CÉSAR MONTÚFAR
Está claro que el oficialismo no va a abrir ninguna
posibilidad para que los ciudadanos se pronuncien en consulta popular sobre las enmiendas constitucionales. La Corte
Constitucional y el CNE van a negar cualquier petición que se realice en ese
sentido. La respuesta ha sido política. La consulta no procede porque no le
interesa al Gobierno. El Presidente llegó al absurdo de plantear, planteamiento
que siguió el CNE al pie de la letra, que todo pronunciamiento ciudadano sobre
un tema constitucional implicaría enmienda o reforma de la Constitución. Pero
ese no es el problema. El problema es lo que dicen las encuestas y estas
indican, no solo que la gente mayoritariamente quiere consulta, sino que tesis
como la reelección indefinida pierden terreno; no tienen apoyo. En ese sentido,
si los ecuatorianos nos pronunciáramos en las urnas sobre el tema, el resultado
significaría la primera gran derrota electoral de la revolución ciudadana;
antesala de una posible pérdida mayor en el 2017. Entonces, el problema es
sencillamente que el campeón ecuatoriano de elecciones que desde 2006 ha sido
Rafael Correa no lo sería más y que ahora tiene pánico de acudir a las urnas.
Mohamed Ali rehuyendo el combate y pidiendo a las asociaciones mundiales de
boxeo que se inventen cualquier pretexto para que no haya pelea.A no dudarlo,
este sí es un gran cambio en el escenario político ecuatoriano. Es una señal de
que vivimos en otro momento. Solo así se explica la obstinación y el indecoro
con que el CNE y la CC han obstaculizado las propuestas de consulta. Todo ello no
constituye una mala, sino una buena noticia para la oposición. Con su negativa
ellos han parado una olla de presión que tarde o temprano estallará. Poner una
mordaza a la opinión popular es una jugada muy peligrosa para el poder, pues
deja abiertas heridas que no cicatrizarán ni con quintales de maquillaje. El
maquillaje sirve para cubrir imperfecciones cutáneas, pero no oculta el mal
olor. Pero la señal no es únicamente la de un cambio coyuntural del ánimo
ciudadano respecto a determinadas decisiones del Gobierno, sino que topa la
naturaleza misma del régimen político. Y esto es lo importante. Hasta ahora el
correísmo fue un régimen plebiscitario, es decir, se consolidó a base de
respaldo electoral. Hoy la vocación de la llamada revolución ciudadana es la
opuesta. Ya no le interesa basar su poder en las urnas, sino asegurarlo
mediante el control institucional y violaciones a las reglas que ellos mismos
impusieron. En otro momento, Correa hubiera sido el primero en convocar a una
consulta popular para obtener luz verde para su reelección indefinida. Hoy se
esconde en decisiones ilegales de las instituciones que controla. En 2011, para
la consulta de ese año, Correa dijo sin tapujos que necesitaba meter la mano en
la justicia; en 2015 se da vueltas sobre la reelección indefinida y esconde su
deseo en decisiones que supuestamente son de otros. Las señales no marcan el
futuro, solo indican oportunidades y amenazas. Todo depende de cómo leerlas y
aprovecharlas.
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