lunes, 27 de abril de 2015

Presidente, la calle no es suya

Por José Hernández
Presidente,
Suyos son todos los poderes. Los fiscales. Las cortes. El CNE. El presupuesto. Suya es la opinión. Y los tribunales de la inquisición. Todo, Presidente. ¿Ahora también la calle? Pues sí, también la calle. Todo lo que pueda crear perturbación en su universo –donde usted es la primera y la última palabra; la primera y la última voluntad– está destinado a ser suyo. Esto es, naturalmente, una intuición porque los ciudadanos, en su gobierno, no pueden tener certezas. Las certidumbres también son patrimonio suyo. Como la verdad.
Pues bien: se oye que se pierde empleo. Se presiente que los empresarios, como en el póker, pagan por ver lo que va a ocurrir con la economía. Se colige que la nación está intranquila. Se intuye que usted se quedó sin plata y que está disfrazando sus movidas para llenar el enorme hueco fiscal que tiene este año… Cualquiera pensaría que, en circunstancias parecidas, un gobierno debe cuidar el tejido social, abrir espacios de diálogo, concertar, oír. Usted está preparando la manifestación del 1 de mayo, de la cual será el seguro ganador. Enhorabuena desde ahora.
Perdonará usted tanta ignorancia, pero cualquiera podría pensar que el 1 de mayo es la fiesta de los trabajadores. Un día dedicado a dejar fluir reclamos, quejas y, claro, también aspiraciones y propuestas. Una fiesta que, como el carnaval, se aparenta a una licencia, a un rito que tiene su liturgia, sus tiempos, sus símbolos, sus virtudes emocionales, sus recorridos… Y también su espacio: la calle.
La calle no es del poder, Presidente. Y usted es el poder. La calle es de los inconformes. De aquellos que desean que el poder, y los poderes en general, oigan. ¿Otra esperanza ilusoria de aquellos que usted llama sufridores?
Por supuesto que una manifestación puede dar lugar a incidentes. Pero la calle es principalmente el lugar de los exorcismos sociales. Y para el poder es –siempre ha sido– el termómetro de su legitimidad política. Para unos y otros es –siempre ha sido– un buen medidor de la salud republicana. Por eso si usted oye la palabra manifestación, debiera entender que se le abre la posibilidad de dejarse interpelar por la realidad y de corregir algo que, en alguna parte, trastorna a la sociedad.
No es así. Usted quiere que la calle también sea suya. Usted ama las tautologías políticas. Porque si es Presidente, se supone que representa la mayoría. ¿Es sensato que una mayoría declare ser más, muchísimos más? ¿O es una mayoría que ya no lo es? ¿Nota usted que trota en la misma baldosa?
¿Quién lo indujo en tamaño error? ¿Quién le dijo que las manifestaciones se hacen para contarse? Si ese fuera el objetivo, la historia de la democracia mundial no sería tan prolífica en movilizaciones callejeras. Los gobiernos siempre podrían hablar de cuatro pelagatos –como ustedes dicen– frente a los millones de votos que tuvieron en las urnas…
Las manifestaciones son despertadores. Son llamados de atención. Son agujas que pinchan los globos de ensimismamiento tan comunes en los gobiernos. Contarse como usted pretende, es un ejercicio vacuo, un reflejo suicida. Lo que usted hace es taponar las válvulas que tiene la sociedad para hacerle saber a usted –sí, a usted que se cree monarca o demiurgo– que hay motivos de desazón. De malestar. De asco. De rabia. De oposición.
Cualquier gobierno, que se precie de tener apoyo popular, debiera estar fascinado de oír lo que viene de la calle; no de competir con ella. ¿Qué logrará usted la noche del 1 de mayo, con salir en sus canales de Tv. a decir que fueron más, muchísimos más? Así no sea verdad, usted siempre afirma lo mismo. Se puede decir que esa letanía ya ocupa un puesto estelar en su discurso suicida. Usted lo asumió y, tarde o temprano, lo lamentará.
¿Para qué le sirvió afirmar que el 19 de marzo solo hubo 5 000 personas en la Plaza San Francisco? ¿Acaso desaparecieron los motivos que hicieron que esa plaza se llenara y se vaciara tres veces? La guerra de cifras es asunto suyo. Lo que saben los demócratas es que cuando están descontentos, lo deben hacer saber al poder. Y un gobierno que no oye, es como un vulcanólogo que decide prescindir de los instrumentos para predecir las erupciones…
Usted, lamentablemente para el país, no es un experto en democracia. No la vivió aquí, no la escudriñó en Europa ni en Estados Unidos y tampoco la estudió. ¿Leyó a un clásico como Alexis de Tocqueville? Quizá no. De haberlo hecho, no repetiría que la democracia es el poder de la mayoría. De haberlo leído, usted recordaría que esa definición ya era ajena y estrecha para ese célebre vizconde en 1835…
En La democracia en América Tocqueville muestra que el principal peligro interno para la democracia es lo que llamó la tiranía de la mayoría. En casi dos siglos, la democracia ha conocido algunos desarrollos. Pero siguen vigente tres verdades:
  1. En democracia se requieren contrapoderes y los ciudadanos deben participar en ellos. Por contrapoder se entiende asociaciones, sindicatos, libertad de prensa, derecho de huelga, de protesta…
  2. Cuando los ciudadanos manifiestan, no significa que cuestionan la legitimidad del poder. Hacen evidente sus desacuerdos en la esfera pública.
  3. El poder no sale de la calle sino de las urnas. Pero la calle es un contrapoder.
Un contrapoder, Presidente. No la extensión de su poder y el de sus funcionarios obligados a salir para inflar el número de cabezas en las fotografías. La calle es de los inconformes. ¿Recuerda que usted manifestó en las calles contra Lucio Gutiérrez? ¿Qué lo hace creer que los ciudadanos no pueden hacer lo mismo contra usted y su gobierno?
Ocupar la calle, como estrategia de neutralización, es una terrible revelación de susto, de debilidad política e incomprensión social. Si usted hubiera leído a Tocqueville, habría entendido que no hay democracia verdadera sin ciudadanos en la calle. Tocqueville comprendió que la mayoría que se expresa en las urnas, no puede aplastar a las minorías. A ninguna.
Por ese aporte, él es conocido como el profeta de la democracia despótica. Es, precisamente, la que usted practica. Usted no entiende la disidencia y quisiera que la sociedad, para relacionarse con usted y su gobierno, reavive las relaciones de dependencia y de obediencia que fueron habituales durante la monarquía. De eso han pasado algunos años, Presidente.
Por supuesto que Tocqueville sabía que era necesario erigir un poder social por encima de los demás. Pero también pensaba, en nombre de la libertad, que esa mayoría no podía actuar tiránicamente contra los otros. Y sabía que la libertad peligra cuando el poder no encuentra obstáculo alguno que pueda frenar su marcha y obligarlo, de esa manera, a moderarse. Para eso sirve la calle. Y por eso la calle siempre será de los inconformes, de los sufridores. No suya.
Con el respeto debido a su función,

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