Cecilia Velasco *
Viernes,
27 de febrero, 2015
Chistes
triple equis
A propósito de los trágicos hechos alrededor de Charlie
Hebdo y de acontecimientos ocurridos
con caricaturistas y humoristas locales e internacionales, se ha hablado mucho
de un tema jocundo. Sobre el sentido del humor y los chistes se han escrito
tratados completos. Aquel ha sido enfocado desde diversas perspectivas, como la
filosófica. Henry Bergson definía el humor como un producto que apela
directamente a la inteligencia humana, apagando la sensibilidad –que sufre un
efecto de amortiguamiento–, lo que hace que seamos capaces de reír en
situaciones que normalmente provocarían nuestra compasión, como cuando alguien
tropieza o cae, o se equivoca. Aristóteles definía la comedia como el género
que nos muestra peores de lo ya malas que somos las personas. El tonto lo es de
capirote, el celoso se muere literalmente de celos, el cobarde tiembla como
hoja, el mujeriego se enamora de la escoba y el pendenciero pelea con su propia
sombra.
Sobre el
chiste han trabajado personajes como Sigmund Freud, padre del Psicoanálisis,
que ha descubierto la relación de aquel con el inconsciente. Los lingüistas,
por su parte, analizan el lenguaje como generador de humor mediante mecanismos
como la ambigüedad, lo inesperado, la polisemia o el doble sentido. “¿Estado
civil: casado o feliz?”. Profundamente enraizado en los planos de la lengua y
su contexto, el chiste resulta intraducible, lo que no impide que el DRAE
explique que, en América, en sentido coloquial se denomina “chiste alemán” a
aquel “que no produce risa”. ¿Un estereotipo más contra los simpáticos
alemanes? Claro que tienen sentido del humor, y tanto, que, tras el triunfo en
el Mundial, su selección de fútbol montó un pequeño sketch humorístico
burlándose de los derrotados gauchos.
Según
algunas versiones, etimológicamente “chiste” tiene relación específicamente con
“chiste colorado”, pues este apenas se puede chistar al oído, burlando el
obligado “chis”. Es de mal gusto contar un chiste “xxx” en público, por lo
menos en ciertos ambientes. Si no es un profesional avezado en contar chistes
colorados –algunos llegan a morados o negros y revelan una mentalidad
enfermiza–, lo más probable es que el contador se sonroje y pida disculpas.
Muchos chistes “xxx” hacen de la mujer objeto de escarnio al rebajar su cuerpo
y sus partes más delicadas, al mostrarla como objeto reducido por el dominio
masculino, al degradar milagros como el embarazo y el parto. No siempre, claro.
Puede ser que otra función del chiste “xxx” sea exorcizar los temores frente al
sexo –paradójicamente deformándolo, volviéndolo anormal– para nombrar aquello
que normalmente es objeto de tabú. A algunos adolescentes estos chistes les
encantan.
En una
sociedad en la que se aspira a desarrollar la corrección política e idiomática,
los honorables señores –y las respetables señoronas– tienen que pensar antes de
soltar un chiste “xxx”, sobre todo si es a una hora temprana del día y entre
los oyentes hay población infantil, juvenil y señoras de naturaleza delicada y
sensible. (O)
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