Ramiro J. García Falconí *
Lunes,
16 de febrero, 2015
Humor y poder
Por ética
y convicción no suelo referirme en mi columna a los casos en los que intervengo
profesionalmente y esta vez no será la excepción. Como todos ustedes saben, he
actuado como abogado de Xavier Bonilla, Bonil, en el proceso administrativo que
se le sigue en la inefable Superintendencia de Comunicación e Información,
Supercom, y lo que tenía que decir sobre el caso, lo he dicho ya en varios
medios de comunicación. Pero más allá de este tema específico, no deja de
llamarme la atención el antagonismo existente entre el poder y el humor, a tal
punto que se recurra por parte del primero a la peor forma de violencia, la
institucionalizada, para reprimir al segundo.
Debe
recordarse lo sucedido el lunes 7 de enero del 2015 en la revista Charlie
Hebdo, día en el cual un grupo de personas armadas con rifles de asalto,
asesinaron a doce personas e hirieron a otras once mientras gritaban consignas
en honor a Alá. La razón de la masacre fue la caricaturización que hiciera
dicho semanario cómico de algunos símbolos religiosos musulmanes, entre ellos
Mahoma y el propio Alá. Por cierto, los íconos religiosos cristianos tampoco se
salvaron del agudo lápiz de esta publicación, especialmente cuando se satirizó
la posición de la Iglesia católica respecto del matrimonio igualitario en
Francia. Este humor transgresor y blasfemo más de una vez molestó al poder,
desde sus diferentes vertientes, pero hubo un segmento de este, el
fundamentalismo musulmán, que consideró posible y legítimo castigar con la
muerte a quienes habían osado reírse de sus creencias. Lo hicieron a tiros y la
Policía al llegar solo pudo recoger los cadáveres y los cuerpos de los heridos
que pedían ayuda. Las muestras de pesar no se hicieron esperar, aunque algunas
llamaron la atención, como la aseveración del papa en cuanto a que “el que
insulte a mi madre puede esperar un puñetazo”. Esto, por un lado, nos llevó a
preguntarnos si este concepto de “madre” incluía también a la Virgen María y a
la Iglesia católica o solo a la progenitora de Bergoglio, por un lado, y por
otro, que parte del Sermón de la Montaña no entendió el bueno del curita, que
en lugar de enseñar la otra mejilla, como recomienda Mateo 5:39, advierte con
golpear a quien le mente la madre. No faltó, por supuesto, quien encontró en
esta justificación a la violencia, un factor de legitimación de lo que se hace
en el país en materia de control de la comunicación e información. El mensaje
papal estaba claro, atentados contra el honor como bien jurídico podían
justificar una reacción violenta legítima.
¿Por qué
el humor es tan odioso para el poder? Pues porque le obliga a verse de cuerpo
entero, sin ajustes ni justificaciones. Deja sin piso a los aduladores
acostumbrados a justificar cualquier acto, con piruetas conceptuales y
genuflexiones. Muestra a los esbirros en su verdadera dimensión y deja al autoritario
en sensación de indefensión. ¿Cómo osa un comediante o caricaturista burlarse
de los símbolos sagrados de la patria, entendidos como tales no solo su
bandera, escudo o himno, sino la religión y sobre todo el credo político
gobernante? ¿Un payaso, un cobarde escondido tras la risa, como en varias
ocasiones se los ha definido, osa plantarle cara al poder y ridiculizarlo?
Temas sagrados como Alá, Jehová, la Iglesia, la patria, el 30-S o cualquiera
que hubiera sido definido como zona conceptual intangible no puede, a ojos de
los detentadores del poder, caer en el irreverente lápiz o comentario satírico.
Ante esto solo queda la reacción, el puñete papal, el tiroteo fanático, la
persecución institucionalizada.
No puede
dejar de recordarse cómo el propio superintendente de Comunicación e
Información, candoroso como él solo, llegó a decir que medios impresos como
Charlie Hebdo no podrían publicarse en el Ecuador, con lo cual lejos de mostrar
respeto a los derechos, evidenció el verdadero nivel democrático del debate en
el país. ¿Por qué no podrían producirse en el Ecuador estas formas de expresión
humorísticas? Simplemente porque aquí la violencia gubernamental
institucionalizada no lo hubiera permitido. Habrían procesado al medio y a los
autores de las caricaturas por faltar a la moral y las buenas costumbres, por
atentar contra aquellos valores que el curuchupismo tradicional considera como
sagrados. ¡“Pero si tenemos un gobierno de izquierda”!, exclamará algún
ingenuo, al que con una palmadita en el lomo y voz condescendiente se le
explicará que esto de izquierda no tiene nada y que los prejuicios y
antivalores de la derecha jamás habían estado tan cómodos. Lo que pasó con el
matrimonio igualitario o la posibilidad de despenalización del aborto es una muy
buena muestra. (O)
No deja de llamarme la atención el antagonismo existente entre el poder
y el humor, a tal punto que se recurra por parte del primero a la peor forma de
violencia, la institucionalizada, para reprimir al segundo.
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