca indeterminada no la hace inexistente; solamente hay que buscar un modo de determinarla. Se puede, por ejemplo, volver a lo que establecía el viejo compromiso de campaña y nombrar una “comisión tripartita” con representantes del gobierno central, el IESS y los jubilados, cosa que Rafael Correa haría de inmediato si fuera una persona de palabra.
Hay más falacias que estas tres en la argumentación del Presidente. Identificaciones erróneas que, dada su formación de economista y su experiencia en el servicio público, es más verosímil tomar como mentiras deliberadas que como ejemplos de ignorancia. La manera como confunde, por ejemplo, como si fueran términos intercambiables, los aportes del gobierno al fondo de jubilaciones con los beneficios del IESS por concepto de bonos del Estado: los trae y los pone, los suma, los junta y los revuelve sin ninguna lógica. O cuando toma exceso de liquidez por garantía de solvencia y hace creer a quien lo escucha que, por el hecho de disponer hoy de fondos la Seguridad Social, está preparada para privarse de los aportes del Estado sin mediar cálculos actuariales de ningún tipo. Confusiones que han sido ya aclaradas sin ningún sesgo político por personas especializadas y confiables. Confusiones elementales que convierten el discurso del Presidente en un fárrago indigerible y sin significado, desprovisto de cualquier criterio técnico. El único sentido discernible de lo que dice Rafael Correa sobre la plata del IESS no es el que aporta el encadenamiento de razones, todas ellas falaces, sino el sentimiento que les imprime el orador, su emotividad y sobre todo su beligerancia.
Cinco minutos de sabatina bastan a Rafael Correa para despachar una sarta interminable de calificativos infamantes que constituyen sus únicas razones en medio de la sinrazón de sus mentiras. Mala fe, estupidez, ignorancia, sapada criolla, irracionalidad, torpeza, ridiculez, absurdo, barbaridad, aberración, falta de entendimiento, tontería… De eso y más son culpables quienes creen que el Estado tiene una deuda con el IESS. Caretucos. Tirapiedras. El Presidente hilvana sus falacias con insultos que prodiga entre aspavientos y alharacas. La indignación se le sale del pecho. No pretende ser articulado: le basta con ser aparatoso. Lo importante es reproducir la atmósfera de guerra permanente que exige una movilización permanente, única razón de ser del correísmo como de cualquier otro tipo de fascismo. No por nada su consigna favorita es un grito de guerra: ¡Aleeerta, aleeerta…! Rafael Correa puede mentir cuanto quiera sobre los temas que quiera porque tanto las mentiras que dice como los temas que aborda son absolutamente irrelevantes. No es de la deuda del Estado con la Seguridad Social de lo que está hablando, no. Si así fuera, quizá se portaría un poco más serio y no diría tanta paja. En realidad el tema que lo ocupa es el único que tiene, el eterno tema del que habla siempre: el enemigo. De eso se trata todo.
Para gobernar de esta manera se requiere de un adecuado equipo de colaboradores: tecnócratas pusilánimes, operadores políticos obsecuentes, gente obediente empeñada en asumir a toda costa el sentimiento colectivo expresado por el caudillo, profesionales cumplidores y puntuales que no matan una mosca… Mientras menos iluminados, mejor: personajes que “carecen en absoluto de ideas filosóficas”, como los define Anatole France, en cuyas novelas conforman una categoría específica de tipos humanos. Richard Espinosa, Patricio Rivera, Betty Carrillo… Se necesita carecer en absoluto de ideas filosóficas para hacer coro a la mentira sin aparentes problemas de conciencia.
A los cuatro días de llegado al cargo, el presidente del Consejo Directivo del IESS asegura “haber realizado un estudio legal” que no ha querido mostrar pero donde se concluye que el Estado no les debe nada. Con el ejemplo indiscutible de su presidente, el ministro coordinador de la política económica echa al tarro de basura su propia palabra empeñada y, tras haber firmado dos convenios de pago en los que reconocía que el Estado le debe plata al IESS, no sólo niega ahora la existencia de esa deuda sino que dirige una indignada carta a diario El Universo para exigirle una rectificación por haber escrito sobre ella. Pateando al perro, porque hay que tratar como enemigos a aquellos que no ajusten su versión de los hechos a la nueva verdad recién descubierta y decretada. Con la misma soltura de huesos que el Presidente pero bastante menos perspicacia, quizás con el secreto propósito de ganar puntos en Carondelet, la asambleísta que preside –para vergüenza nacional– la Comisión para los Derechos de los Trabajadores, no sólo repite las mismas falacias dichas en las sabatinas sino que se lanza esta joya de su propio peculio: “El error es pensar que el IESS le corresponde a los afiliados, el IESS es una institución que forma parte del Estado”. Y remata diciendo que esta “es una nueva concepción”.
Cualquier cosa. La mentira más burda. La tontería más solemne. La zafiedad más insolente. La estupidez más rampante. Lo que sea, no importa. Son solo palabras y las palabras se dicen nomás, porque no valen nada ni comprometen a nadie. Las palabras están ahí mientras les sirvan; cuando dejen de hacerlo ya encontrarán la manera de decir todo lo contrario. O no encontrarán manera ninguna pero lo dirán igual. Qué más da. Esta es la verdadera escuela política del correísmo: ya que el Presidente no tiene palabra, hasta el funcionario más pendejo se siente autorizado para no tenerla.

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